Luz Sanfeliu Gimeno

Republicanas


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el blasquismo –como tradicionalmente ha venido sucediendo en la mayoría de las culturas–, en un doble sentido. Por un lado, el ideal normativo que representaba a los hombres se refería al neutro, es decir, simbolizaba los valores universales a los que debían aspirar todos los seres humanos. Por otro lado, dicho ideal normativo hacía referencia a la conducta concreta de los varones como género específico.4 Los varones eran por tanto, y sin ninguna duda, el pueblo, ya que lo masculino representa a la humanidad en su conjunto. Los hombres fueron los sujetos principales a los que se dirigían los discursos del periódico republicano.

      Pero a través de esta ambivalencia que tradicionalmente la cultura proyecta sobre la identidad genérica masculina, los papeles de las mujeres republicanas se vieron, también, teóricamente relacionados con el conjunto de valores y normas que el movimiento blasquista atribuía a los hombres; porque la noción misma de pueblo, al reafirmar la idea de lo universal, tratando de representar al conjunto de la sociedad como un todo indiferenciado, permitía la identificación tanto de los hombres como de las mujeres. Las mujeres, debieron por tanto sentirse comprendidas y parte de ese pueblo, de esa «masa federal», como los blasquistas gustaban autodenominarse haciendo referencia a todos los que compartían unos mismos ideales.

      Así pues, aun cuando el objetivo prioritario de los blasquistas fue, en una primera instancia, la transformación de las nociones que hacían referencia al comportamiento de los hombres y a su autopercepción como tales, el proceso que desarrollaron mientras duró su hegemonía al frente del gobierno municipal, implicó necesariamente a las mujeres.

      En numerosas ocasiones las alusiones al pueblo identificaban aquilatadamente a quienes formaban dicho pueblo, y las mujeres de diversas procedencias sociales estaban comprendidas. Cuando en el año 1898, los blasquistas colocan en la puerta del periódico El Pueblo un llamamiento en apoyo de Zola que está siendo juzgado por el caso Dreyfus, el texto que demanda la firma de adhesión al novelista dice así:

      El populismo blasquista, al universalizar a un gran número de sujetos sociales con intereses distintos en un todo único, sin embargo, pone de manifiesto que en la sociedad que los blasquistas pretendían crear los papeles de hombres y mujeres se construyeron en la doble tensión que suponía la igualdad y la diferencia, las aspiraciones a una cierta equiparación y el mantenimiento de las mujeres en posiciones sociales de subordinación, sin que el partido emprendiera iniciativas prácticas para mejorar dichas posiciones. Tendentes a la igualdad, pero distintos en sus atribuciones genéricas, los hombres y las mujeres podían y debían mantener los mismos principios ideológicos, aunque en los ámbitos diferentes que se consideraban propios de cada sexo.

      Tal es el caso de las manifestaciones de las mujeres en la guerra de Cuba. La utilización partidista de las madres, con frecuencia iba acompañada del apoyo explícito a las mujeres que eran capaces de protestar ante las injusticias, aunque ello supusiera traspasar los límites que la sociedad atribuía a la feminidad.

      Las madres españolas que tanto han llorado y llorarán con motivo de la Guerra de Cuba, se cansan ya de ser hembras débiles que sólo para el llanto tienen fuerza, y protestan con varonil energía contra el desbarajuste actual.

      Otras veces, se utilizaba la imagen de las mujeres del pueblo, en este caso refiriéndose a la propia Virgen María, para resaltar las cualidades más tópicas atribuidas a las mujeres.

      Por tanto, es posible afirmar que, ya que los discursos tienen en sí mismos la intención de producir una apariencia de verdad, las proclamas populistas que utilizaban los blasquistas, aunque parecían tener un sentido único, fueron en sí mismas abiertas e inestables, lo cual posibilitaba determinadas identificaciones relacionadas con los valores universales de la igualdad, la razón y el progreso humano, abiertos, también a las mujeres. Y a la vez, las representaciones incidían en la diferenciación de atribuciones genéricas, complementando los roles femeninos con cierto compromiso ideológico, pero sin desvincular a las mujeres del modelo doméstico, maternal y sentimental, que era el más usual en esa época.

      Además, el populismo blasquista, por la propia naturaleza de sus discursos –que mezclaba lo público con lo privado y apelaba a las emociones del lector– suponía un instrumento eficaz para que las relaciones entre los sexos y las cuestiones personales fuesen tratadas en el periódico. El afecto, el sacrificio, la vida cotidiana, la vida personal, y otros muchos ámbitos atribuidos a la feminidad eran comúnmente utilizados por los hombres para hacer apelaciones políticas. Sumar el malestar diario y privado ampliaba la función crítica de los blasquistas y multiplicaba el número de sujetos, también las mujeres, que se decían o sentían marginados o insatisfechos; no sólo con la gestión política, sino sobre todo, con muchas conductas y valores vigentes que se referían a las mentalidades y a las costumbres.