Ivan Jablonka

Historia de los abuelos que no tuve


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carnicero, la ubicación de la Casa de los Talabarteros y del Sindicato de los Oficios del Cuero. Marek nunca los conoció en actividad, pues es demasiado joven; personalmente, en la dirección que me apunta, no veo más que fachadas, balcones de hierro forjado, huertas detrás de unas ligustrinas, pequeños jardines más o menos bien mantenidos. Desde la calle de la Iglesia, Marek nos lleva a la derecha, hacia la calle Remplai, luego a la calle Nueva. De ahí, subimos la calle 11 de noviembre y damos una vuelta a la plaza, el Rynek, para desembocar en la calle de las Ranas y en la calle Ancha, muy cerca del río, circuito que voy siguiendo atentamente en el mapa que imprimí de Internet. Eso es lo que podría llamarse el centro de Parczew, 100% judío antes de la guerra. Pero el shtetl no está sólo poblado de judíos: hay 680 en el año 1787, 2.400 en 1865, 4.000 en 1921, 5.100 en 1939, es decir que en todas las épocas representan alrededor de la mitad de la población (Jadczak, 2001: 69-72). La Guía Profesional de 1929 indica un sinnúmero de comercios: 55 almacenes, 39 zapaterías, 16 mercerías, 2 pastelerías, sin contar las panaderías, carnicerías, negocios de venta de telas, té, tabaco, aguardiente, casi todos atendidos por judíos. Las cuatro peluquerías pertenecen, por ejemplo, a la familia Wajsman.8 Tomo la calle Ancha, curvada y de unos cien metros de largo, con sus casitas y frente a ellas un taller, un depósito, una ferretería. En los marcos de las puertas, ni un agujerito, ni el más mínimo trazo oblicuo que pudiera recordar la presencia de una mezuzah. De pronto, a Marek se le ocurre presentarnos a una anciana que conoció a los judíos y, quién sabe, si a mis abuelos. Vive en la otra punta de la ciudad, en un edificio triste. Subo los cuatro pisos con el corazón palpitante. Nos abre una vecina, lo lamenta, se acaban de llevar a la señora al hospital.

      Parczew es una aldea del interior del país, como tantas miles que existen en todo el mundo, con su calle principal, su supermercadito, sus tiendas de regalos espantosos y ropa pasada de moda, sus edificios administrativos, sus antenas parabólicas, sus amas de casa charlando en la vereda, sus escolares volviendo a casa con la mochila al hombro, sus carteles indicando que la ciudad más cercana se encuentra a 19 o 27 kilómetros, la cual será exactamente idéntica a esta. Es en esta tierra que echó raíces el manzano; pero el número 33 de la calle Ancha no me inspira nada.

      Hay una calle de la cual el Yizker Bukh habla mucho: la calle Zabia (o calle de las Ranas, dado que el río está muy cerca). Estamos en los años veinte. Aunque es estrecha como el pico de una botella, la calle desborda de vida y actividad. Allí se encuentran los edificios más importantes de la comunidad: la antigua sinagoga de madera donde se acude para la oración matinal, el oratorio jasídico de Gour, bastión de los ultraortodoxos, la yeshiva para estudiantes rusos mantenidos por una sociedad de beneficencia, los locales de las organizaciones sionistas, la Unión Profesional (Profesioneler Fareyn), cuyos obreros alteran la quietud de los religiosos con el ruido de sus máquinas de coser, sus peleas, sus canciones de amor y sus eslóganes. Las casas en ruina, sostenidas por vigas en declive y agujereadas con ventanas al ras del piso que no dejan entrar la luz, se alternan con residencias más elegantes y tiendas a las que se baja por una escalera empinada, cuidada por mujeres chismosas con peluca. Contrariamente a las demás calles de Parczew, la calle de las Ranas está asfaltada, excepto delante de los lugares de culto, donde se circula por una vereda de madera.

      Después de una segunda Aktion en octubre de 1942, otras 2.500 personas (originarias de Parczew o refugiados de toda la región) son deportadas a Treblinka. Cientos de ellas logran escaparse al bosque cercano, mientras que los últimos judíos son enviados al campo de trabajo de Miendzyrec Podlaski, a 50 kilómetros al norte (Spector, 2001: 969).

      No sé nada de Moyshe Feder, el padre de mi abuela, salvo que le dio su apellido a su hija natural (Idesa Korenbaum, “llamada” Feder) y que tiene dos hijas de su esposa legítima. Los Korenbaum son oriundos de Maloryta, un shtetl del Imperio ruso hoy situado en Bielorrusia, a unos cien kilómetros de Parczew y de Brest Litovsk. Ruchla Korenbaum, la madre de mi abuela, tiene seis hermanos, entre los cuales figura Chaim, vendedor ambulante en Rhode Island, y David, guardia forestal que surca en trineo las propiedades de los nobles para vigilar cómo crecen los pinos y mostrar a los leñadores los especímenes más hermosos.

      Ignoro si hay algún Jablonka entre los primeros judíos que se instalan en Parczew en 1541, sólo puedo remontarme hasta el siglo xix. La madre de mi abuelo se llama Tauba, que significa “la paloma”. Nació en 1876, no tiene profesión, está enferma de tiroides y de los riñones. Un especialista de Varsovia podría tratarla, pero el viaje y la operación cuestan demasiado caros. Su marido tardío, el padre de mi abuelo, se llama Shloyme. Algunas fuentes indican que nace en 1865, otras en 1868. En el registro civil rabínico de Parczew, aparece a veces como “obrero”, a veces como laznik, vocablo polaco que designa al servidor que se ocupa de los baños del rey. Les pregunto a los hijos de Simje y Reizl, primos argentinos de mi padre, qué saben de su abuelo. La respuesta me llega por mail: Shloyme es un hombre muy devoto, no hay fotos de él porque los religiosos se niegan a fotografiarse (por obediencia al mandamiento que prohíbe la fabricación de imágenes), se ocupa del mikvé, el baño ritual.

      Un día que Bernard me traduce un capítulo del Yizker Bukh, ¡qué alegría!, se hace una alusión a él: “Shloyme Jablonka el beder”, o sea, “el guardián del baño” (Leybl, 1977: 89-91).

      –Primera certeza –le digo a Bernard, satisfecho–. Mi antepasado se ocupa del mikvé.

      –¡No! –exclama Bernard–. Estás confundiendo mikvé y bod.

      El mikvé es una pileta donde uno se sumerge en cuclillas, una suerte de cisterna con escalones que bajan hasta el fondo. Se lo debe alimentar con determinada proporción de agua corriente natural, proveniente del río, del mar o del cielo. La cantidad de agua mínima requerida es de 40 seah, es decir, 332 litros. Los hombres van allí los sábados por la mañana, al igual que la víspera de Yom Kipur. Las mujeres deben ir a purificarse después de cada menstruación, es una obligación legal, y una anciana