Brian McClellan

Promesa de sangre (versión española)


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le correspondería al hijo de un duque. Cuando él nació, Nila tenía trece años y era aprendiz de lavandera para los Eldaminse. Jakob le había tomado cariño desde el momento en que aprendió a andar, para disgusto de su madre y de su institutriz.

      —Sentaos aquí —dijo Nila colocándole una manta limpia y seca cerca del fuego—. Solo unos minutos, y luego deberéis volver a la cama antes de que Ganny se despierte.

      El niño se acomodó sobre la manta y observó mientras Nila calentaba la plancha en la lumbre y extendía la ropa de su padre. Pronto los ojos comenzaron a pesarle, y se recostó.

      Nila llevó una gran palangana y la colocó a un lado de la olla de hierro. Estaba a punto de echar el agua cuando la puerta volvió a abrirse.

      —¡Nila!

      Ganny estaba en la entrada de la cocina, con las manos en las caderas. Tenía veintiséis años y era mucho más severa de lo que correspondía a su edad, muy adecuada para ser la institutriz del heredero de un ducado. Llevaba su cabello color cacao en un moño bien ceñido, detrás de la cabeza. Aun con la ropa de dormir, Ganny tenía una apariencia más formal que Nila, con su vestido simple y sus rebeldes rizos caoba.

      Nila se llevó un dedo a los labios.

      —Sabes que él no debería estar aquí —dijo Ganny bajando la voz.

      —¿Qué debo hacer? ¿Decirle que no?

      —¡Por supuesto!

      —Déjalo en paz, por fin se ha dormido.

      —Se resfriará ahí en el suelo.

      —Está acostado junto al fuego —replicó Nila.

      —¡Si la duquesa lo encuentra aquí, se pondrá furiosa! —Ganny levantó un dedo y lo agitó—. No te defenderé cuando ella te deje en la calle.

      —¿Alguna vez me has defendido?

      Los labios de Ganny formaron una línea rígida.

      —Esta noche le recomendaré a la duquesa que te eche. No eres más que una mala influencia para Jakob.

      —Y yo… —Nila echó una mirada al niño dormido y cerró la boca. No tenía familia ni contactos. Ya le desagradaba a la duquesa. El duque Eldaminse tenía el hábito de acostarse con las sirvientas, y últimamente la miraba con más frecuencia. Nila no necesitaba tener problemas con Ganny, aun si solo era una bravucona—. Lo siento, Ganny —dijo—. Lo llevaré de vuelta a la cama. ¿Tienes alguna prenda que necesites que te lave?

      —Esa actitud es mejor —dijo Ganny—. Ahora... —Fue interrumpida por un golpeteo en la puerta principal, con el volumen suficiente para oírse hasta el otro lado de la casa—. ¿Quién llama a estas horas de la madrugada? —Ganny se cubrió con la ropa de dormir y se dirigió al vestíbulo—. ¡Despertará al señor y a la señora!

      Nila apoyó las manos en las caderas y miró a Jakob.

      —Vais a causarme problemas, joven amo.

      Los ojos del niño se abrieron.

      —Lo siento —dijo.

      Ella se arrodilló a su lado.

      —Está bien, volved a dormir. Dejad que os lleve a la cama.

      Acababa de levantarlo cuando oyó un alarido que provenía del frente de la casa. Luego siguieron gritos y unos pasos que subían corriendo la escalera y pasaban al vestíbulo principal. Nila oyó voces masculinas, enérgicas, que no pertenecían a nadie del personal de la casa.

      —¿Qué pasa? —preguntó Jakob.

      Ella lo puso de pie para que él no notara que le temblaban las manos.

      —Rápido —le dijo—, meteos en la palangana.

      A Jakob le tembló el labio inferior.

      —¿Por qué? ¿Qué está sucediendo?

      —¡Escondeos!

      El niño se metió en la palangana. Ella le echó la ropa sucia encima y la amontonó bien alto, luego salió al vestíbulo.

      Chocó contra un soldado. Este volvió a hacerla entrar en la cocina de un empujón. Enseguida se le sumaron otros dos hombres, y luego otro, que agarraba a Ganny de la nuca. La empujó y ella cayó al suelo. Los ojos de la institutriz reflejaban una mezcla de miedo e indignación.

      —Estas dos bastarán —dijo uno de los soldados. Llevaba el azul oscuro del ejército adrano, con dos tiras doradas sobre el pecho, y una medalla plateada que indicaba que había servido a la corona en el extranjero. Comenzó a aflojarse el cinturón y dio un paso en dirección a Nila.

      Nila cogió la plancha caliente de la lumbre y le golpeó el rostro con fuerza. El soldado cayó, ante los gritos de sus camaradas.

      Un soldado la agarró por los brazos; otro, por las piernas.

      —Es combativa —dijo uno.

      —Eso dejará una marca —dijo otro.

      —¡¿Qué significa esto?! —Ganny había vuelto a ponerse de pie, por fin—. ¿Sabéis a quién pertenece esta casa?

      —Cállate. —El soldado al que Nila había golpeado se había puesto de pie, con una quemadura inflamada que le abarcaba medio rostro. Le dio a Ganny un fuerte puñetazo en el estómago—. Ya llegará tu turno. —Se volvió hacia Nila.

      Nila forcejeó contra unas manos demasiado fuertes para ella. Se volvió hacia la palangana, con la esperanza de que Jakob no viera eso, y cerró los ojos esperando el golpe.

      —¡Heathlo! —ladró una voz. Cuando las manos que la aferraban la soltaron de pronto, Nila volvió a abrir los ojos—. ¿Qué demonios estás haciendo, soldado?

      El hombre que había hablado llevaba el mismo uniforme que los otros, salvo por un triángulo de oro enganchado en su solapa de plata. Tenía el cabello rubio y la barba pulcramente recortada. Le colgaba un cigarro en la comisura de la boca. Nila nunca había visto un soldado con barba.

      —Solo nos estamos divirtiendo un poco, sargento. —Heathlo le echó una mirada amenazante a Nila y se volvió hacia el sargento.

      —¿Divirtiendo? Para nosotros no hay diversión, soldado. Esto es el ejército. Ya habéis oído las órdenes del mariscal de campo.

      —Pero, sargento…

      El sargento se inclinó y recogió la plancha del suelo. Miró la parte de abajo y luego la quemadura que el soldado tenía en el rostro.

      —¿Quieres que yo te deje una marca parecida en el otro lado?

      Los ojos de Heathlo se endurecieron.

      —Esta perra me ha golpeado.

      —Yo te golpearé en un lugar más bonito que la cara la próxima vez que te vea tratando de violar a una ciudadana adrana. —El sargento lo apuntó con su cigarro—. Esto no es Gurla.

      —Informaré sobre esto al capitán, señor —dijo Heathlo con desdén.

      El sargento se encogió de hombros.

      —Heathlo —dijo uno de los soldados—. No lo presiones. Lo siento, sargento. Es nuevo en la compañía.

      —Pues mantenlo a raya —replicó el sargento—. Él será nuevo, pero espero más de vosotros dos. —Ayudó a Ganny a levantarse, luego se tocó la frente con el dedo en dirección a Nila, a modo de saludo—. Señorita, estamos buscando al hijo del duque Eldaminse.

      Ganny miró a Nila. Nila se dio cuenta de que la otra estaba aterrorizada.

      —Estaba contigo —dijo la institutriz.

      Nila se obligó a mirar los ojos azules del sargento.

      —Acabo de llevarlo a la cama.

      —Id —les dijo el sargento a sus soldados—. Encontradlo.