que tenía de contar con pasión el relato histórico y la forma de sentir el conocimiento que transmitía. Recuerdo a Diego Cardona, profesor de Historia contemporánea, por la claridad y coherencia de su discurso y por el compromiso político con la nación, y al profesor Luis Guillermo Vasco por la rigurosidad en el pensar en su materia dialéctico-materialista.
JS: ¿Y eso que vivió cómo influyó en el querer ser maestro? ¿Cómo lo llevó posteriormente al deseo del maestro que va al aula, que quiere enseñar y formar a otros?
SM: Tengo como recuerdo que en muchos juegos infantiles me gustaba representar el aula como maestro o alumno en un ambiente de clases. La paradoja de haber sido maestro durante cuarenta años, del quehacer docente y de todo el ejercicio académico que marcó toda mi vida, es que yo nunca tuve cursos de educación, pedagogía o didáctica durante el pregrado; y tampoco mi título fue como licenciado. Mi formación apuntó a desenvolverme en sociología política, sociología histórica, teoría sociológica e investigación. Pero siempre sabía que quería ser maestro, y que era agradable enseñar a otros lo que yo sabía.
JS: ¿Cuándo se vinculó como profesor en la Universidad Javeriana? ¿Qué recuerda especialmente de sus primeros años como profesor de la Javeriana? ¿Cuándo se vinculó y con qué asignaturas?
SM: Cuando me vinculé a la Universidad Javeriana yo ya tenía una experiencia de nueve años como profesor universitario. Al culminar mi carrera de Sociología en 1983, se abrió un concurso para ocupar la cátedra de Historia, en la Facultad de Sociología de la universidad donde terminé los estudios de pregrado. Nos presentamos tres candidatos y yo fui el seleccionado. Comencé así con la cátedra universitaria y a ocupar el puesto de mi maestro de historia que arriba mencioné. Me estrené como profesor con los compañeros de profesión que venían en los primeros semestres, y mucho estudio y preparación me otorgaron firmeza para abrirme camino frente a ellos, en el ambiente duro de la década del ochenta, donde un profesor de Sociología no solamente debía poseer un conocimiento genuino de lo que enseñaba, sino además tener una posición política radical frente al cambio del país.
Mi formación apuntó a desenvolverme en sociología política, sociología histórica, teoría sociológica e investigación. Pero siempre sabía que quería ser maestro, y que era agradable enseñar a otros lo que yo sabía.
Las cátedras se fueron ampliando y su naturaleza fue favorable para madurar poco a poco en el discurso. De Historia general y de Historia de Colombia pasé a teorías sociológicas como positivismo clásico, sociología comprensiva y Escuela de Frankfurt. Lo anterior demandó mucha lectura, visión crítica, comparación de ideas y trabajo interpretativo tomando como ejemplo la realidad nacional.
Unos años después se amplió el vínculo con la Facultad de Educación de la misma universidad en el programa de Licenciatura en Básica Primaria, y ahí fue la primera vez que confluyeron sociología y educación, para dar cabida al surgimiento de un campo inmenso que se abrió posteriormente en varias facultades de educación de Bogotá, como fue la sociología de la educación. Al comienzo esta decisión se fundamentó en el deseo, pero luego fue necesario emprender un concienzudo estudio sobre la historia de la educación y las teorías pedagógicas. El ejercicio docente llevó a consultar una amplia documentación que iba alimentando poco a poco el campo educativo y significó afianzar el convencimiento de que la vía más efectiva para transformar a una sociedad, sin recurrir a las armas, era el fortalecimiento de su sistema educativo.
Para esta época los ejemplos que ilustraban esta convicción eran los países abanderados en educación, llamados los tigres asiáticos: Singapur, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur. También circulaba por escrito la experiencia de la escuela Summer Hill, dirigida por Alexander Neill en Inglaterra, junto con el trabajo pionero de Paulo Freire en el Brasil, plasmado en su Pedagogía del oprimido. Hoy soy un firme convencido de que el cambio social más poderoso lo brinda la democratización del conocimiento en sus diferentes fuentes, lo mismo que en el rediseño de los sistemas educativos de cada país que permitan mejorar la condición humana.
Hoy soy un firme convencido de que el cambio social más poderoso lo brinda la democratización del conocimiento en sus diferentes fuentes, lo mismo que en el rediseño de los sistemas educativos de cada país que permitan mejorar la condición humana.
Para concluir la década del ochenta, un compañero de trabajo, me comentó que en la Pontificia Universidad Javeriana estaban requiriendo profesores de sociología para un programa en educación, el cual atendía la formación en licenciatura de maestros en ejercicio, en todo el territorio nacional mediante la modalidad de educación abierta y a distancia, y en el cual estaban inscritos siete mil maestros de todo el país. La entrevista era inmediata con la directora del Centro Universidad Abierta y a Distancia, Omayra Parra de Marroquín, y fui invitado a vincularme de tiempo completo a este programa como tutor evaluador desde 1989 hasta 1994.
Comencé con el Módulo de Sociología de la Educación I, que con el paso del tiempo se fue ampliando hasta cubrir los niveles dos y tres. Transcurrieron cinco años en los que el trabajo docente consistía en evaluar de manera oportuna y con retroalimentación cada uno de los trabajos escritos que los alumnos-maestros enviaban desde sus regiones, responder tutorías telefónicas, efectuar desplazamientos por el territorio nacional para atender tutorías presenciales, diseñar material pedagógico para reforzar los contenidos de cada módulo, digitar las calificaciones en el sistema virtual que apenas comenzaba a implementarse, diseñar exámenes a distancia y presenciales y asistir a la aplicación de las pruebas presenciales.
Recuerdo haber viajado por Cundinamarca, Tolima, Neiva y Caquetá para desarrollar tutorías presenciales con los alumnos-maestros. Uno de los viajes fue a un pueblo que se llamaba La Esperanza, en Florencia - Caquetá, en medio de la selva. Para entonces era un caserío, ahora me imagino que está más poblado. La pequeña biblioteca del centro educativo estaba conformada únicamente por algunas cartillas descuadernadas y por los módulos que la Pontificia Universidad Javeriana entregaba a la maestra de la escuela para que estudiara su licenciatura.
Estas experiencias fueron oportunidades muy valiosas para conocer de viva voz las realidades múltiples que hoy atraviesan los maestros colombianos, habitantes de diferentes zonas rurales del país y de espacios muy alejados del acontecer de las grandes urbes. Lo rural comenzó a verse desde los ojos de la educación, y en las dinámicas propias en que transcurría la vida de muchas escuelas y de maestros con escasos recursos para la enseñanza, pero con profundos deseos de aprender y de titularse para ejercer más profesionalmente la docencia gracias al programa que les ofrecía la Pontificia Universidad Javeriana.
El equipo de tutores evaluadores, a cargo de los tres módulos de Sociología de la educación, estuvo conformado por diferentes profesionales del área de humanidades, quienes transitaron durante los seis años de mi permanencia en el programa. Los más estables y los únicos que teníamos desde el pregrado la formación de sociólogos fueron Aurora Vidales y Luis Alberto Arias. Las preocupaciones de entonces se podían resumir en tres aspectos: las condiciones de aislamiento en que vivían las distintas regiones respecto de la capital del país en cuanto a difíciles vías de comunicación y pocas fuentes de información escrita; los contenidos de las asignaturas se encontraban desconectados de las dinámicas particulares vividas en las diferentes zonas rurales y los grandes sistemas teóricos de la sociología clásica resultaban incomprensibles para la gran mayoría de los alumnos-maestros.
El enfoque de formación para los maestros inscritos en el programa era el de generar una educación en la autonomía que se lograba en gran parte al propiciar una disciplina de estudio individual y en grupo con compañeros cercanos, llevándolos a la escritura coherente de textos mediante la elaboración de síntesis que dieran cuenta de los diferentes autores, teorías y conceptos. Se les planteaba situaciones educativas hipotéticas para que ellos interpretaran y dieran cuenta por escrito de sus situaciones particulares ocurridas en las escuelas en las que laboraban. Aquellas preocupaciones se relacionaban directamente con la situación del país, desde la perspectiva de desear que los maestros se formaran cada vez mejor, y con ello contribuir al cambio educativo que en ese entonces se planteaba.
Este programa era muy interesante porque tenía una conexión con la televisión