la evocación a los incas a su oposición a la campaña de centralización que los Borbones llevaban adelante. Como ha afirmado Flores Galindo, las masas indígenas también desarrollaron su propia interpretación del Imperio inca; “una sociedad igualitaria, un mundo homogéneo compuesto sólo por runas (campesinos andinos) donde no existirían grandes comerciantes, ni autoridades coloniales, ni haciendas, ni minas, y quienes eran hasta entonces parias volverían a decidir su destino: ...el mundo al revés”.63 La visión romántica del Imperio inca podría usarse para exigir derechos iguales para la nobleza india o para justificar el derrocamiento del colonialismo. Durante el levantamiento surgirían ambas perspectivas.
Se conoce menos sobre otras influencias ideológicas. En la década de 1770 la gente de Lima y Cusco discutía nuevas ideas provenientes principalmente de Europa y de los eventos que estaban ocurriendo en Estados Unidos. Las creencias protonacionalistas totalmente maduras no se desarrollaron sino hasta la publicación del Mercurio Peruano en la década de 1790 y se manifestaron en insurrecciones de masas recién a principios del siglo XIX. Incluso entonces la influencia del pensamiento de la Ilustración y de otras revoluciones-modelo no fue absoluta sino, más bien, estuvo combinada con otras ideologías. No obstante, las partes y piezas del pensamiento de la Ilustración y el creciente descontento con el colonialismo tuvieron efecto en el pensamiento de Túpac Amaru y podría considerarse que, más que causas, fueron influencias o fuentes para su desarrollo como rebelde e ideólogo.64
Túpac Amaru llegó a Lima en 1777, donde, según su esposa Micaela “se le abrieron los ojos”.65 Permaneció cerca de la Universidad de San Marcos —la que al parecer frecuentó—, donde se solía evadir la censura a la lectura y discusión del pensamiento de la Ilustración. Se hizo amigo de Miguel Montiel y Surco, un mestizo de Oropesa, Cusco, que había visitado Inglaterra, Francia y España, y era un entusiasta lector de Garcilaso de la Vega. Este, a su vez, presentó a José Gabriel a otros críticos del colonialismo español, específicamente criollos opuestos a la política de Areche.66 Sobre otras posibles ideas e influencias halladas por José Gabriel no podemos sino especular; por ejemplo, en este período, en Lima, los intelectuales cuestionaban crecientemente la validez del escolasticismo, que era la doctrina educativa tradicional.67 Aunque José Gabriel tuvo acceso a la información sobre el movimiento independentista de los Estados Unidos —pues el periódico Gazeta publicaba informes detallados—, este movimiento no constituyó un símbolo importante en la rebelión, como ocurrió con otras conspiraciones y revueltas de la década de 1780 que sí se refirieron a ella con más frecuencia.68 En la segunda mitad del siglo, europeos y americanos tuvieron duros debates relacionados con relatos científicos de autores tales como Cornélius de Pauw, que presentaba al Viejo Mundo como superior al Nuevo Mundo. Algunos intelectuales peruanos siguieron y comentaron estos debates, pero no jugaron un rol activo en ellos. Empero, es posible que tales discusiones puedan haber dado fuerza al disgusto que José Gabriel sentía por los europeos.69 Por otro lado, la falta de interés de los criollos en la población india —y tal vez sus dificultades frente a un cacique serrano como José Gabriel— pudo haber fortalecido su decisión de dirigir una lucha indígena con base en Cusco. En resumen, José Gabriel tuvo acceso a partes y piezas del pensamiento Ilustrado y a anhelos protonacionales que contribuyeron a sus inclinaciones anticoloniales.
Por otro lado, para entender el levantamiento de Túpac Amaru se deben considerar otros factores más inmediatos, particularmente su propio camino hacia la rebelión. José Gabriel Condorcanqui Noguera nació el 10 de marzo de 1738 en Surimana, situada aproximadamente a ochenta kilómetros al sudeste de Cusco. Su padre, que murió en 1750, era el cacique de tres pueblos, Surimana, Pampamarca y Tungasuca, ubicados en el distrito de Tinta. José Gabriel estudió en el prestigioso colegio de San Francisco en Cusco, donde los jesuitas educaban a los vástagos de los caciques. Heredó 350 mulas y solía hacerlas trabajar en la ruta entre Cusco y el Alto Perú; esta condición de propietario de recuas de mulas le proporcionó importantes contactos a lo largo de esa región. Además, por ser cacique, tenía derecho a la tierra, y también tenía modestos intereses en la minería y en los cocales de Carabaya, al sur.70 De esta manera, José Gabriel podría ser considerado miembro de la clase media colonial, con fuertes vínculos con las clases baja y alta. Hablaba quechua, lo que le vinculó no solo con la mayoría india sino también con los indios nobles y con los muchos “no-indígenas” que hablaban la lengua de Cusco. Como cacique del linaje real inca formaba parte de una clase privilegiada; así, él y Gabriel Ugarte Zeliorogo, un miembro distinguido del Cabildo de Cusco, se llamaban primos y se consideraban parte de una misma familia.71 En 1760 se casó con Micaela Bastidas Puyucahua, una mestiza de Pampamarca, poblado cercano a Tinta, quien sería una importante dirigente durante la sublevación. Tuvieron tres hijos: Hipólito, Fernando y Mariano.
Los constantes problemas de José Gabriel con las autoridades en relación a sus reclamos ante la oficina del cacique y su larga batalla legal en torno a sus derechos como descendiente del último Inca le produjeron profunda amargura. No obstante, también le dotaron de importante experiencia en Lima y en otros lugares acerca del uso de los tribunales y del empleo de habilidades retóricas no solo para defender sus derechos sino también en torno a la explotación ejercida sobre los indios. En 1766, luego de años de demora, se le otorgó el cargo de cacique que su padre y su hermano habían tenido; sin embargo, en 1769 se le sacó de su cargo, el que se le restituyó recién en 1771. Los conflictos con los sucesivos corregidores de la provincia de Tinta, Gregorio de Viana y Pedro Muñoz de Arjona, dieron pábulo a esas demoras.72 Por tanto, no es sorprendente que una década después la rebelión tuviera en la mira, y con particular vehemencia, a los corregidores.
A principios de 1776, Túpac Amaru litigó en los tribunales con don Diego Felipe de Betancur, en relación a cuál de los dos era el legítimo descendiente del último Inca, Túpac Amaru, a quien el virrey Toledo había ordenado decapitar en 1572. Betancur intentaba confirmar su linaje real con el fin de ganar el marquesado de Oropesa, un rico feudo que databa del siglo XVII. José Gabriel, por su parte intentaba probar su línea descendiente a través de la familia de su padre con el fin de ganar prestigio y fortalecer su posición en la sociedad colonial. Es difícil determinar si él intentaba probar que era el verdadero Inca para justificar una sublevación que reemplazara a la monarquía española con una monarquía inca. Lo que sí resulta claro es que terminó frustrado frente al sistema legal, pues pasó gran parte de 1777 en Lima presentando su caso ante los tribunales y ante todos aquellos que se mostraran interesados en ello.73 En este mismo período solicitó al virrey que los indios de su cacicazgo fueran exonerados del trabajo obligatorio en la mina de Potosí luego de señalar las terribles condiciones de trabajo y la falta de hombres en su distrito. El visitador general José Antonio de Areche, que recién había llegado, denegó esta petición, pero José Gabriel persistió y obtuvo el apoyo de otros caciques de la provincia de Tinta (Canas y Canchis), aunque fue nuevamente rechazado. Cuando la rebelión se inició, en noviembre de 1780, no se había llegado a ninguna decisión en el litigio con Betancur.74 En ese momento, Túpac Amaru tenía motivos suficientes para volverse contra el Estado español; también había logrado obtener los contactos y el respeto necesarios para conducir una rebelión de masas.
En los años precedentes a la rebelión, en Cusco, la Iglesia y el Estado se enfrentaban en una virtual guerra civil, situación que podría considerarse como la división al interior de la clase dominante, que en muchos casos ha servido para precipitar revoluciones sociales. En general, el Estado borbónico había desafiado la influencia de la Iglesia católica en América al expulsar a los jesuitas en 1767 y supervisar mucho más estrechamente las finanzas de la Iglesia. En Cusco el conflicto estuvo personalizado en el choque entre dos participantes claves en el levantamiento de Túpac Amaru: el obispo Juan Moscoso y el corregidor de Tinta Antonio de Arriaga. Moscoso, en sus intentos por ser absuelto de las acusaciones de apoyo a los rebeldes, proporcionó algunos de los relatos más detallados del levantamiento. En cuanto a Arriaga, su ahorcamiento por orden de Tupac Amaru marcó el inicio de la rebelión.
En 1779 Moscoso, recientemente nombrado obispo de Cusco, solicitó a todos los sacerdotes de los poblados situados a lo largo del Camino Real que presentaran resúmenes detallados del estado de su parroquia. Solo el cura del pueblo de Yauri, Justo Martínez, no cumplió, por lo que a fines de 1779 e inicios de 1780,