Vitalli y Mario Vitalli” (1989).
6 Testimonio de Antonio, Obrero tractorista de siembra y maquinista de cosecha. Ortiz Basualdo, Pergamino, Provincia de Buenos Aires, 12 de agosto de 2009.
7 Testimonio de Diego, obrero maquinista de cosecha. Pergamino, Provincia de Buenos Aires, 26 de agosto de 2009.
8 Fuente: Departamento Judicial de Pergamino. Archivo Departamental. Tribunal del Trabajo. Expediente N° 22.972. “Amici, Marino Ramón c/ Domingo Vitalli, Carlos Vitalli y Mario Vitalli” (1989); Ministerio de Economía y Finanzas Públicas. INDEC y Dirección Nacional de Política Macroeconómica.
9 Ídem.
10 Así fue, por ejemplo, el caso de Rito Velázquez contra la semillera Cargill, en 1973, que analizamos más adelante. Fuente: Departamento Judicial de Pergamino, Archivo Departamental. Tribunal de Trabajo. Expediente N° 5.925 “Velazquez, Rito Eleuterio c/ Cargill S.A.”
11 Ídem.
Capítulo 2
De jornaleros combativos a peones apáticos
Este capítulo se dedica a sintetizar, en base a estudios previos, el proceso histórico en que se conformó una clase trabajadora en la agricultura pampeana entre fines del siglo XIX y principios del XX, explorando las condiciones objetivas y subjetivas en que ese primer proletariado agrícola fue forjando sus luchas e identidad específica. Posteriormente, nos detenemos en las metamorfosis socio-económicas y políticas que fueron reduciendo, dispersando y dividiendo a ese primer conglomerado obrero —a la vez que aplacando o doblegando sus brotes cada vez más esporádicos de combatividad— hasta demarcar dos universos diferentes y desconectados entre sí: el de los estibadores sindicalizados que se mantuvieron realizando tareas manuales cada vez más periféricas; y el de los operarios de maquinaria, más calificados que aquellos, pero desorganizados y asimilados culturalmente a los clásicos peones generales de las estancias.
Una original masa de desposeídos
Es muy probable que para cualquier trabajador de nuestros días, la jornada “de sol a sol” sea una reivindicación poco atractiva. Más bien, hasta podría sonar como un deseo patronal. Sin embargo, a principios del siglo XX era una demanda de los primeros obreros agrícolas, que podían trabajar desde bastante antes del amanecer hasta entrada la noche.
“Aquí se trabaja activamente para que los dueños de trilladoras implementen las siguientes mejoras: trabajo de sol a sol, con dos horas de descanso; comida buena y abundante; agua limpia y fresca, y salario mínimo de tres pesos. La agitación producida con todo tacto se traduce en entusiasmo […] La necesidad va haciendo agrupar a los trabajadores, pues en casi todas las máquinas los hacen trabajar más horas y en peores condiciones que en años anteriores.”
La crónica pertenece a un número del periódico socialista La Vanguardia, del 16 de enero de 1904 (Craviotti, 1993:56). La “agitación” de los trabajadores de las máquinas trilladoras de Pergamino respondía a una contraofensiva patronal ante las conquistas que habían obtenido en temporadas anteriores, después de una serie de medidas de lucha. Así, a menos de diez años del despegue agrícola de la zona pampeana, en 1895, los trabajadores rurales manifestaron sus reivindicaciones a través de un ciclo de huelgas. Es decir, elaborando algún tipo de respuesta colectiva a su situación, a diferencia del predominio de búsquedas de tipo individual que caracterizaron las contestaciones del “Flaco Loco” y otros como él en nuestros días. Esa suerte de partida de nacimiento como sector del movimiento obrero, hizo visible su despunte como un grupo social con intereses propios en la infancia del capitalismo criollo. En adelante, esa y futuras protestas darían cuenta del tipo de subjetividad que esa generación de peones, braceros, carreros y estibadores, fueron moldeando al calor de sus experiencias en el “granero del mundo”.
Los hombres y mujeres que formaron esa clase trabajadora de la agricultura pampeana tuvieron orígenes sociales, nacionales y culturales muy diversos. No obstante, se reconocieron bastante rápidamente en los caminos compartidos que les deparó su condición obrera en el tormentoso parte aguas de los siglos XIX y XX. Para muchos de ellos, la desposesión y el trabajo asalariado ya era un lugar familiar. Pero para muchos otros, se trató de una situación novedosa, inesperada, y hasta traumática.
Esta flamante masa de trabajadores despojados se empleó a cambio de un salario en los cultivos de maíz, trigo y lino, que jamás se habían sembrado en la extensión que tuvieron a partir de entonces. En sus comienzos, a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX, este proletariado agrícola se compuso de tradicionales peones ganaderos, no tan antiguos esquiladores, esquivos gauchos independientes, campesinos precarios, e indígenas desarraigados, todos de las más variadas zonas del país (Pianetto, 1984). Ninguno halló demasiados medios de vida alternativos al trabajo asalariado cuando alambrado y remington mediante, la expansión y puesta en producción de las propiedades de grandes terratenientes fue cercenando sus posibilidades de autosubsistencia en distintos puntos del país (Cornblit et al, 1966; Azcuy Ameghino, 2011). Así, en los inicios de la expansión, hacia 1900, esta masa humana que se presentaba a las cosechas era descripta por algunos observadores de la época como “un largo ejército de la gente sin trabajo de muchos departamentos del norte y de las provincias vecinas [que] desfila silencioso por nuestros caminos. No podríamos precisar su número pero pueden contarse por millares. Es el éxodo de los desesperados del hambre”12.
Aún en 1904, para cuando La Vanguardia publicaba su crónica de la agitación de los obreros trilladores en Pergamino, el componente rural y autóctono de muchos de los trabajadores agrícolas seguía siendo importante, como señaló Bialet Massé (1985:97-99):
“[…] caen también a la cosecha muchos santiagueños, cordobeses y correntinos, algunos catamarqueños y riojanos y uno que otro tucumano, y no son pocos los peones del Rosario, Santa Fe y Córdoba, y aún artesanos que abandonan las ciudades […] En la región noreste de Santa Fe se prefiere al indio mocoví a todo otro trabajador, por su energía, persistencia y agilidad. En la parte occidental dominan los cordobeses, riojanos y catamarqueños. En el centro y sur los correntinos y entrerrianos toman mucha parte en el trabajo.”
La mano de obra que componían estos variados personajes nativos fue relativamente suficiente para la agricultura mientras esta se limitó a las experiencias de colonización del tercer cuarto del siglo XIX (Ortiz, 1964). En los inicios del siglo XX, en cambio, el cultivo de los suelos se expandió vertiginosamente mucho más allá de esas fronteras. Es así que para 1913 la agricultura ocupaba 58 veces más hectáreas que en 1870, y las exportaciones de granos habían pasado del 1% a casi el 50% del total (Ferrer, 2010). Este crecimiento formidable del cultivo de los suelos supuso grandes transformaciones sociales. De ahí que ya para la época en que escribía sus crónicas Bialet-Massé, aquellos difusos y escasos proletarios criollos de un principio se habían confundido junto a una masa de hombres y mujeres mucho más vasta y variada, fruto del aluvión inmigratorio sin el cual hubiera sido imposible resolver las tareas que demandaba una actividad agrícola de esa envergadura dadas las técnicas de la época (Volkind, 2009a).
Convocados por las perspectivas que parecía ofrecer la Argentina de esos años, decenas de miles de proletarios europeos arribaron aquí a fines del siglo XIX, escapando a la miseria y la desocupación que creó entre ellos la gran industria capitalista, como también lo hicieron artesanos y cuentapropistas asediados por la larga depresión y los monopolios que pasaron a dominar los mercados (Beaud, 1984). Además, el desarrollo capitalista en las áreas rurales expulsaba cotidianamente a miles de campesinos, que resultaron componentes sustanciales de este flujo migratorio. Sin embargo, de este lado del mundo, la gran propiedad territorial frustró las expectativas de la mayoría de ellos de transformarse en prósperos propietarios