Aiden Thomas

Los chicos del cementerio


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      —Pues… sí.

      Julián dio unos pasos hacia atrás, trastabillando, y su cuerpo fluctuó durante un momento como si una cámara estuviera tratando de enfocarlo.

      —Oh, Jesús… —Se llevó ambas manos a la cara y gruñó—: Mi hermano me va a matar.

      —Diría que ya va tarde —dijo Maritza atravesando el hombro de Julián con un dedo.

      —¡Para! —Julián apartó el brazo y se volvió hacia Yadriel—. Entonces, ¿qué? ¿Soy un fantasma?

      Yadriel no sabía qué pensar de aquel chico: no parecía ni enfadado ni consternado, sino más bien molesto, como si morirse no fuera más que un inconveniente.

      —Un espíritu.

      —¿Cuál es la diferencia? —preguntó Julián mientras espantaba con la mano a Maritza, que no dejaba de rondarlo como una mosca.

      —No lo sé, la verdad —trató de explicarse Yadriel, jugueteando con el colgante—. Creo que la palabra «fantasma» es un poco… ¿despectiva?

      Julián tenía la mirada fija en él, con los labios apretados y una ceja levantada, así que Yadriel trató de elaborar:

      —Nosotros usamos la palabra «espíritu».

      —¿Y quiénes son «nosotros»?

      —Ah, ella es Maritza —dijo Yadriel señalándola. Su prima meneó los dedos en forma de saludo y Julián se apartó aún más de ella—. Yo me llamo Yadriel y, em…

      A pesar de que se devanó el cerebro, no lograba encontrar las palabras adecuadas. Nunca había tenido que explicar quiénes eran los nahuales ni qué hacían, más que nada porque era un secreto sagrado importantísimo que dedicaban sus vidas a proteger.

      Mierda.

      —Somos nahuales y… podemos ver espíritus. Los nahualos les ayudan a cruzar al más allá —explicó Yadriel.

      —Y las nahualas sanan —añadió Maritza.

      —Ajá, conque practican hechicería, ¿no? —dijo Julián con escepticismo.

      Yadriel sacudió la cabeza:

      —No, no es eso.

      —Pues, por el aspecto que tienen, lo parece.

      Maritza ahogó una risotada y Yadriel se miró a sí mismo: llevaba vaqueros negros, sus botas militares favoritas y una sudadera negra que le quedaba muy grande. Seguramente, el bol ardiendo delante de él y los discos que llevaba en los lóbulos no ayudaban mucho.

      —Somos nahuales —lo corrigió con las mejillas coloradas—. Lo de la hechicería es…

      —¿Despectivo? —supuso Julián con una media sonrisa de suficiencia.

      Aquel comentario cambió las tornas y fue Yadriel el que acabó con el ceño fruncido. Julián se dirigió a Maritza:

      —Entonces, ¿tú puedes curar a la gente?

      —Ah, no, yo no sano —dijo ella tan tranquila—. Para sanar hay que usar sangre de animal y yo soy vegana.

      —Ajá. Y tú parece que puedes invocar fantasmas y enviarlos al más allá, que a saber qué significa eso.

      —Sí… Bueno, no —titubeó Yadriel tratando de explicarse—. Lo de liberar aún no lo hice…

      —Guau. —Los ojos de Julián iban del uno a la otra—. Son ustedes unos ineptos en esto de la hechicería, pues, ¿no?

      La indignación se apoderó del nahualo:

      —Oye, es mi primera vez, ¿lo entiendes?

      Julián parpadeó lentamente, casi con indiferencia.

      —A veces, los espíritus como tú se quedan atrapados entre la tierra de los vivos y la de los muertos —continuó Yadriel.

      —Ajá. —Julián puso cara de aburrido.

      —… y se enlazan a un ancla que los une a este mundo —explicó levantando el colgante—. Así que, para ayudarlos a cruzar al otro lado, tengo que destruir…

      —¡Ni se te ocurra! —exclamó Julián sacudiendo los brazos—. ¡Ese colgante me lo dio mi papá!

      Intentó arrebatárselo a Yadriel de nuevo, pero lo único que agarró fue un puñado de aire. Maritza se rio por lo bajo.

      —Calla y escucha —dijo Yadriel.

      Tomó su portaje y Julián puso una mueca burlona, una reacción que el joven nahualo no esperaría de una persona cuerda a la que le sacan un arma.

      —¿Qué vas a hacer? ¿Apuñalarme? —bromeó Julián dándose golpecitos en la sien con el dedo—. ¡Si ya estoy muerto!

      Aunque la idea era cada vez más tentadora, Yadriel dijo:

      —No, no te voy a apuñalar. Voy a usar la daga para destruir el enlace que te une a este mundo. —En cuanto vio que Julián abría la boca, lo interrumpió—: ¡Que no voy a hacerle nada al colgante! Tan solo voy a cortar el enlace que te une a él para que puedas cruzar al más allá y estar en paz, ¿de acuerdo?

      —No, no estoy de acuerdo.

      Yadriel gruñó exasperado. Por supuesto que el primer espíritu que había invocado no quería irse voluntariamente. Le había tenido que tocar uno difícil, cómo no.

      —Los fantasmas debemos ocuparnos de los asuntos que tengamos pendientes antes de ir al más allá, ¿no? Bueno, pues yo tengo asuntos pendientes —dijo Julián con gesto serio—. Quiero ver a mis amigos; estaban conmigo cuando morí. Necesito saber que están bien.

      Con una expresión que indicaba enfado y algo similar a la preocupación, añadió como de pasada:

      —Y a lo mejor ellos saben quién me mató.

      A Yadriel le dio un poco de pena, pero no tenía alternativa, así que dijo:

      —Yo te tengo que liberar ahora mismo. Todavía tenemos que buscar a Miguel y, además, si te quedas demasiado tiempo, te convertirás en algo oscuro y violento y acabarás haciendo daño a la gente.

      A pesar de lo perfectamente razonable que era su explicación, Julián se cruzó de brazos:

      —No.

      Yadriel se volvió hacia Maritza en busca de apoyo, pero ella se encogió de hombros. Como no veía otra salida, Yadriel se enderezó y agarró con fuerza su daga:

      —Mira, no quería llegar a esto. No nos gusta liberar a los espíritus por la fuerza…

      Julián arqueó una de sus pobladas cejas:

      —¿No habías dicho que esta sería tu primera vez?

      —… pero no me dejas elección.

      Yadriel alzó aún más el colgante en el aire. Aunque Julián permaneció inmóvil y desafiante, sus ojos iban y venían entre el rostro de Yadriel y su ancla hasta que el nahualo gritó:

      —¡Muéstrame el enlace!

      El portaje de Yadriel resplandeció con fuerza y bañó la iglesia con un cálido fulgor que los obligó a los tres a cerrar los ojos. En el aire apareció un hilo dorado que iba desde la medalla de San Judas hasta el centro del pecho de Julián. El espíritu intentó apartarse, pero la línea lo siguió.

      Yadriel respiró hondo, listo para decir las palabras sagradas:

      —¡Te libero a la otra vida!

      Julián cerró los ojos, preparándose para lo que fuera que iba a ocurrir.

      Yadriel alzó su portaje para dirigir el tajo correctamente, pero, en vez de cortar el hilo dorado, el filo de su arma chocó contra él. El contacto causó que saltaran chispas y que la daga le vibrara