Sarah Mey

Nosotros sobre las estrellas


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voz animándola me hace volver a quedarme anonadado mirándola. Y eso tampoco es nada normal en mí. Siempre estoy atento hasta el más mínimo detalle, aunque no puedo dejar de quedarme con una única palabra de esas dos que un extraño acaba de pronunciar. Mais. Me gusta. Me encanta. Joder, qué bien suena. Mais.

      La chica acaba de hacer el ejercicio y me mira con la cara sudada y la frente alta. Claramente orgullosa de lo que acaba de hacer. No puedo evitar sonreírle con sinceridad al ver que ha logrado lo que se ha propuesto. Tras eso, continuamos con las series que nos faltan en esa misma máquina, y cuando me doy cuenta de que si subo los kilos de la máquina ella no los quita luego, sino que trata de hacer las series con el mismo peso que yo, decido no poner ni un solo kilo de más por miedo a que sobreentrene y acabe haciéndose daño por culpa del orgullo. ¡Es tan cabezota!

      Tras esa máquina pasamos a otra y vuelvo a dejar que ella me indique. La veo incluso pálida, pero no puedo negar que me encanta cómo trata de hacer creer a todos que está genial y cómo sigue desafiándome con sus palabras, como si no pudiese ver que está agotada por el tono que están adquiriendo sus mejillas.

      —Me gusta tu nombre —le digo tratando de darle un motivo para parar y descansar un poco.

      —¿Cómo sabes mi nombre?

      Ha vuelto a elevar una sola ceja, desconfiada. La veo mover el tobillo derecho y me quedo mirando sus piernas. Son bonitas.

      —Lo escuché antes, cuando uno de los chicos te animaba, Mais.

      Ella cierra los ojos, y me preocupa que esté a punto de desmayarse. Sin embargo, en lugar de caer al suelo y perder el conocimiento, hace algo bien distinto. Me corrige.

      —Para ti soy Maisie.

      Sonrío. Me encanta la actitud que está teniendo y me enfada a partes iguales.

      —Para ti soy James.

      Capítulo 4

      MAISIE

      No puedo más. Si trato de seguirle el ritmo creo que voy a desmayarme. Me falta el aire y me arden las piernas por el esfuerzo de las máquinas. Esta noche no sé cómo voy a aguantar los tacones. Aun así, hay algo en la presencia de este chico que me puede. Es una seguridad y una impoluta elegancia en todo lo que hace que me pone de los nervios.

      —James… —repito su nombre como una tonta, sin ni tan siquiera darme cuenta.

      Creo que he conseguido que no me llegue la sangre al cerebro.

      —Bien, sabes pronunciarlo —se burla él con una encantadora sonrisa.

      Maldito seas, James. ¿Por qué demonios tienes esta atracción en mí? Antes tuve que cerrar los ojos cuando pronunció mi nombre. Fue como si una corriente eléctrica me recorriese al escucharlo desde sus labios. No sé qué me pasa, pero sea lo que sea, esta sensación va a acabar conmigo. Moriré el mismo día de la boda de mi hermana. ¡Qué trágico!

      —Tranquilo, no todo el mundo tiene problemas para llamar a las personas ni se equivoca con sus nombres, como tú al llamarme Mais, por ejemplo.

      Veo cómo hay un brillo turbulento en sus ojos y me quedo mirándolo antes de volver a seguir con el ejercicio. Si no paro unos segundos voy a caerme al suelo.

      —La que tiene problemas con mi forma de llamarla eres tú, Maisie —enfatiza la última palabra y en cierto modo también acaricia todas las sílabas con altanería, sensual.

      De nuevo mi nombre en sus labios. En su voz ronca y aterciopelada. Tengo calor y necesito aire cuando siento todo el peso de su atención concentrada en mí. Jamás me ha gustado tanto ser el centro de atención de alguien, aunque al mismo tiempo me siento sudorosa e incómoda. Es una sensación muy extraña.

      —No tengo ningún problema salvo que me estás haciendo perder el tiempo.

      Él eleva la barbilla y puedo ver cómo su nuez sube y baja en su garganta durante unos instantes. No sé por qué me sale ser tan borde con él, pero este chico tiene algo que me hace perder los nervios.

      Acabo de hacer el ejercicio, poniéndome fea al contraer mi cara por el esfuerzo, y lo miró con toda la autosuficiencia que puedo.

      —Ánimo, ya te queda menos —me dice, colocándose en la máquina que yo acabo de dejar y poniéndome una mano en la cadera.

      Joder, su tacto hace que todo mi cuerpo responda y se altere a partes iguales. Y de nuevo ese olor que logra marearme y engatusarme, como si todas mis hormonas respondiesen a él. Me percato de que no le pone más peso a la máquina, y no tengo nada mejor que hacer que retarle a ponerlo.

      —Eso es muy poco peso para ti.

      Él me sonríe, ahora parece tranquilo, pero me sigue mirando con una sombra de preocupación en los ojos que me hace contener el aliento.

      —Lo es, pero es suficiente para ti, chica masoquista.

      Me dice eso dejándome con la boca abierta y comenzando a hacer el ejercicio. Me miro al espejo de una pasada rápida mientras pienso en qué decirle. No quiere ponerle más peso a las máquinas porque sabe que si lo pone yo no lo bajaré. Ese gesto me enternece un poco, pero también me cabrea. Respiro con fuerza, como si todo mi cuerpo necesitase aire, y no me gusta lo que encuentro en el espejo. Por si no fuese poco el estar sudando a chorros, también estoy colorada a la vez que pálida. Creo que se me va a bajar la tensión como siga así. Mi jefe me está mirando y parece oírme pedir ayuda a gritos, porque se dirige a mí con rapidez y me habla con gesto serio.

      —Mais, deberías haberte ido ya hace unos diez minutos. Deja de sacrificarte tanto por la empresa y disfruta de esta tarde.

      Quiero llorar de alegría al notar el favor que me está haciendo mi jefe. Aún no es hora de irme, me quedan treinta minutos, pero creo que ha visto que estoy que no puedo hacer ni un solo ejercicio más sin caerme al suelo y viene a socorrerme.

      —No te preocupes, Tom, todo va bien —le sonrío, sin embargo él niega con la cabeza y me agarra por los hombros, casi echándome del gimnasio y alejándome de James. Joder, James. James. James. Ojalá pueda dejar de repetir su nombre en mi cabeza como una idiota. James.

      Me giro hacia él a modo de despedida e intercambiamos una mirada que logra traspasarme. Creo que nunca he visto una mirada en la que tenga tantas ganas de perderme.

      —¿A dónde vas?

      Escucho su voz y mi jefe para de empujarme al tiempo que yo me giro.

      —Mi turno ya ha acabado. Otro día podremos seguir con el entrenamiento todo lo que quieras.

      Me arrepiento de decir esa última frase nada más soltarla por la boca. Él se levanta de la máquina, me mira y sonríe de una forma jactanciosa.

      —Estoy seguro de que lo acabaremos —responde, autoritario y sensual, haciendo que me tiemblen inconscientemente las piernas a la par que me enfado de nuevo por lo que su imponente presencia logra en mí.

      Salgo del gimnasio dirigiendo una sonrisa de despedida a Micaela, la recepcionista, quien me mira preocupada por mi estado.

      —¿Estás bien, Mais?

      Asiento con la cabeza y le sonrío quitándole importancia.

      —Por supuesto que sí —aseguro, aunque me arden las piernas con tanta intensidad que siento que en un rato no voy a ser capaz de dar ni un solo paso de las agujetas que tendré.

      Ella eleva una ceja como si no se lo creyese y me vuelve a llamar cuando estoy abriendo la puerta de la calle. ¡¿Dios, cómo puede costarme tanto abrir una puerta?! Así me ha dejado el entrenamiento…

      —Mais.

      Me giro hacia ella e inquiero con la mirada, no tengo fuerza ni para hablar.

      —Toma, te sentará bien —me dice entregándome un caramelo con azúcar.

      En otro