de pólvora. Sabon parecía haber envejecido diez años en los dos que habían pasado desde la última vez que se vieron—. No me gusta —agregó Taniel quitándose el fusil y el morral del hombro y apoyándolos sobre la alfombra de felpa roja. Se inclinó para frotarse las piernas y devolverles la sensibilidad después de pasar veinte horas en un carruaje—. Es muy frío en invierno, muy solitario en verano. Y un espacio como este solo logra atraer huéspedes.
Sabon se acercó riéndose. Estrechó la mano de Taniel y luego lo abrazó.
—¿Cómo andan las cosas en Fatrasta?
—¿Oficialmente? Siguen en guerra con Kez —dijo Taniel—. Extraoficialmente, Kez ha pedido la paz y casi todos los regimientos han regresado a los Nueve. Fatrasta ha ganado su independencia.
—¿Has matado a algún Privilegiado keseño por mí? —dijo Sabon.
Taniel levantó su fusil a la luz. Sabon pasó el dedo por la hilera de marcas hechas en la culata y silbó con apreciación.
—Incluso a algunos Guardianes —dijo Taniel.
—Esos son difíciles de matar —dijo Sabon.
Taniel asintió.
—Necesité más de una bala para los Guardianes.
—Taniel “Dos Tiros” —dijo Sabon—. Has sido el tema de conversación de los Nueve durante todo un año. La camarilla real estaba aterrorizada. Quería que Manhouch te ordenara regresar. Un Marcado matando a Privilegiados, aunque fueran keseños, sienta un mal precedente.
—Ya es muy tarde, supongo —dijo Taniel mirando el gran salón a oscuras. O no estarían allí. Si todo había salido según lo planeado, Tamas había masacrado a la camarilla real y capturado a Manhouch.
—Se llevó a cabo hace unas horas —dijo Sabon.
A Taniel le pareció ver un brillo de dureza en los ojos del viejo soldado.
—¿Algo ha salido mal?
—Hemos perdido cinco hombres. —Sabon recitó una serie de nombres.
—Que descansen con Kresimir. —Incluso mientras lo decía, a Taniel la plegaria le sonó vacía. Hizo una mueca—. ¿Y Tamas?
Sabon suspiró.
—Está… cansado. Derrocar a Manhouch solo es el primer paso. Todavía tenemos que llevar adelante la ejecución, establecer un nuevo gobierno, lidiar con los keseños, con el hambre, con la pobreza. La lista sigue.
—¿Prevé que habrá problemas con el pueblo?
—Tamas prevé prácticamente todo. Surgirán realistas. Sería estúpido pensar que eso no sucederá, en una ciudad de un millón de habitantes. No sabemos cuántos habrá, o cuán organizados estarán. Tamas te necesita, a ti y a Vlora. ¿No ha venido contigo?
Taniel echó una mirada hacia Ka-poel. Era la única persona que había en el salón, además de ellos. Había dejado el equipo de Taniel en el suelo y ahora recorría lentamente el lugar, observando pinturas que apenas podían verse en la oscuridad. Llevaba el morral colgado sobre un hombro.
A Taniel se le tensó la mandíbula.
—No.
Sabon retrocedió un paso e hizo un gesto con la cabeza en dirección a Ka-poel.
—Mi ayudante —dijo Taniel—. Es de Dynize.
—Es salvaje, ¿no? —respondió Sabon pensativo—. ¿El Imperio Dynizano finalmente ha abierto las fronteras? Es una gran noticia.
—No —dijo Taniel—. Algunas de las tribus dynizanas viven en el oeste de Fatrasta.
—No parece ser más que un niño.
—Ten cuidado de no llamarla “niño” —dijo Taniel—. Es un poco quisquillosa sobre eso.
—Una niña, entonces —dijo Sabon mirándolo con ironía—. ¿Se puede confiar en ella?
—Le he salvado la vida más veces que ella a mí —dijo Taniel—. Los salvajes se toman muy en serio ese tipo de cosas.
—Entonces, no son tan salvajes —murmuró Sabon—. Tamas querrá saber por qué Vlora no está aquí.
—Deja que yo me encargue de eso.
Tamas preguntaría sobre Vlora incluso antes de preguntar sobre Fatrasta. Taniel sabía que sería tonto imaginarse que en dos años las cosas habrían cambiado demasiado. Dos años. Por el abismo. ¿Había pasado tanto tiempo? Dos años antes, Taniel había partido hacia el exterior para lo que sería un pequeño viaje a la colonia keseña de Fatrasta. Necesitaba tiempo para “calmar los nervios”, había dicho Tamas. Taniel llegó una semana antes de que declararan su independencia de Kez y se vio obligado a elegir un bando.
Sabon asintió con la cabeza.
—Te llevaré con él, entonces.
Sabon retiró el farol de su soporte mientras Taniel recogía sus cosas. Ka-poel los seguía unos pasos por detrás mientras ellos avanzaban por los oscuros pasillos. La Casa de los Nobles era un lugar enorme y sobrecogedor. Las gruesas alfombras acallaban sus pasos, por lo que se movían casi como fantasmas. A Taniel no le gustaba el silencio. Le recordaba demasiado al bosque, cuando había enemigos al acecho. Doblaron una esquina y vieron luz proveniente de una habitación al final del pasillo. También voces, que sonaban a gritos de ira.
Taniel se detuvo en la entrada de una habitación bien iluminada, la antesala del despacho de algún noble. Dentro había dos hombres frente a frente junto a una chimenea enorme. No había ni medio metro entre ellos, y tenían los puños apretados, a punto de comenzar a pelear. Un tercer hombre, un guardaespaldas de mucha presencia y las facciones golpeadas de un púgil, estaba de pie a un lado, con expresión perpleja, preguntándose si debería intervenir.
—¡Tú lo sabías! —estaba diciendo el hombre más pequeño. Tenía el rostro rojo y se alzaba de puntillas para tratar de igualar la altura del otro. Se empujó unos lentes sobre la nariz, pero se le volvieron a desacomodar—. Dime la verdad, ¿planeaste esto desde el principio? ¿Sabías que adelantarías los planes?
El mariscal Tamas levantó las manos frente a él, con las palmas hacia delante.
—Por supuesto que no lo sabía —dijo—. Lo explicaré todo mañana por la mañana.
—¡Durante la ejecución! ¿Qué clase de golpe de estado…? —El hombre más pequeño notó la presencia de Taniel y se calló—. Sal de aquí, esta es una conversación privada.
Taniel se descubrió la cabeza y se apoyó contra el marco de la puerta abanicándose con aire despreocupado.
—Pero justo estaba poniéndose interesante —dijo.
—¿Quién es este crío? —le espetó a Tamas el hombrecito.
¿Crío? Taniel miró al mariscal de campo. Tamas no podría haber estado esperándolo esa misma noche, pero no mostró un ápice de sorpresa. No era un sujeto que exteriorizara sus emociones. Taniel a veces se preguntaba si realmente tenía alguna.
Tamas dejó escapar un suspiro.
—Taniel, me alegro de verte.
¿Era cierto eso? Tamas parecía de todo menos contento. Había perdido algo de cabello durante los dos últimos años, y ahora tenía el bigote más gris que negro. Se estaba haciendo viejo. Taniel le hizo un gesto leve con la cabeza.
—Disculpadme —dijo Tamas después de una breve pausa—. Taniel, este es Ondraus, el tesorero. Ondraus, este es el Marcado Taniel, uno de mis magos.
—Este no es lugar para un crío. —Ondraus vio a Ka-poel rondando detrás de Taniel. Entrecerró los ojos— … y una salvaje —continuó. Volvió a entrecerrar los ojos, como si no estuviera seguro de lo que había visto la primera vez. Dijo algo entre dientes.
Tamas