infinidad de pensamientos arraigados en la prohibición de sentir placer, en la culpa si eso sucede y en la idea de servir sin recibir a cambio. Es sumamente doloroso pensar así respecto de una misma, pero incluso a ese dolor también lo anulamos.
Cuando empezamos a observar estas creencias tan profundas, probablemente, lo primero que surja sea dolor por el automaltrato continuo que nos propiciamos. Necesitamos reconstruirnos en el respeto y en la ética del autocuidado, con el que ninguna acción o expresión que cause autodaño sea posible.
El pensamiento rígido te pone en guerra
Cuando las creencias son incuestionables, los pensamientos, las percepciones, la formas de interpretar la realidad se hacen rígidas. Solo es posible que exista la realidad que coincide con las creencias y, así, todas las demás posibilidades se anulan intencionalmente.
Defender las creencias a cualquier costo te pone en guerra, en primer lugar, contigo misma. Las creencias son componentes mentales, poca relación tienen con lo que realmente sucede en tu cuerpo. La incoherencia entre el pensamiento y la realidad corporal genera una batalla en la que, o se desarma la creencia, o nos desconectamos del cuerpo.
Llevamos milenios sosteniendo creencias y anulando el cuerpo. Un ejemplo de esto es el disfrute en la sexualidad femenina. Infinidad de mujeres en el mundo aún consideran, a partir de una educación estrictamente patriarcal y religiosa, que sentir placer a través de la sexualidad es incorrecto e incluso peligroso. Nuestros cuerpos dicen algo completamente distinto: la sexualidad es un acto expresivo del ser humano, expansivo y placentero.
Las creencias nos hacen batallar entre nosotras. Es considerada osada la mujer que cuestiona las creencias patriarcales y se emancipa. Puede significar su exclusión de la tribu. En muchos casos, el riesgo de cuestionar implica la soledad y el abandono, cuando hace tambalear los cimientos de nuestra identidad colectiva.
Estamos entrenadas en competir para tener la razón. Parte de la creencia colectiva femenina es que una de nosotras debe ganar. Las mujeres competimos entre nosotras en vez de unirnos. Armamos batallas imaginarias continuamente con la lógica inconsciente de prevalecer en la rigidez. Pero toda guerra se paga con sangre. Cuando el pensamiento rígido prevalece por sobre el sentir intuitivo del cuerpo, el útero salda las cuentas con la sangre menstrual.
Desarma tus resistencias, trasciende la imagen
No es un proceso fácil trabajar con emociones y creencias. Aparecen resistencias casi instantáneamente cuando nos ponemos en la tarea de cambiar conductas para sanar.
Las resistencias son fuerzas que tiran hacia el lado opuesto del que deseamos ir. Su objetivo es hacernos permanecer donde estamos, como estamos. Se disfrazan de muchas formas: falta de tiempo, desgano, miedo, escasez de dinero, incluso dolencias físicas. Surgen de la mente para salvaguardar lo que consideramos más valioso: la idea que tenemos sobre nosotras mismas, eso que creemos que somos.
Emociones y creencias, pensamientos en general, los consideramos partes fundamentales y definitorias de lo que somos. Sin alguna de esas partes, sentimos que corremos el riesgo de dejar de existir. Constituyen un mecanismo psicológico que no es real. No dejaremos de existir por expresar una emoción o cambiar una creencia, pero se siente como si fuera posible. Por eso no es fácil recorrer este camino en soledad. Necesitamos a otras mujeres, pares o guías, que nos ayuden a cultivar la primera valentía necesaria que nos permita animarnos a cambiar.
Para cambiar es necesario soltar la imagen que tienes de ti misma. Lo que crees que eres —o que deberías ser— es un componente muy poderoso de la mente, pero verdaderamente inútil. Las resistencias, generalmente, están asociadas a la imagen que quieres sostener sobre ti. Te resistes a ser quien realmente eres y ese es el conflicto real.
No escapes
¿De dónde o de quién no escapar? De ti misma, tan simple como eso. Cada vez que te encuentres con lo que verdaderamente existe en ti —emociones, pensamientos, dolores, placeres, historias, fantasías— no huyas de ahí, no permitas que tu mente intervenga diciéndote cómo deberían ser las cosas, quédate con lo que es real.
El proceso de autoconocimiento puede ser arduo en el inicio, porque nos encontramos con partes de nuestro ser que desconocíamos y puede que no nos gusten. El primer impulso ante eso es rechazarlo, retroceder, huir. Pero todo aquello que es negado no puede ser cambiado o sanado. Primero, hay que reconocer la existencia para, luego, poder intervenir. Mientras eso no suceda, no hay nada para hacer.
No escapar permite, inevitablemente, reconocer la existencia de lo que hay, sean emociones terriblemente duras de sentir, pensamientos o recuerdos horribles de asimilar, o tal vez placeres asombrosos que disfrutar. Reconocer lo que existe en ti es el inicio de reconocerte a ti misma y es el primer paso para construir autovaloración que, como veremos a medida que avanza el libro, es uno de los componentes claves en el proceso de despertar del útero.
Tus emociones y creencias no son del todo tuyas
Así como la postura corporal proviene en parte de la memoria del linaje, lo mismo sucede con emociones, creencias y nuestra forma de reaccionar a ellas. Somos mujeres educadas por mujeres con infinidad de traumas emocionales sin resolver, desde frustraciones expresivas y miedos cotidianos, hasta pérdidas y abusos. Nuestras madres, abuelas y ancestros femeninos lo vivieron todo y lo más probable es que no lo hayan podido ni reconocer, ni sentir ni sanar.
Todo lo no resuelto está en tu cuerpo, como memoria emocional transgeneracional, esperando a ser puesto en la luz y ser reconciliado. Cuando despertamos, en las células del útero corporal, cuyo origen se remonta a tu madre y padre y sucesivamente a tus ancestros, se encuentra todo aquello que las mujeres de tu linaje no pudieron expresar en su momento y debieron guardar. Cuando empieces a sentir tu útero probablemente conectes con registros emocionales que te son desconocidos y es factible que provengan de tu legado ancestral.
Aprendemos la expresión emocional por imitación. Si has visto tu madre o abuela callar ante los maltratos de un hombre y aguantar tensando la mandíbula y tragándose la furia, es muy probable que tu forma de procesar los enojos y la frustración sea similar. Tal vez hayas espiado a tu madre o a tus tías cuando lloraban a escondidas y, al ser descubiertas, disimulaban su dolor; el llanto se aprende como equivocado y, cuando emerge naturalmente como expresión, se anula sin siquiera considerarlo.
Entonces, ¿cuánto de lo que sentimos nos pertenece? Por supuesto que todo, porque existe en nuestro interior. Pero, a la vez, cuando comprendemos que somos frutos de la historia de un linaje y de un modelo de sociedad, vemos que todo eso que creemos tan sólido y tan propio, no es tan así. Y, sobre todo, descubrimos que es posible cambiarlo.
Pero tu mundo interno sí es tu responsabilidad
Tal vez tu herencia de útero sea complicada. Todas nuestras historias tienen alguna complejidad. Es improbable que algún linaje haya quedado ajeno al maltrato, al abuso o a la pérdida. Pero lo que hacemos con lo que recibimos sí es nuestra responsabilidad.
Es posible que tu mundo interno sea un caos: emociones, pensamientos, creencias, ilusiones, pujan para distintos lados, se cuestionan entre sí y explotan cíclicamente. Probablemente, eso suceda, en fase pre-menstrual, cuando el pico de frustración llega a lo más alto y lo justifiques con tu menstruación o te juzguen a causa de tu humor.
No nos desbordamos emocionalmente por la cercanía a la menstruación, sino por negarnos, continuamente, a expresar nuestro mundo interno. Podemos aprender a conectar con el sentir y, a partir de eso, reconocer lo que nos sucede y buscar expresarlo en el momento propicio y de la manera correcta.
Nos podemos educar y capacitar para abrirnos a una vida emocional sana y completa, que no nos sea dañina y que tampoco dañe a nuestros seres queridos.