Mariano García-Verdugo Delmas

Resistencia y entrenamiento


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tiempo, para lo cual resulta muy importante que se asemeje lo máximo posible a las necesidades del gesto deportivo. Un test realizado a un corredor sobre un tapiz rodante o sobre un cicloergómetro resulta menos fiable que si se hace sobre la pista y sin el aparataje aña-dido.

       Objetividad. Existe la objetividad de una prueba si da los mismos valores sea cual sea la persona que obtiene los datos. Si, por ejemplo, se realiza para calcular la velocidad aeróbica máxima de un mediofondista y las mediciones las llevan a cabo diferentes personas al mismo tiempo, la prueba será objetiva si todos los resultados coinciden. En el caso de existir disparidad en las mediciones, debería desecharse.

       Sensibilidad. Los test deben ser capaces de distinguir entre distintos niveles de rendimiento. Un test sensible es el que da mucha facilidad para comprobar, por ejemplo, las diferentes intensidades del entrenamiento, la posibilidad de comparar a dos atletas de características similares o, incluso, poder comprobar variaciones en el estado de entrenamiento. No se ha de pasar por alto que un 2% de mejora en una capacidad determinada puede suponer en un atleta la diferencia entre ser un buen deportista y un atleta excepcional. Si el test que se realiza no es lo suficientemente preciso para detectar esa variación del 2%, resulta poco sensible y, por lo tanto, ineficaz para los objetivos determinados.

       Interpretabilidad. Cuando una prueba es fácilmente comprensible e interpretable resulta mucho más fiable y la posibilidad de cometer errores disminuye considerablemente, al tiempo que permite poder utilizarla de inmediato.

       Respetabilidad. Un test nunca debe ir en contraposición con la ética ni con los derechos humanos del deportista. Por ejemplo, existen religiones que tienen prohibido la extracción de fluidos vitales, como la sangre, lo que implicaría la imposibilidad de realizar pruebas de lactacidemia o análisis de otros parámetros obtenibles con este fluido.

      A todas las características citadas por los autores a los que se hace referencia hay que añadir una nueva cuando se trata del entrenamiento de resistencia de alto nivel: el deportista de elite no puede permitirse el lujo de dejar de entrenar para realizar cualquier tipo de test. Si uno que debe ser lo suficientemente frecuente para poder determinar los valores en constante evolución obliga a interrumpir el entrenamiento, por muy fiable y válido que sea, se opone a uno de los principios del entrenamiento más determinantes: el de continuidad. Por ello hay que dar preferencia a las pruebas que, además de medir los indicadores pretendidos, supongan una carga específica óptima para que el organismo no interrumpa la obtención de adaptaciones sucesivas; de lo contrario, podría caerse en la paradoja de que el hecho de medir y comprobar las adaptaciones provoque al mismo tiempo desadaptaciones.

      La representación gráfica de las cargas posibilita hacerse una idea del proceso. En la bibliografía existen varias formas de representarlas. El entrenador tiene por lo tanto muchas posibilidades y debe ser él quien elija las más adecuadas en cada momento. Al respecto solamente cabe una recomendación: que utilice siempre el mismo criterio. Se puede decir, de forma un tanto simplificada, que el peor criterio no es un criterio malo, sino la ausencia de criterio.

      Para representar gráficamente la carga se pueden utilizar barras, curvas, áreas, etc. Igualmente se puede representar dicha carga por su duración, el número de kilómetros recorridos, etc. (figuras 1.41-1.44).

      Con el fin de simplificar, se pueden clasificar las posibilidades de control del entrenamiento y de la carga en dos grandes apartados: pruebas científico-médicas y medios de observación directa. Aún está por aparecer un medio o procedimiento capaz de indicar al entrenador la realidad de esa relación entre el tipo de carga que hay que aplicar y el tiempo de recuperación. Por lo tanto, todas tienen sus puntos positivos, que ayudan a aproximarse en una parte a esa relación y sus puntos oscuros o negativos, que hacen que se puedan poner en cuestión, al menos parcialmente.

      Figura 1.41. Ejemplo del trabajo programado para la temporada 2001-2002 de una corredora de 800 m. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.

      Figura 1.42. Ejemplo del trabajo realizado por la misma corredora durante la temporada 2001-2002. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.

      Figura 1.43. Ejemplo de gráfica comparativa entre el trabajo programado y el realizado, expresado en kilómetros de carrera, para la misma corredora, durante la temporada 2001-2002. Los parámetros han sido cuantificados de forma automática en tiempo de trabajo total de cada mesociclo. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.

      Figura 1.44. Ejemplo de gráfica comparativa entre el trabajo programado y el realizado de fuerza para la misma corredora durante la temporada 2001-2002. Los parámetros han sido cuantificados de forma automática en tiempo de trabajo total de cada mesociclo. Datos obtenidos con el programa informático Planificación y control del entrenamiento de corredores. García-Verdugo (2001). Gymnos.

      El entrenamiento tiene como uno de sus objetivos prioritarios lograr que el atleta obtenga el máximo rendimiento en el momento que coin-ciden las competiciones más importantes. En este momento de máximas prestaciones se dice que el atleta ha alcanzado la “forma deportiva”.

      Matveyev (1977) la define como “un estado de capacidad de rendimiento óptimo que el deportista alcanza en cada fase de desarrollo deportivo y gracias a una formación adecuada”.

      Según Zhelyazkov (2001), uno de los objetivos principales en el proceso de entrenamiento de resistencia consiste en hacer coincidir el máximo rendimiento en momentos puntuales, lo cual pasa por dos direcciones:

       El aumento máximo de las capacidades funcionales o, lo que es lo mismo, la máxima aproximación a la reserva de adaptación.

       Ser capaz de la mayor manifestación de estas capacidades, coin-cidiendo en el tiempo con los momentos de las grandes competiciones.

      La conjugación de ambas direcciones resulta un tanto compleja. En la práctica se pueden ver muchos casos de deportistas, incluso de muy alto nivel, que llegan a las grandes competiciones sin haber desarrollado en su plenitud las capacidades funcionales que determinan su rendimiento debido, la mayor parte de las veces, a un entrenamiento deficiente, bien por defecto (falta de adaptaciones), bien por exceso (fatiga crónica).

      En la actualidad el concepto de forma deportiva resulta controvertido porque, según han venido evolucionando los tiempos y las necesidades, ya no son suficientes las afirmaciones que se hacían tan sólo hace unos años.

      Los deportistas de alto rendimiento se ven sujetos a lo largo de la temporada a prolongados períodos de entrenamiento con un alto volumen de cargas. En ellos el organismo se ve sometido a prolongadas y profundas alteraciones de la homeostasis y a prolongados períodos de bajadas de rendimiento. En estos momentos sería más correcto hablar de “falta” de forma deportiva que de “bajada” de la forma deportiva.

      La