modernizaciones al Estado, pero es recordado por la historia, principalmente, por su vasto programa de obras públicas132, incluyendo puentes, destacándose el viaducto del Malleco, edificios gubernamentales, la primera sección del ferrocarril trasandino, establecimientos educacionales, la canalización del río Mapocho y el dique seco de Talcahuano: “Balmaceda dejaría una huella innegable en Chile. El programa de obras públicas, no obstante, también conllevaba riesgos políticos”133. Ello, porque esta administración presidencial, de tantas realizaciones, podría inducir a sus opositores a evaluar negativamente un excesivo predominio de la Presidencia de la República en una época en que el Congreso estaba obteniendo cada vez más facultades.
En efecto, desde el año 1871, la Constitución de 1833, considerada fuertemente presidencialista y autoritaria, venía sufriendo diversas reformas, algunas de ellas con el propósito de reducir algunas atribuciones del Poder Ejecutivo. Así, en 1874, se modificó la composición del Consejo de Estado, al que entraron integrantes de ambas cámaras y, en cambio, los ministros eran privados del derecho a voto y podían ser destituidos por un voto de censura del Congreso. Asimismo, se simplificó el procedimiento para formular acusaciones contra los ministros de Estado y se dieron más atribuciones de fiscalización al Poder Legislativo. Además, el Poder Ejecutivo perdió facultades para los casos de estadots de excepción134.
El resultado de estos cambios constitucionales fue un sistema político donde el balance de poderes osciló desde un presidencialismo exacerbado a un seudo-parlamentarismo: “Estas reformas, destinadas (…) a restarle autoridad al Ejecutivo, dieron paso a una inmediata influencia del Congreso en la determinación de asuntos legislativos y de gobierno. Ellas no produjeron un adecuado equilibrio entre los dos poderes del Estado; sino, por el contrario, significaron un paulatino predominio del Congreso y, por otro lado, llevaron al Gobierno a una creciente intervención en los comicios electorales, buscando así formar un Congreso compuesto por gente dócil que le permitiera gobernar”135.
El principal defensor de Balmaceda, el ex ministro Julio Bañados Espinosa, llegó a afirmar que el jefe supremo de la nación “pasaba a ser, de sujeto pensante, a máquina de firmar decretos; de mandatario con atribuciones propias, a cegado ejecutor de otra autoridad; de uno de los tres poderes del Estado, a rodaje inerte de otro de los mismos…”136
Palacio de La Moneda, Santiago. Grabado publicado en la revista británica The Illustrated London News, 5 de septiembre de 1891.
Cabe hacer presente que, el sistema político así modificado, no podía ser considerado como parlamentario propiamente tal, ya que, en primer lugar, en los países que funcionan con este régimen, el Poder Ejecutivo está dividido entre el jefe de Estado y el jefe de Gobierno, que suele llevar el título de Primer Ministro. El mecanismo de equilibrio fundamental consiste en que, si el Poder Legislativo censura al Poder Ejecutivo, el Primer Ministro tiene la facultad de disolver al Poder Legislativo y convocar a elecciones, lo que permite un reacomodo de las fuerzas políticas137.
En cambio, en Chile, el equilibrio entre poderes que podía obtenerse, entre 1874 y 1891, dependía de la buena disposición de los actores políticos, lo que basta por sí solo para entender su precariedad. Por ello, precisamente, la personalidad del Presidente Balmaceda sería un factor determinante en el conflicto que precipitó la Guerra Civil de 1891.
Este carácter es lo suficientemente complejo y atrayente como para realizar un estudio aparte. Aquí nos limitaremos a citar algunos juicios, empezando por el de dos historiadores extranjeros: “Balmaceda era un oligarca entre oligarcas. Su personalidad dirigente, sus dotes retóricas y sus grandes capacidades no fueron discutidas por sus oponentes”138. No parece haber duda sobre sus buenas intenciones, cosa que incluso le reconocía un antiguo opositor: “tenía mucho talento, un gran corazón; y era bondadoso, conciliador”139.
Su más acérrimo defensor, destacando la riqueza de tal personalidad, también admitía que en ella existían contradicciones. Julio Bañados, sin dejar de reconocerle múltiples virtudes de honradez, gran corazón y generosidad, destacaba su “carácter benévolo y sanas inclinaciones”, añadía que “no por ello dejaba de sentir en el fondo de su ser las nobles pasiones que sacuden a los espíritus levantados”, y que su imaginación “era exuberante y excesiva”. De allí que su palabra “semejaba más un arco iris que una alborada”140.
Entre los juicios críticos, no han faltado aquellos en el sentido de que la personalidad del Presidente fue una causa directa del carácter controversial de su mandato y, en definitiva, de su aciago destino: “El sentirse infalible por el cúmulo de atribuciones de que disponía en la Presidencia de la República, acentuó su natural inclinación egolátrica”. Ello se habría acentuado, empeorando su situación: “Desde los últimos días de 1890 parece haberse creído depositario de una verdad revelada para gobernar a Chile conforme su propia receta y haciendo uso de resortes legales y constitucionales propios”141.
Ello, no obstante que, según la opinión de un destacado estadista del siglo XX, a partir del otoño de 1888, los conservadores, “sin razón ni motivo”, le declararon “la guerra abierta y franca al Gobierno”142. Ello se conjugó con los fracasados intentos por parte del Presidente Balmaceda de unir las facciones del liberalismo143, lo que inevitablemente se reflejó en una reducción del apoyo que podía obtener del Congreso.
Congreso Nacional, Santiago. Grabado publicado en la revista británica The Illustrated London News, 5 de septiembre de 1891.
El balance político fue cada vez más adverso para el Presidente Balmaceda, al alinearse en la oposición los partidos Conservador, Nacional y dos fracciones liberales, que en su conjunto constituían el llamado “Cuadrilátero”. A mediados de 1889, el Gobierno había perdido la mayoría en el Senado, y, a fin de ese año, le sucedió otro tanto con la Cámara de Diputados.
Síntoma evidente del grado creciente de conflictividad en el Chile de Balmaceda, fue la sucesión de gabinetes de ministros con una duración cada vez más corta: 15 en total144, lo que evidenciaba una inestabilidad que tenía una semejanza premonitoria con las “rotativas ministeriales” que tendrían lugar en la llamada República Parlamentaria entre 1891 y 1924. Algunos de estos gabinetes estuvieron integrados por personeros que después pasarían abiertamente a las filas opositoras, tales como Ramón Barros Luco, Isidoro Errázuriz y Pedro Montt.
Estos conflictos políticos cupulares contrastaban con el estilo de gobierno de Balmaceda, quien inauguró la práctica de recorrer el territorio nacional para supervisar sus realizaciones y captar las inquietudes de la ciudadanía. Ello, en una época en que los presidentes apenas si se trasladaban fuera de Santiago145.
El ejemplo más célebre de esta política fue la gira que el primer mandatario realizó a la zona norte del país en marzo de 1889, visitando los puertos de Iquique, Antofagasta, Caldera y Coquimbo, con recorridos a las zonas interiores de estos146. El momento culminante de este recorrido fue el discurso que pronunció en Iquique el 7 de marzo, que pasó a la historia por manifestar su preocupación por el hecho que la propiedad de la industria salitrera “es casi toda de extranjeros y se concentra activamente en individuos de una sola nacionalidad”, aludiendo directamente a los capitales británicos. Enseguida, añadía que el Estado debía tener parte importante de dicha propiedad sin que llegase a constituir un monopolio. Complementario a lo anterior, anunció un plan de construcción de ferrocarriles del Estado, que “consultan, ante todo, el interés de la comunidad”147.
Esta gira fue controversial por los resquemores que provocó la alusión de Balmaceda a los capitales ingleses, sobre todo considerando que algunos dirigentes políticos chilenos representaban a empresas de ese origen148. Además, fue un claro punto de inflexión, porque se interpretó que se pretendía resaltar la figura presidencial en menoscabo del Congreso, y porque surgió la firme creencia entre sus opositores que el “delfín” de Balmaceda para la próxima elección presidencial sería Enrique Salvador Sanfuentes, hombre de prestigio en los ámbitos financieros, pero de escasa experiencia política. Finalmente, de las reacciones