muy diversos: unos procedentes de Risaralda y el Quindío, otros eran afrocolombianos y otros indígenas nativos. Hoy como sociólogo entiendo con claridad, porque nuestra nación es pluriétnica y multicultural, de qué manera esta diversidad poblacional queda plasmada en las interacciones complejas de la vida cotidiana de todas las regiones de nuestro de país. Pero en esa época un niño de siete años no sabe, y tampoco nadie le explica, por qué ocurre esta situación, ante la cual queda perplejo, y también asombrado por la diversidad geográfica compuesta por ríos caudalosos de arenas auríferas que brindan el sustento a muchos rivereños mazamorreros y por la inmensa selva chocoana, catalogada como la más rica en pluviosidad del país, especialmente en Lloró, donde llueve doscientos setenta días al año, y por la biodiversidad, con aproximadamente 25 % de especies animales que no se encuentran en el resto del planeta. Hoy, esta rica región chocoana vive una situación paradójica al ocupar, junto con San Andrés y Providencia, los primeros lugares en abandono social por parte del Estado central. Este constituyó el tercer referente que marcó mí infancia.
JS: ¿Qué pasa en la escuela? ¿Qué diferencias encontró?
SM: Allí estudié el segundo y tercer grado de primaria, períodos de difícil adaptación a causa de las diferencias culturales manifestadas en los acentos del lenguaje y sus modismos, la gastronomía y el vestuario. También escuchaba manifestaciones burlescas de segregación. Usualmente se piensa que la discriminación es la que históricamente el blanco ha ejercido hacia otros grupos poblacionales, tal vez, porque ese fue el patrón inicial que trajeron los españoles, pero también existe el de la contraparte, puesto que el que es discriminado también discrimina.
Terminado este periodo de dos años mi familia se trasladó a Bogotá, y en esta ciudad terminé la primaria, para luego continuar con el bachillerato, donde se fueron activando otros gustos, como la historia, el dibujo, la literatura, la música y el cine.
JS: Hay una estrecha relación entre su pasión por la literatura, la enseñanza y los viajes, ¿cierto? ¿Qué influencia de profesores recuerda?
SM: Los que más recuerdo del bachillerato son los profesores de español y literatura. Estaban muy comprometidos con el manejo del lenguaje, la necesidad de tener buena ortografía y la importancia de cómo está estructurada una frase. Y, sobre todo, las obras literarias que dejaban para leer en vacaciones. Eso constituía un disfrute para mí. Poco a poco literatura, historia, enseñanza y viajes se fueron entrelazando en un mismo tejido con implicaciones mutuas.
En algunos años del bachillerato funcionaban los días viernes los centros literarios, donde circulaba la poesía, la lectura y las reseñas de obras literarias. Por esa época memoricé el poema Los motivos del lobo, un largo poema, que luego vine a saber que había sido escrito por el poeta nicaragüense Rubén Darío. En estos años gocé mucho leyendo tres libros: primero, María de Jorge Isaac. Tiempo más tarde tuve la oportunidad de visitar la hacienda El Paraíso en el Valle del Cauca, y en el jardín de la entrada uno puede adivinar la presencia de María con sus miradas disimuladas hacia Efraín. El segundo fue Odisea de Homero, la cual leí dos veces durante el bachillerato y luego en los estudios de posgrado en literatura la volví a leer junto con Iliada. Este universo fantástico acentuó un gran interés y curiosidad por conocer el mar Mediterráneo. Más tarde tuve la oportunidad de cruzar por aire ese mar traicionero y enemigo de Ulises y visitar en Grecia la ciudadela y la tumba de Agamenón. Un tercer libro, que había que leer en la escuela primaria, era Lecciones de Historia Sagrada, con ilustraciones del francés Gustav Doré. Durante el bachillerato, y por cuenta propia, reforcé este universo leyendo los cinco primeros libros de La Biblia Reina Valera. Cuando viajé a Israel y luego a Egipto este libro se hizo presente, puesto que sus relatos se convierten en un programa de mano que ordena de la mejor forma la visita a templos y zonas arqueológicas contenidas en los grabados de Doré. Viendo el desierto comprendí por qué algunas de las tribus se perdieron en él, como fue la de Simeón, nombre con el cual me rebauticé estando a las orillas del río Jordán.
Desde la escuela primaria aprendí a leer y amar el mundo fantástico de las Fábulas de Esopo, Los cuentos del hogar de los Hermanos Grimm y algunos relatos de Las mil y una noches, todo gracias a los cinco libros que componían la serie de la cartilla Alegría de leer. En los estudios literarios posteriores tuve la oportunidad de penetrar en el mundo de la literatura infantil y juvenil, y luego ejercer esta cátedra durante más de una década en la Licenciatura de Pedagogía Infantil de esta Universidad, y luego en viajes que hice a la India, Egipto y Estambul pude entender el mundo de Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Mi interés por la historia también surge en el bachillerato, sobre todo por el profesor de esta materia y el libro de texto que había que leer. Sin poder ubicar con certeza el espacio en el que se desarrollaba el relato histórico, sentía que la historia era apasionante. Estos tanteos se consolidaron con la carrera de Sociología que estudié en los años juveniles, con la visita a quince países europeos y con el ejercicio durante dos décadas de la cátedra de historia de Europa y de historia de Colombia.
JS: ¿Y cómo fue que llegó a estudiar el pregrado de Sociología?
SM: Ya terminado el bachillerato, el gusto por la historia me llevó a la carrera de Sociología, de la cual solo sabía que estudiaba los conglomerados humanos. Así, descubrí la conexión entre la historia aprendida en el colegio con la sociología que estudia a las sociedades estatalmente constituidas. Ingresé a la carrera de Sociología en la Universidad Cooperativa de Colombia en 1976, época en que era un apéndice de la Universidad Nacional de Colombia, tanto en su plan de estudios y en el ambiente de protesta estudiantil, como en su planta profesoral que pertenecía en un ochenta por ciento a dicha universidad.
En esta época, el currículo de sociología tenía un fuerte componente histórico, puesto que los estudiantes de esa generación debíamos cursar siete historias: tres historias universales, tres historias de Colombia y un seminario de problemas latinoamericanos. La carrera brindaba un panorama general del devenir humano en occidente a partir de lo grecolatino, en Latinoamérica desde la conquista española y en Colombia desde las confederaciones prehispánicas indígenas.
Para este año las facultades de sociología vivían un momento muy álgido de la historia nacional. Las décadas del sesenta y del setenta constituyen el surgimiento y afianzamiento de los grupos guerrilleros que hoy se encuentran negociando la paz, cuando reinaba la fuerte convicción de que el cambio social se lograría única y exclusivamente a través de las armas. La gran mayoría de los estudiantes y profesores de las facultades de sociología participaban de este pensamiento, el cual se debía analizar y debatir. No sucedía solamente en la universidad donde yo estudié, sino en todas las universidades del país que contaban con una facultad de Sociología, situación que llevó al cierre de la mayoría de ellas.
A los diez y nueve años, como estudiante universitario, vivencié un momento de ruptura muy contestatario, el cual constituyó el cuarto referente que marcó la trayectoria de mi vida. Significa darse cuenta, a través de profesores, lecturas y compañeros, que la realidad latinoamericana tiene una dinámica muy diferente a la realidad norteamericana y europea. Significa entender de qué están hablando muchos sociólogos, historiadores y politólogos cuando se refieren al primero, segundo y tercer mundo, y por qué ubican a Colombia, a América Latina, a África y parte de Asia en este último.
Significó también empezar a sensibilizarse con los grandes sectores colombianos marginados, como indígenas y afrodescendientes, que aún hoy continúan sin un protagonismo significativo frente a los grupos políticos tradicionales que han dirigido y siguen dirigiendo al país. Hoy disponen de más leyes que los amparan, sin embargo, continúan fuera de las grandes decisiones nacionales. Ello significó ver y sentir el choque violento entre unos y otros, y participar de una ilusión de vivir en un país mejor en medio de la desesperanza, porque conocer el proceso histórico conduce a entender que el cambio social es muy lento, frente a la inmediatez del pensamiento que desea una transformación instantánea, y esto trae exasperación en la elección del mejor camino.
Tuve excelentes profesores durante el pregrado, la mayoría repartía su tiempo entre la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional y las cátedras en nuestra carrera, por los constantes paros estudiantiles