Aiden Thomas

Los chicos del cementerio


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que nos descubran!

      Julián se sacudió los brazos con gesto de mal humor.

      —Tch, lo que me faltaba… —gruñó metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Dónde está mi teléfono?

      —Seguramente con tu cuerpo. —Yadriel no sabía cómo decirlo delicadamente, pero Julián pareció más molesto que conmocionado ante la mención de su cadáver—. Mañana buscaremos a tus amigos en el instituto, ¿de acuerdo?

      —¿Mañana? —Julián sacudió la cabeza—. Ni hablar, tenemos que encontrarlos esta noche para…

      —Esta noche no podemos ir —lo cortó Yadriel.

      —Pero…

      —Es muy tarde, bastante más de medianoche. Si mi papá se entera de que no estoy en casa a estas horas y de que encima voy con un espíritu que invoqué contra las reglas, me castigará…

      —¿Que te castigará? —repitió Julián arrugando la cara como si jamás hubiera oído esa palabra.

      —… y no me dejará participar en el aquelarre…

      —No tengo ni idea de qué es eso.

      —… y entonces sí que mañana no podremos hacer nada de nada. —Ya podían ver su casa; lo único que quedaba era conseguir que Julián entrara sin que nadie se diera cuenta—. Por no hablar de que mañana hay clase y me tengo que levantar dentro de pocas horas.

      —¿Clase? —Julián lo miró profundamente ofendido—. ¿De verdad que, ahora mismo, lo que te preocupa son los estudios?

      A pesar del gruñido que soltó, de algún modo se abstuvo de discutir. Solo se metió las manos en los bolsillos de su bomber mientras miraba a Yadriel con la cara enfurruñada.

      —¿No podría tener una versión fantasma de un teléfono o algo así? —murmuró para sí.

      —¿Maritza? ¿Yadriel?

      Yadriel se volvió de un salto y vio que Diego y Andrés se les acercaban. Ambos llevaban linternas en una mano y sus dagas curvas en la otra.

      —¿Qué están haciendo aquí fuera? —preguntó Diego.

      El hermano de Yadriel los examinó con el ceño fruncido, pero a Julián no le dedicó más que un vistazo rápido. Ver espíritus en el cementerio no tenía nada de especial, así que, si Yadriel mantenía la calma, no sospecharía nada:

      —Em… —Se quedó mirando a Diego sin saber qué decir.

      —Queríamos ayudar a buscar a Miguel —dijo Maritza tranquilamente. Siempre que los descubrían haciendo algo que no debían, ella era la que tenía labia para salir del apuro—. Le pedimos a uno de los espíritus que nos ayudara a echar un vistazo por la iglesia antigua —añadió con un gesto de cabeza dirigido a Julián.

      Entonces, Diego sí que se fijó en él.

      Julián no dijo nada. Primero clavó la mirada en los portajes de ambos nahualos, pero después observó a Diego y Andrés con cara de no estar impresionado. Al final, levantó brevemente la barbilla, un saludo típicamente masculino.

      Hubo una pausa larga. Yadriel estaba convencido de que su hermano vería claramente la culpabilidad que se le reflejaba en el rostro o que, como mínimo, oiría el latir traicionero de su corazón.

      Pero Diego simplemente asintió y le dijo a Julián:

      —Bien, le diré a mi papá que ya miraron allá. —Volvió su atención a Yadriel y añadió—: Será mejor que vuelvas a casa antes de que la abuelita se enfade.

      Yadriel asintió con las mejillas ardiendo y, en cuanto Diego y Andrés se marcharon, soltó un gran suspiro.

      —¿Quiénes son esos payasos? —preguntó Julián arrugando la nariz.

      —Mi hermano y su amigo —contestó Yadriel pasándose el dorso de la mano por la frente—. Al menos ni él ni mi papá están en casa, así que solo tenemos que evitar que te vea la abuelita. —Se volvió a Maritza y dijo—: Quizás deberías irte a casa.

      Los rizos rosas y morados de Maritza rebotaron cuando se echó a reír y, con un puño en la cadera, sentenció:

      —Ni hablar, ¡yo quiero ver cómo acaba esto!

      —¿No se enfadará tu mamá? —preguntó Yadriel, tratando de no tomarse a mal que, para ella, su crisis fuera una fuente de diversión.

      —Ya le envié un mensaje; le dije que necesitas apoyo moral después de pelearte con tu papá.

      Yadriel frunció el ceño:

      —Vaya, gracias.

      —De nada. —Ella rio con sarcasmo—. Además, se te da fatal mentir y hacer cosas sin que nadie se entere. La única persona que puede conseguir que Casper llegue a tu cuarto sin que te descubran…

      —¡Eh, que te estoy oyendo! —interrumpió Julián.

      —… soy yo —concluyó Maritza.

      —¿Y cómo lo meteremos en casa sin que lo vea la abuelita? —preguntó Yadriel al borde de un ataque de nervios.

      —Sigilosamente —dijo ella meneando los dedos, pero dejó caer las manos cuando Yadriel se la quedó mirando hecho una furia—. Es muy tarde; seguro que ya se quedó dormida viendo Telemundo.

      Al parecer, la conversación aburrió a Julián, pues se acercó a una lápida e intentó recoger, sin éxito, la flor de cempasúchil que la adornaba.

      Yadriel sabía que su prima seguramente tenía razón, pero había varios factores que no estaba teniendo en cuenta:

      —Sí, bueno, mi papá y mi hermano ahora están buscando a Miguel, pero acabarán volviendo a casa. ¿Qué haré entonces?

      —¡Calma, Yads! ¡Primero una cosa y después la otra! Por ahora, subámoslo a tu cuarto y ya mañana nos preocuparemos del resto.

      Julián volvió hasta ellos con rostro dubitativo y, señalando a Yadriel con el pulgar, preguntó:

      —Entonces, ¿me voy a quedar con ella?

      —«Él» —lo corrigieron ambos nahuales al unísono.

      —¿Él? —Mirando a Yadriel, parpadeó con las cejas fruncidas, como si quisiera aclararse la vista.

      Yadriel empezó a sonrojarse ante el escrutinio. Se puso recto para parecer más alto; cerró los puños sudorosos, tensó los músculos y levantó la barbilla con un gesto de determinación (o así quería él que se interpretara).

      —¿Algún problema? —preguntó Maritza con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

      Julián no respondió con la rapidez suficiente, así que Maritza chasqueó los dedos para llamarle la atención. Con una expresión confusa a la par que ofendida, el espíritu contestó:

      —Ninguno.

      —Perfecto, ¡vamos! —Y Maritza se dirigió hacia la casa con una sonrisa alegre.

      Yadriel se frotó la cara. ¿Cómo se había metido en un lío tan inmenso en tan poco tiempo? De repente, el agotamiento lo atropelló como un camión.

      A su lado, Julián se balanceaba sobre los talones, mirando en derredor, hasta que finalmente se aclaró la garganta:

      —Bueno, em… ¿Dónde está tu casa?

      Yadriel suspiró y empezó a seguir a Maritza por el camino flanqueado de mausoleos bajos. Señaló hacia la iglesia que se veía en la distancia con un gesto de cabeza y dijo:

      —Allí. Vivimos en una casa pequeña no muy lejos de la iglesia.

      —¿Vives en un cementerio? —preguntó Julián perplejo.

      Yadriel se recolocó