especialistas han planteado que la rebelión es una “precursora” indígena de la guerra de la Independencia que los criollos encabezaron a inicios del siglo XIX y han incorporado a Túpac Amaru en el panteón de los héroes nacionalistas. Esta opinión otorga a los Andes y a la población indígena una presencia en la lucha por la Independencia, cuya base estuvo en la costa y cuyos dirigentes no eran indígenas. En la década de 1940, Boleslao Lewin, el autor polaco-argentino de la que todavía es la mejor historia narrativa sobre el movimiento, resaltó el espíritu y las acciones anticoloniales de Túpac Amaru, e invocó a repensar la Independencia a la luz de las rebeliones y revueltas de masas del siglo XVIII.40 Más recientemente, el régimen de Velasco Alvarado (1968-1975) presentó a Túpac Amaru como el iniciador de una revolución inconclusa, un proyecto que habría de ser culminado por el propio Velasco Alvarado.41 Igualmente, movimientos guerrilleros de Uruguay y Perú adoptaron el nombre de Túpac Amaru.
Sin embargo, estas interpretaciones encierran a la rebelión de Túpac Amaru en una camisa de fuerza. Se ha considerado que esta rebelión constituye un antecedente de masas para el derrocamiento de los españoles y la creación de un Estado-nación dirigido por criollos, el cual fue un movimiento social muy diferente en un contexto muy diferente. España, sus colonias americanas, y de hecho todo el mundo, cambió dramáticamente entre 1780 y 1820. Los reyes de la dinastía Borbón perdieron poder en sus colonias, y en pocos años en la propia España, y la selección de opciones políticas a favor de los sediciosos se había ampliado enormemente con la Revolución francesa y con otras insurgencias. A la luz del contexto de 1780, no es sorprendente que Túpac Amaru no llamara abiertamente a algún tipo de república democrática en el sur andino. Tampoco debería asumirse, como a menudo lo hace la escuela que se inclina hacia los precursores, que Túpac Amaru buscaba la independencia política en los mismos términos que los “patriotas” de inicios del siglo XIX. Como se verá, la rebelión no reclamaba la libertad frente a España o la creación de una república independiente, ya que el liderazgo nunca puso en claro la forma exacta que podría tomar un Estado alternativo y, ciertamente, el movimiento no debería ser subsumido al interior de los movimientos nacionalistas dirigidos por criollos. Finalmente, la “perspectiva nacionalista” también pasa por alto la relación problemática entre el levantamiento y la guerra de la Independencia. El movimiento de base indígena dirigido por Túpac Amaru aterrorizó a quienes no eran indígenas, y décadas más tarde, cuando estos luchaban contra los españoles, constituyó un aliciente para que ellos controlaran a las clases bajas y fortalecieran su creencia en la necesidad de crear un Estado republicano excluyente. La rebelión de Túpac Amaru no fue el inicio fracasado de una larga guerra contra los españoles, sino un movimiento totalmente diferente.
En parte como reacción a la interpretación que lo señala como “precursor”, la rebelión también ha sido presentada como un esfuerzo por resucitar el Imperio inca. En el siglo XVIII el interés por los incas había revivido, tanto entre los descendientes de los monarcas incas, como entre los indios comunes.42 Para los rebeldes, sin duda, los incas constituyeron el referente más importante, como lo muestra el hecho de que José Gabriel insistiera en su linaje inca y adoptara el nombre de uno de los mártires de la Conquista, Túpac Amaru, con quien estaba emparentado. En relación al “nacionalismo neoinca”, es necesario plantear dos cuestiones previas. En primer lugar, como toda “tradición inventada”, la comprensión del Imperio inca y su uso en los movimientos sociales y políticos variaba enormemente entre grupos sociales diferentes. Para algunos miembros de las familias de la nobleza inca de Cusco, su devoción hacia los incas corría paralela a los intentos de los Borbones por limitar sus prerrogativas como colectividad colonial especial. Las representaciones de los incas habían intentado afirmar su capacidad de negociar sus derechos con los Habsburgo; empero, para las masas indígenas, la idea del Imperio inca podía tener un significado más subversivo: un mundo libre de colonialismo y explotación. Sin embargo, el mismo Estado borbónico usó a los incas para justificar su propio proyecto. Así, en este período, en Cusco circulaban libremente diferentes comprensiones y usos de Imperio inca. El propio Túpac Amaru se movía en estas diferentes esferas, que le permitían combinar estas diferentes perspectivas sobre los incas.43
En segundo lugar, algunos historiadores han presentado la fascinación por los incas como otro indicador de la permanente memoria y tradición andinas.44 Pero la invocación al Tawantinsuyo no surgió de alguna memoria de largo plazo, sino más bien como una reelaboración del discurso colonial, ya que no era externa a las relaciones de poder y a las ideologías de la Colonia. Si bien el revitalismo neoinca es un factor importante en la ideología y el momento en que ocurrió el movimiento, por sí mismo no es una explicación suficiente. Los rebeldes no solo miraban al pasado, pues su movimiento estaba firmemente anclado en el presente, y abordaba intereses contemporáneos e incorporaba ideologías de fines del siglo XVIII. Si bien la interpretación nacionalista fuerza a Túpac Amaru hacia el molde del Estado-nación —un anacronismo tendencioso— la perspectiva del revitalismo inca puede pasar por alto los complejos objetivos políticos y sociales del levantamiento.
Una tercera perspectiva no mira hacia el pasado andino o hacia la futura república, sino que coloca la sublevación, firmemente, al interior de las relaciones negociadas entre el Estado y el campesinado indígena. John Phelan ha demostrado que los rebeldes de Nueva Granada, que se levantaron inmediatamente después que Túpac Amaru, basaron su movimiento en la antigua consigna “Viva el Rey y Muera el Mal Gobierno”. Los comuneros rebeldes alegaban que las acciones del Estado habían quebrado este pacto, una “constitución no escrita” y de esa forma habían comprometido su legitimidad. En suma, más que derrocar el Estado, la rebelión buscaba mantener relaciones tradicionales, interpretación que la retórica de Túpac Amaru apoya parcialmente, al resaltar su fidelidad al rey y la legitimidad de la sublevación al interior del pacto colonial.45 Sin embargo, el discurso colonial podría ser subvertido: el uso de estos términos no necesariamente apoya al propio colonialismo. Como insistía Flores Galindo, lo más importante fue que las acciones de los rebeldes contradijeron esta interpretación. No eran prepolíticas o “conservadoras”: tenían “intenciones innegablemente anticoloniales”.46 Al ejecutar a funcionarios y arrasar y saquear haciendas y obrajes, los rebeldes fueron más allá de las meras renegociaciones del pacto colonial. Al mismo tiempo, reclutaron a todos aquellos que no eran europeos. Pero no existía una alternativa clara al colonialismo; así, ellos combinaron la restauración inca, las monarquías duales y fragmentos de pensamiento anticolonial. No obstante, buscaban derrocar al colonialismo en los Andes. La violencia que signó el inicio del levantamiento, su planificación y su extensión en todo el virreinato del Perú, e incluso más allá de este, indican que era más que un incidente local que tuviera como objetivo a una autoridad específica o un determinado abuso; por ello, el levantamiento de Túpac Amaru casi inmediatamente sobrepasó los límites de la típica revuelta.47
Por tanto, el análisis de las rebeliones andinas del siglo XVIII no debería enmarcarlas únicamente como antecedentes fallidos de los movimientos de Independencia análogos a otras sublevaciones de masas de la era de la Ilustración, o como proyectos restauracionistas de aspecto retrógrado, o como una revuelta más, aunque grandiosa. Por el contrario, es necesario unificar estas perspectivas, pues, si bien la base social y la ideología eran en gran medida diferentes al movimiento independentista de décadas después, estas rebeliones fueron anticoloniales. La incorporación de los incas no excluye un radical movimiento anticolonial en la línea de los eventos de Europa, Estados Unidos y —en el futuro cercano— América Hispana, ya que, en su cuestionamiento al dominio colonial, los rebeldes de los Andes incorporaron diversas tradiciones y discursos. Por otro lado, el liderazgo rebelde, su base de masas, sus plataformas, y el propio contexto en las Américas y Europa eran radicalmente diferentes de aquellos de los rebeldes de América hispana de inicios del siglo XIX. Asimismo, la propia rebelión debe analizarse muy de cerca, observando lo que el liderazgo y las masas buscaban al participar en la rebelión lo que, a su vez, requiere una comprensión del contexto económico, político y social del Cusco de 1780.
Conflictos y contexto
Las reformas borbónicas cambiaron drásticamente las relaciones entre la sociedad andina y el Estado. Iniciadas a principio del siglo XVIII, este conjunto de modificaciones fue implementado