indígenas. Un informe señalaba que “resentidos los naturales, les habrían metido fuego a instancias de los mismos presos”.106 Los indios despreciaban los obrajes a causa de las viles condiciones de trabajo y porque eran usados como cárceles. Asimismo, los obrajes jugaban un rol central en el reparto, pues sus propietarios adquirían lana a precios artificialmente bajos y vendían telas a altos precios. Cuando José Gabriel retornó a Tungasuca, fue recibido por varios curas; sin embargo, uno de ellos le escribió una carta, en la que cuestionaba si la Corona realmente aprobaba sus actividades. Túpac Amaru le respondió acremente y terminó su carta con esta nota ominosa: “Por la expresiones de Vd. llego a penetrar tiene mucho sentimiento de aflicción de los ladrones de los corregidores, quienes sin temor de Dios inferían insoportables trabajos a los indios con sus indebidos repartos, robándoles con sus manos largas, a cuya danza no dejan de concurrir algunos de los señores Doctrineros, los que serán extrañados de sus empleos como ladrones, y entonces conocerán mi poderío, y verán si tengo facultad para hacerlo”.107 El 12 de noviembre, el Cabildo se reunió en Cusco para discutir el “horrible exceso” de Tungasuca: ya habían llegado noticias de la ejecución de Arriaga.108
El corregidor de Cusco, Fernando Inclán Valdez, estableció un consejo de Guerra que incluía a algunos de los ciudadanos importantes de la ciudad. Reunieron fondos y el día 13 enviaron un emisario a Lima para pedir ayuda. Don Tiburcio Landa organizó una compañía compuesta por miembros de la milicia local, voluntarios de Cusco, y aproximadamente ochocientos indios y mestizos proporcionados por los caciques de Oropesa, Pedro Sahuaraura y Ambrosio Chillitupa. El día 17 llegaron a Sangarará, un pequeño poblado al norte de Tinta. Los informes sobre lo que aconteció durante las veinticuatro horas siguientes son contradictorios; no obstante, tanto los que muestran simpatía ante los rebeldes como aquellos que son leales al Estado colonial concuerdan en que las fuerzas de Túpac Amaru pusieron en fuga a las fuerzas de Landa.
Según una versión, cuando los centinelas informaron que no había signos del enemigo, la compañía de Landa acampó en la noche, más preocupada por la inminente tormenta de nieve que por el enemigo. A las cuatro de la mañana despertaron cuando estaban totalmente rodeados y todos —Landa y sus soldados— se refugiaron en la iglesia. Túpac Amaru les ordenó que capitulen y mandó salir al párroco y a su sacristán. Cuando estas instrucciones fueron desobedecidas ordenó que todos los criollos y mujeres abandonaran la iglesia, y les indicó que el ataque era inminente. Landa y sus fuerzas impidieron que alguien saliera y muchos murieron en el caos que sobrevino, pues, además, cuando el fuego estalló, gran parte del techo de la iglesia se quemó y causó la caída de una de las paredes. Ya desesperados, cargaron su cañón y dispararon, pero excedidos en número y en total desorden, cientos de soldados de Landa murieron. Este informe calcula que hubo 576 muertos, incluyendo unos veinte europeos. Veintiocho criollos heridos fueron curados y liberados.109
Los sobrevivientes que lucharon por el bando de los españoles hacen un recuento más detallado y culpan al propio Túpac Amaru por el daño causado a la iglesia y por la violencia. Empero, Bartolomé Castañeda se quejó de que cuando llegaron, Landa les había asegurado que los indios de Sangarará los apoyarían. También afirmó que los oficiales se dieron cuenta de que el enemigo estaba cerca y que discutían la alternativa de acampar en uno de los cerros circundantes o en las cercanías de la bien fortificada iglesia. Luego de buscar un refugio del frío de la noche, escogieron la iglesia, lo que terminó siendo un error fatal, ya que las tropas de Túpac Amaru se introdujeron en el cementerio contiguo a la iglesia y bombardearon al enemigo con piedras lanzadas por sus hondas. La artillería de Landa resultó inútil a causa de los muros que la separaban del cementerio y un soldado murió a causa de la estampida que ocurrió en la iglesia.110 Castañeda afirmaba que las fuerzas de Túpac Amaru hicieron arder la iglesia y que, desesperados, muchos de los soldados se confesaban ante un abrumado cura. Cuando fueron obligados a salir de la iglesia, fueron muertos por una lluvia de piedras y lanzas. Castañeda pudo salvarse por haberse escondido en una pequeña capilla. Él calculaba que habían muerto por lo menos trescientos de sus compañeros, la mayor parte de los cuales posteriormente fueron despojados por las tropas de Túpac Amaru. Calculaba, asimismo, que había 6000 indios en los cerros circundantes, y un gran apoyo a los rebeldes en gran parte de la región.111
El relato del capellán de las fuerzas de Landa, Juan de Mollinedo, proporciona más detalles sobre la batalla de Sangarará, y describe el pánico y sentimiento de odio de los soldados. Señala que en Cusco se ofreció una recompensa por Túpac Amaru, vivo o muerto, lo que incitó a la compañía a acelerar su expedición. Luego de que Landa había ganado en la discusión sobre si acampar en la iglesia o fuera del pueblo, en varias oportunidades hubo falsas alarmas entre las tropas. Mollinedo describe la frustración que se generó cuando los indios tomaron el cementerio vecino y señala que un soldado terminó cegado por una piedra que le había sido lanzada por una honda. Detalla las hazañas de Landa y de otros jefes que combatieron a pesar de que estaban heridos. Muchos fueron muertos por el incendio de la iglesia, de lo que se culpó a Túpac Amaru, mientras aquellos que escaparon “de las llamas del voraz elemento, caía en las manos no menos voraces de los rebeldes. La matanza universal, el lastimoso quejido de los moribundos, la sanguinolencia de los contrarios, los fragmentos de las llamas; por hablar en breve, todo cuanto se presentaba en aquel infeliz día, conspiraba al horror y a la conmiseración, mas ésta jamás había sido conocida por los rebeldes, ciegos de furor y sedientos de sangre, no pensaban sino en pasar a cuchillo a todos los blancos...”.112 Mollinedo contabilizó 395 muertos en los campos de batalla más un número incalculable que murieron incinerados en la iglesia. Calculaba que las fuerzas de Túpac Amaru estaban compuestas por 20 000 indios y 400 mestizos. Luego de haber recibido algunos maltratos mientras permaneció en manos de sus captores, fue liberado por el propio Túpac Amaru como deferencia a su rol de capellán.
Para Túpac Amaru Sangarará fue una victoria abrumadora, aunque, en cierto modo, costosa. Al derrotar al bien armado contingente de Cusco, demostró al creciente número de sus seguidores su poderío militar colectivo, a la vez que agregó cientos de armas a su arsenal. Los acontecimientos de Sangarará eran relatados una y otra vez en toda la región. Los españoles, por su parte, incorporaron a su propaganda esta debacle; así, en Cusco, el obispo Moscoso excomulgó a Túpac Amaru por el “atroz delito” de incendiar una iglesia. Desde allí en adelante, el Estado colonial nunca se cansó de presentarlo como un sacrílego traidor.113 Más aún, el Estado propagó una interpretación de la batalla de Sangarará similar al relato de Mollinedo: miles de indios sedientos de sangre asesinaron a gente que no era indígena y que había hallado refugio en una iglesia. La presentación del levantamiento como una irracional guerra de castas amenazaba los esfuerzos de Túpac Amaru por ganar el apoyo de los criollos y de otros personajes influyentes que no eran indígenas. No obstante, en el corto plazo, la batalla de Sangarará le había dado un aire de invencibilidad que le ganó el respeto y el apoyo de las masas indígenas.
A mediados de noviembre, el pueblo de toda la región de Cusco, y muy pronto dentro y fuera del virreinato de Cusco, se preguntaba quiénes eran los rebeldes, qué buscaban, cuán fuertes eran, dónde estaban y quiénes los apoyaban. En edictos y cartas constantes a los emisarios, Túpac Amaru abordó muchas de estas preguntas y, en esta fase inicial, llamaba a expulsar a todos los corregidores y a todos los españoles, y a abolir una serie de instituciones explotadoras, todo en nombre del rey. Sus proclamas invariablemente comenzaban con alguna variación de “Tengo órdenes del Rey”. Por ejemplo, un edicto del 15 de noviembre comenzaba con “Por cuanto el Rey me tiene ordenado proceda extraordinariamente contra varios corregidores y sus tenientes, por legítimas causas que ahora se reservan...”.114 Luego, los líderes rebeldes fueron cambiando gradualmente de invocaciones a la monarquía española a invocaciones a los incas; por ejemplo, después de la batalla de Sangarará, José Gabriel y Micaela encargaron un retrato que los presentaba como el Inca y la Coya.115 Pese a ello, en los edictos y discursos, Túpac Amaru y los otros líderes ponían énfasis en su objetivo de sacar a los funcionarios díscolos y en su apoyo al rey Carlos.
Es necesario leer críticamente estos comunicados. La insistencia en el apoyo de los rebeldes al y del rey no necesariamente legitima el colonialismo o es un indicador de las demandas “reformistas” de José Gabriel. Todo movimiento subversivo intenta