reiteradamente emprenden y que «muestran una pasión sincera que se comunica al lector».
Desde estos presupuestos, en un artículo titulado «Catecismo revolucionario»,34 cuando el escritor se pregunta retóricamente por las virtudes positivas de un buen republicano, la repuesta dice así:
La primera tener decisión; la segunda no confiar ni un minuto más en otra cosa que no sea la guerra activa á la monarquía, y la tercera y más importante, no dejarse seducir por nada ni por nadie.35
También cuando el periódico menciona que «a D. Alejandro Pidal le sale un hijo librepensador», el articulista matiza sus propias palabras añadiendo: «en el sentido de que piensa por sí, libremente, sin miedo al qué dirán, sin plegarse á conveniencias ni á prejuicios».36 Incluso cuando Benito Pérez Galdós «ingresa en la falange republicana», escribe una carta (que publica El Pueblo), en la que el escritor hace explícito que se reserva la independencia en todo lo que no sea incompatible con las ideas esenciales de la forma de gobierno que los republicanos defienden.37
Incluso cuando las mujeres republicanas tomaban la palabra, continuaban remarcando esa necesidad de acogerse a la libertad interna (que no se deja seducir por nada ni por nadie); libertad que se forma a través de la razón y la instrucción, mecanismos básicos para formar esas subjetividades «verdaderamente» autónomas.
En un mitin celebrado en Sagunto por los librepensadores, se narra el discurso pronunciado por Belén Sárraga con las siguientes palabras:
Hizo la historia de la mujer en la antigüedad y la consideración en que era tenida por los sacerdotes.
Añadió que no quería esclavas ni que siguieran sus doctrinas, sino que se instruyeran y luego con libertad siguieran las doctrinas que les inspirase su libre criterio.38
Los republicanos entendían la libertad como plenamente ligada al desarrollo de la razón individual, pero también como plenamente capaz de distanciarse de los seres o de las ideas que desde el exterior marcaban, observaban o juzgaban las conductas.
En el mismo sentido, cuando en 1898 Blasco Ibáñez agradece a sus votantes su elección como diputado, remarca también la importancia política que tiene para «el obrero honrado» (que le ha otorgado su voto) el desarrollo, a través de la educación, de un juicio autónomo que le permite elegir políticamente.
El obrero honrado que adquiere su instrucción en las horas de descanso, formándose sus opiniones con independencia, y purifica su voluntad de tal modo que sabe resistir las seducciones y da su voto al que cree más digno.39
Aun cuando las palabras de Blasco contienen, sin duda, una clara intención política que pretende redundar en su propio beneficio y en el de su partido, dichas palabras no dejan de remarcar la importancia que para los republicanos tenía la construcción de ese ámbito privado de elección, basado en el propio discernimiento.
Habermas,40 reflexionando sobre tres modelos de política deliberativa, afirma que según la concepción republicana la política no se agota –como afirma el liberalismo– en la función de mediación entre el Estado y los ciudadanos, «sino que es un elemento constitutivo del proceso social en su conjunto. La política es entendida como forma de reflexión de un plexo de vida ético». En la concepción liberal, la política (entendida en el sentido de formación de la voluntad política de los ciudadanos) tiene la función de
imponer los intereses sociales privados frente a un aparato estatal que se especializa en el empleo administrativo del poder político para conseguir fines colectivos.
En la concepción republicana, la política constituye el medio a través del cual «los miembros de comunidades solidarias [...] se tornan conscientes de su recíproca dependencia» y tratan de configurar, y transformar con voluntad y conciencia, y a través de relaciones de reconocimiento mutuo, esa comunidad en una asociación de ciudadanos libres e iguales. Y para estas prácticas, además de la solidaridad, que se constituye como una fuente de integración social, es necesaria también la práctica de la autodeterminación ciudadana que emerge de una base social autónoma.
Por ello, para que la sociedad civil fuese independiente de la administración pública liberal y del tráfico económico privado, era necesario también que los ciudadanos republicanos se percibieran a ellos mismos, primero, como portadores de unos principios e ideales específicos y distintos a los que mantenía no sólo el liberalismo más conservador, sino también de los que mantenía el liberalismo progresista; y segundo, que dichos republicanos fuesen capaces de actuar e incidir en la sociedad, haciendo coincidir sus ideales con sus conductas y prácticas cotidianas; lo que significaba que las nociones relacionadas con la autonomía –política y ciudadana– eran cuestiones vinculadas también a su propio autoentendimiento personal.
O dicho de otro modo, los seres o agentes sociales sólo existimos en una comunidad, lo que significa –como afirma Béjar, analizando las teorías del comunitarismo– que «la comunidad no es por ende un atributo sino un elemento constitutivo de la identidad».41 Así, los sujetos se forman como tales sujetos participando en comunidades o grupos específicos. Por tanto, la libertad se define no sólo a partir de las limitaciones sociales que enfrentan a unos seres o grupos a otros, sino también como el ejercicio diario que supone la conciencia de las interdependencias existentes entre los miembros que forman una comunidad o grupo.
3. AUTONOMÍA PERSONAL Y VIDA POLÍTICA
Así, y haciendo un recorrido que podríamos denominar de doble sentido, esos ideales profesados por los blasquistas debían materializarse efectivamente en la vida política, puesto que, en última instancia, sólo los individuos libres, autónomos y racionales, como afirman las siguientes palabras, podían –una vez unidos y organizados libremente– construir una nueva sociedad, sus instituciones e incluso proponer socialmente nuevas formas de conducta.
Cierto que con el poder divino del pensamiento, con el empleo de la razón, con el influjo de la ciencia, con el trabajo de la propaganda, siempre tienen las ideas pocos ó muchos adeptos, constituyen sistemas y hasta forman escuelas, pero verdad también que nunca se convierten en hechos, ni las adoptan los pueblos, ni rigen la vida, si los encargados de realizarlas no se unen, no se organizan, no suman sus fuerzas para crear instituciones, leyes o reglas de conducta.42
Los republicanos valencianos, identificados en muchos casos con el ideario de los krausistas españoles, asumían «la idea de la nación como una realidad construida en el tiempo por la voluntad colectiva».43 La autonomía personal cobraba sentido al extenderse al municipio, a la región, y a la nación, proponiendo una democracia que iba más allá de lo que representaba, puesto que afirmaba los derechos civiles y políticos de los nuevos ciudadanos libres e individualmente formados, para mejorar sus vidas y decidir en toda cuestión. Comunidad e individuo se debían equilibrar y reforzar porque, como afirmaba un articulista del periódico,
al entendimiento humano podrá dársele á conocer que el bien de todos juntos es el bien particular de cada uno, y amarlo ha el corazón por instinto y conveniencia.44
Lógicamente, la única forma de gobierno que garantizaba verdaderamente la aplicación y la instauración de esta dinámica social era la:
¡Bendita mil veces República, única forma de