el blasquismo –como tradicionalmente ha venido sucediendo en la mayoría de las culturas–, en un doble sentido. Por un lado, el ideal normativo que representaba a los hombres se refería al neutro, es decir, simbolizaba los valores universales a los que debían aspirar todos los seres humanos. Por otro lado, dicho ideal normativo hacía referencia a la conducta concreta de los varones como género específico.4 Los varones eran por tanto, y sin ninguna duda, el pueblo, ya que lo masculino representa a la humanidad en su conjunto. Los hombres fueron los sujetos principales a los que se dirigían los discursos del periódico republicano.
Pero a través de esta ambivalencia que tradicionalmente la cultura proyecta sobre la identidad genérica masculina, los papeles de las mujeres republicanas se vieron, también, teóricamente relacionados con el conjunto de valores y normas que el movimiento blasquista atribuía a los hombres; porque la noción misma de pueblo, al reafirmar la idea de lo universal, tratando de representar al conjunto de la sociedad como un todo indiferenciado, permitía la identificación tanto de los hombres como de las mujeres. Las mujeres, debieron por tanto sentirse comprendidas y parte de ese pueblo, de esa «masa federal», como los blasquistas gustaban autodenominarse haciendo referencia a todos los que compartían unos mismos ideales.
Así pues, aun cuando el objetivo prioritario de los blasquistas fue, en una primera instancia, la transformación de las nociones que hacían referencia al comportamiento de los hombres y a su autopercepción como tales, el proceso que desarrollaron mientras duró su hegemonía al frente del gobierno municipal, implicó necesariamente a las mujeres.
En numerosas ocasiones las alusiones al pueblo identificaban aquilatadamente a quienes formaban dicho pueblo, y las mujeres de diversas procedencias sociales estaban comprendidas. Cuando en el año 1898, los blasquistas colocan en la puerta del periódico El Pueblo un llamamiento en apoyo de Zola que está siendo juzgado por el caso Dreyfus, el texto que demanda la firma de adhesión al novelista dice así:
El pueblo de Valencia sin distinción de clases, lo mismo la gran señora que la obrera, igual el hombre de estudios que el jornalero, saluda al eminente escritor, al primer carácter de nuestro siglo.5
De este modo, las mujeres, no sólo se debieron sentir parte del pueblo sino que como pueblo, también las organizaciones feministas como la Asociación General Femenina –y la publicación relacionada con dicha asociación que, llevaba el nombre de La Conciencia Libre–,6 habitualmente, y sobre todo en los primeros años del periódico, solían firmar y apoyar los llamamientos y convocar a las manifestaciones junto con otros grupos afines al republicanismo. Como parte del movimiento que constituían los blasquistas, las mujeres aportaban su propia organización a los actos generales que se proponían. Cuando se invita a todos los valencianos para que acudan a una manifestación de repulsa ante los atentados cometidos contra los presos anarquistas en el castillo de Montjuich, la Asociación General Femenina y La Conciencia Libre convocan conjuntamente con el Casino Republicano de la Vega, el Casino de Fusión Republicana de Ruzafa, el Centro Espiritista La Paz y otros grupos librepensadores.7
El populismo blasquista, al universalizar a un gran número de sujetos sociales con intereses distintos en un todo único, sin embargo, pone de manifiesto que en la sociedad que los blasquistas pretendían crear los papeles de hombres y mujeres se construyeron en la doble tensión que suponía la igualdad y la diferencia, las aspiraciones a una cierta equiparación y el mantenimiento de las mujeres en posiciones sociales de subordinación, sin que el partido emprendiera iniciativas prácticas para mejorar dichas posiciones. Tendentes a la igualdad, pero distintos en sus atribuciones genéricas, los hombres y las mujeres podían y debían mantener los mismos principios ideológicos, aunque en los ámbitos diferentes que se consideraban propios de cada sexo.
Tal es el caso de las manifestaciones de las mujeres en la guerra de Cuba. La utilización partidista de las madres, con frecuencia iba acompañada del apoyo explícito a las mujeres que eran capaces de protestar ante las injusticias, aunque ello supusiera traspasar los límites que la sociedad atribuía a la feminidad.
Las madres españolas que tanto han llorado y llorarán con motivo de la Guerra de Cuba, se cansan ya de ser hembras débiles que sólo para el llanto tienen fuerza, y protestan con varonil energía contra el desbarajuste actual.
Nos resulta simpática la conducta de esas madres.8
Otras veces, se utilizaba la imagen de las mujeres del pueblo, en este caso refiriéndose a la propia Virgen María, para resaltar las cualidades más tópicas atribuidas a las mujeres.
Hace veinte siglos aproximadamente [...] una pobre mujer toda dulzura y sencillez, como lo son las mujeres del pueblo acostumbradas á luchar con la miseria, á animar con su sonrisa resignada al marido que arrastra la pesada existencia del obrero, sentía los dolores del parto.9
Por tanto, es posible afirmar que, ya que los discursos tienen en sí mismos la intención de producir una apariencia de verdad, las proclamas populistas que utilizaban los blasquistas, aunque parecían tener un sentido único, fueron en sí mismas abiertas e inestables, lo cual posibilitaba determinadas identificaciones relacionadas con los valores universales de la igualdad, la razón y el progreso humano, abiertos, también a las mujeres. Y a la vez, las representaciones incidían en la diferenciación de atribuciones genéricas, complementando los roles femeninos con cierto compromiso ideológico, pero sin desvincular a las mujeres del modelo doméstico, maternal y sentimental, que era el más usual en esa época.
Mientras que la identidad masculina10 predominante, básicamente, no parecía tener fisuras –puesto que proyectaba como deseable un modelo variable pero universal de sujeto basado en una identidad intelectual, racional, que privilegiaba la imagen del varón instruido y comprometido con las ideas del progreso y la libertad–, la identidad femenina fue objeto de debate y polémica hasta tal punto que sería la diversidad, más que el consenso, lo que la definiría. Pero, tras las representaciones que hacían los hombres confiriendo o negando determinada autonomía a las mujeres, se estaba produciendo también una alteración sustancial de la propia identidad masculina. La capacidad de los hombres para comprometerse en mayor o menor grado con cierto igualitarismo, indirectamente aludía y establecía los límites y las premisas sobre las que estaban dispuestos a pensar y vivir nuevos modelos de masculinidad.
Además, el populismo blasquista, por la propia naturaleza de sus discursos –que mezclaba lo público con lo privado y apelaba a las emociones del lector– suponía un instrumento eficaz para que las relaciones entre los sexos y las cuestiones personales fuesen tratadas en el periódico. El afecto, el sacrificio, la vida cotidiana, la vida personal, y otros muchos ámbitos atribuidos a la feminidad eran comúnmente utilizados por los hombres para hacer apelaciones políticas. Sumar el malestar diario y privado ampliaba la función crítica de los blasquistas y multiplicaba el número de sujetos, también las mujeres, que se decían o sentían marginados o insatisfechos; no sólo con la gestión política, sino sobre todo, con muchas conductas y valores vigentes que se referían a las mentalidades y a las costumbres.
Como los republicanos mismos afirmaban, su revolución era en primer lugar una revolución ideológica que concernía al conjunto de la sociedad. Así lo expresaban en un artículo titulado «Educación Popular»: «la humanidad, ya en nuestro siglo, todo lo puede con la fuerza soberana del pensamiento».11 Y la noción de humanidad, en sí misma, comprendía y abarcaba a hombres y mujeres, es decir, al conjunto de la especie. Pero, además, la fuerza de la nueva revolución, al menos en lo que a planteamientos teóricos se refería, consistía en que esa humanidad que compartía nuevos pensamientos e ideales contagiaba ineludiblemente a su entorno y expandía