de los pobres; pero ya llegó el tiempo en que a porfía griten: ¡Viva el Rey y Muera el Mal Gobierno y la Tiranía”.90 El documento se quejaba de los monopolios reales y de los nuevos tributos, y se mofaba de Areche. Terminaba así: “Más vale morir matando que vivir penando y que no hemos de ser menos que los de Arequipa”, lo que apelaba a la prolongada rivalidad de la ciudad con Arequipa.91
En enero de 1780 en Cusco se estableció una aduana, lo que acarreó la ira de un amplio sector de la ciudad. Un documento llamaba a los empleados “finos ladrones”, y se quejaba de que sometían a los indios a explotación y a determinados abusos.92 El Cabildo de la Ciudad señalaba nerviosamente el creciente número de pasquines contra la aduana, que, según señalaba, “había incitado el tumulto en Arequipa”. Luego de poner como argumento la amenaza proveniente por la plebe urbana y la población de las catorce provincias del Cusco, el Cabildo convocó a la formación de patrullas, con instrucciones de prestar una atención especial a reuniones dudosas.93 Las sospechas eran fundadas.
El 13 de marzo, un sacerdote agustino, Gabriel Castellanos, alertaba a las autoridades sobre una extensa conspiración en Cusco, de la que se había enterado en el confesionario, durante la Cuaresma. Al parecer, Pedro Sahuaraura, el cacique de Oropesa, también había traicionado a los conspiradores.94 Los líderes fueron rápidamente apresados. Once de veinte eran criollos o mestizos, y uno era un cacique indio, Bernardo Tambohuacso Pumayala, del poblado cercano de Písac. Cuatro de ellos eran plateros y varios de ellos tenían propiedades; ambas actividades se habían visto afectadas por el reciente rigor fiscal.95 En sus testimonios, los acusados repetían la denuncia de los pasquines —su oposición a la aduana y su resentimiento hacia Lima y los españoles— y aceptaban que el movimiento buscaba incorporar a criollos, mestizos e indios. De hecho, pueden hallarse conexiones con el movimiento de Túpac Amaru, pues algunos de los acusados, o sus parientes, participaron en la gran rebelión de meses después. El cuñado de Túpac Amaru, Antonio Bastidas, afirmó que “cuando Túpac Amaru supo que Tambohuacso había sido ahorcado, dijo que no podía entender cómo los indios podían haber permitido que esto sucediera”.96 Arriaga y otros acusaron al Obispo Moscoso de instigar a los rebeldes, lo que profundizó la animosidad entre el Corregidor y el Obispo.97
En el Alto Perú otro levantamiento masivo estalló en forma paralela y conjunta, contraviniendo al de Túpac Amaru. En realidad, la rebelión de Túpac Katari fue una sucesión de levantamientos. Entre 1777 y 1780, la comunidad de Macha, en la provincia de Chayanta, cercana a Potosí, había luchado en los tribunales contra el Corregidor, el cacique no-indígena y otras autoridades locales. El líder de los indios, Tomás Katari, quien afirmaba ser el cacique legítimo de la comunidad, había sido puesto en prisión a fines de 1779, y luego liberado a la fuerza cuando estaba en camino al juicio. La comunidad llevó su litigio a la corte en la ciudad de La Plata. A mediados de agosto de 1780, las relaciones entre los indios y las autoridades locales se habían tornado cada vez más violentas: el Corregidor fue capturado y luego liberado. Ambas partes argumentaban que tenían el apoyo de las autoridades virreinales y que se habían visto obligados a usar la coerción para implementar sus decisiones. En setiembre, Katari se autoproclamó gobernador de Macha y dirigió la expulsión de la región de todas aquellas autoridades que no fueran indígenas. Además, puso énfasis en su sometimiento a la Corona y planteó que sus gestiones eran la justa implementación de los mandatos de la Audiencia. El 15 de enero de 1781, sin embargo, fue asesinado. Inicialmente sus hermanos Dámaso y Nicolás lo reemplazaron en el liderazgo y, en marzo, Julián Apaza asumió el comando de la rebelión que crecientemente se diseminaba en todo el Alto Perú, bajo el nombre de Túpac Katari. Todavía no está claro si en noviembre de 1780 José Gabriel tuvo vínculos con Katari.98
La gran rebelión
A pesar de los disturbios en Cusco, Arequipa y otros lugares, el levantamiento de Túpac Amaru tomó por sorpresa al Estado colonial. Este fue ciertamente el caso del Corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga. El 4 de noviembre en la casa del cura de Yanaoca, Carlos José Rodríguez y Ávila, el corregidor y José Gabriel celebraban la fiesta de San Carlos, cuyo nombre llevaban el propio cura y también el rey de España. Si bien José Gabriel y Arriaga estaban en relaciones suficientemente cordiales como para compartir el pan, ambos habían litigado por años en relación a los derechos de cacicazgo de José Gabriel.99 José Gabriel se retiró temprano, tras fingir que tenía una diligencia inesperada pero urgente en Cusco. Él y un grupo de sus seguidores esperaron a Arriaga en el camino a Tinta, lo emboscaron esa noche, y lo llevaron a él y a sus tres ayudantes a una celda en la casa de Túpac Amaru en el poblado de Tungasuca. Obligaron a Arriaga a escribir cartas a su tesorero en las que solicitaba dinero y armas (con el artilugio de que estaba planificando una expedición contra los piratas en la costa) y, posteriormente, a un funcionario, en las que solicitaba cadenas, una cama y las llaves de la Municipalidad de Tinta. También fue obligado a ordenar que todos los habitantes de la región se reunieran en Tungasuca en un plazo de veinticuatro horas. El apresamiento de Arriaga se había mantenido en secreto; así, Túpac Amaru logró obtener dinero, armas, abastecimientos y el auditorio necesario para lanzar la revuelta.100
Un observador inusual, el genovés Santiago Bolaños, un fabricante de salchichas que vivía en Sicuani, describió los acontecimientos de aquellos días. Al llegar a Tungasuca, donde ya se habían congregado miles de personas, preguntó por Arriaga y se enteró de que se hallaba preso en la casa de Túpac Amaru. Bolaños pensó que “sería por una superior orden”, pero por casualidad escuchó que alguna gente comentaba que “era orden del Rey”.101 Los amigos españoles de Bolaños le dijeron que quizás el castigo se debía a los crímenes de Arriaga como gobernador de la Provincia de Tucumán en el Virreinato de Río de la Plata.102 El día 9, Túpac Amaru, “en castellano y en lengua índica”, mandó a españoles, mestizos e indios que formaran filas y luego se les permitió dispersarse. Al día siguiente marcharon al son de cajas y pitos hacia un montículo donde se habían erigido horcas. Según cálculos de un testigo, habría allí unos cuatro mil indios, todos armados con hondas. Un cholo —mestizo con vínculos culturales tanto con la cultura india como con la española— comenzó a leer una proclama en español, pero se le mandó que lo haga en quechua. Bolaños pidió que le traduzcan. El documento afirmaba que “por el Rey se mandaba que no hubiera alcabala, aduanas, ni mina de Potosí, y que por dañino se quitase la vida al corregidor Don Antonio Arriaga”.103 Otro testigo explicó que Túpac Amaru llamó a Arriaga “dañino y tirano” y llamó a que “se asolase los obrajes, se quitasen mitas de Potosí, alcabalas, aduana y repartimientos, y que los indios quedasen en libertad y en unión y armonía con los criollos”.104 En esos momentos, cuando los líderes rebeldes habían logrado movilizar miles de efectivos y hecho gala de una retórica beligerante, estaba claro que sus planes iban más allá de castigar a una autoridad venal y de negociar mejores condiciones.
Los rebeldes condujeron a Arriaga a la horca. En el primer intento, la cuerda se rompió, lo que salvó momentáneamente al reo, pero los verdugos lo reemplazaron con una soga que se usaba para enlazar las mulas y la ejecución se realizó. Bolaños había escuchado rumores de que Túpac Amaru intentaba destruir los obrajes y capturar a seis corregidores más, y que amenazaba con perseguir a cualquiera que se le opusiera en todo el reino. Regresó a Sicuani confundido por los eventos que había presenciado y decidió permanecer en el pueblo; sin embargo, luego fue convencido por don Ramón Vera —el concesionario local del monopolio de tabaco— que saliera tan pronto como fuera posible. Si bien Bolaños podía parecer poco sagaz, aquellos que habían presenciado el ahorcamiento del corregidor en ese momento ya no estaban seguros de lo que vendría después. Como señalaba un informe “la crueldad inimaginable considerándose executado capitalmente un Corregidor en el centro de su Provincia, por un subdito suyo, su beneficiado y aun confidente, en presencia de los mismos que le respetaban y temían” dejó a las tropas de una pieza.105
Túpac Amaru asumió acciones inmediatas y decisivas. A principios del día 20, sus fuerzas, estimadas en miles, llegaron a Quiquijana, la capital de la provincia de Quispicanchi en el valle de Vilcamayo. El corregidor Fernando Cabrera ya había escapado, lo que indica la rapidez con que corrían los rumores. Luego de oír misa, Túpac Amaru regresó a Tungasuca. En el camino atacó los obrajes de Pomacanchi y Parapicchu. Abrió la cárcel