Ivan Jablonka

Historia de los abuelos que no tuve


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creíble, pero es imposible saber si se trata de él, ya que los homónimos abundan. Tauba es deportada a Wlodawa antes de ser asesinada en un campo cercano, quizá Sobibor. Lo sabemos por la tía Reizl, que lo supo por Yozef Stern, un vecino de Parczew exiliado a Canadá después de la guerra. Recién en 1945, con el restablecimiento de la comunicación postal, Simje y Reizl se enteran de la muerte de sus padres.

      Israel Jablonka, relojero, cabalista él también, es hermano (o medio hermano) de Shloyme, es el hombre de los mil libros, cuya biblioteca desborda de maravillas. Su invalidez (“se dice que perdió una pierna a raíz de un pogromo”) lo obliga a caminar con un palo. Los niños quieren mucho a ese tío, y cuando él los visita, Simje y Mates se disfrazan con vestidos de sus hermanas y le hacen mil travesuras: el juego consiste en que el tío Israel finge tener miedo y se escapa rengueando. Siempre dice presente cuando se trata de aplaudir a alguna compañía itinerante que pasa por Parczew. Ese día, se frota el estómago: “Querido mío, hoy no comemos, ¡vamos al teatro!”.

      Cuenta el Yizker Bukh que, en junio de ese mismo año, Yoyne Jablonka recibe un correo de la administración de Lublin en el que se le ordena que ponga a su disposición la chatarra y las cosas viejas que se puedan recuperar en la ciudad. Los obreros que Yoyne recluta para ello reciben un permiso que los dispensa de cumplir con el trabajo obligatorio y el toque de queda. Pueden circular por las rutas, a pie o en carreta, hasta las nueve de la noche, privilegio considerable que les permite juntar un poco de comida. Una noche, Zonenshayn, uno de los cirujas afortunados, es despertado a golpes y llevado a la cancha de fútbol, detrás de la iglesia, donde ya hay decenas de hombres encerrados. Al alba, los SS los colocan en fila, los hacen hacer gimnasia ante los ojos de las mujeres y los niños amontonados detrás de las rejas. De pronto, llega el Judenrat, con Yoyne a la cabeza, quien se entrevista con los SS. Estos proclaman: “¡Que los cirujas salgan de las filas!”. Unos avanzan y son liberados. El director del aserradero de Polonka salva a sus obreros del mismo modo. Los demás son conducidos a la estación y cargados en vagones con destino a un campo de trabajo. Las mujeres se empujan para darles paquetes de comida, pero los alemanes las alejan con la culata de sus armas. “Los llantos de los niños y las crisis de angustia de las mujeres eran indescriptibles”, escribe Zonenshayn en el Yizker Bukh (¿volverá esta escena una y mil veces a su mente mientras observa a lo lejos las maniobras de un buque en la bahía de Haifa, donde rehízo su vida?). Interlocutor de los alemanes, engranaje de la máquina de muerte que acabará triturándolo, Yoyne Jablonka pertenece a esa “zona gris” donde las víctimas, esperando salvar otras vidas y quizá la propia, cooperan con los verdugos. ¡Paz a sus cenizas! Todos sus hijos murieron durante la guerra, excepto Shlomo, que partió in extremis a Palestina.

      Todas estas escenas se adaptan perfectamente al decorado del shtetl: vieja sinagoga pintoresca, vereda de madera, casas oblicuas con vigas carcomidas, asociaciones de ayuda, panaderías, sastres, vendedoras de fruta y verdura, cementerio donde los ancestros de toda esta gente duermen desde el siglo xvi. Parczew y sus eruditos, Parczew y sus hassidim de corazón puro, gente sencilla y buena, cálida, siempre dispuesta a compartir su pitanza. Carcajadas, paseos el día de shabat por el bosque de Yashinke. Escuchen esta canción en ídish, que hace revivir las casuchas de paja, los ríos, los pinos, “mi shtetl, mi pequeño hogar donde tenía tantos sueños bonitos”. Pero no quiero dar una imagen demasiado idílica de Parczew. La nostalgia y las canciones jamás describen el retraso, el conservadurismo, la carcasa que suponen las prohibiciones religiosas, la inanidad de las supersticiones, la hipocresía, la microsociedad donde se chusmea, donde se espía, la mediocridad aceptada como una voluntad del Todopoderoso, el embotamiento general. “Las prohibiciones religiosas eran respetadas escrupulosamente”, escribe la polaca en su etnografía, “e incluso los judíos educados, como los médicos y los dentistas, debían seguirlas como muestra de consideración por lo que pensaban sus correligionarios” (Seroka, circa 1990).

      –¿Sabe usted que reb Berl no vino a rezar esta tarde?

      –Oy, ¿qué está diciendo?

      –Absolutamente, ¡prefirió dormir!

      La noche del shabat, no se puede encender la luz antes de que se haga de noche. Si no, todo el mundo se da cuenta y eso provoca un escándalo.

      –¡Mira la casa de Yente! No enciendas hasta que ella no haya encendido.

      Una multitud delante de la sinagoga:

      –¡Hubo un pogromo en Pinsk!

      –Ayunemos y oremos.

      Un padre a su hijo, enfundado en su traje negro:

      –¡No corras! ¡No silbes! ¡No leas a Tolstoi! El teatro y el cine es bitul-zman [tiempo perdido].