Una de las características del republicanismo popular fue la concepción de la República como un mito, como el motivo movilizador de las mejores energías del pueblo porque se presentaba como la única alternativa moralizadora. Pero, además, frente al reformismo de la Restauración, que promovía la corrupción en las alturas y la inhibición en las masas, la República significaba abrir el camino a la modernización.46
Pero, aunque con frecuencia los blasquistas utilizaban la dicotomía de proyectar dos bandos beligerantes que se enfrentaban a los partidos conservadores, ellos mismos siempre se volvían a autodefinir como
los que buscan el establecimiento de verdaderos, puros principios democráticos; es decir, aquellos por los cuales gobierna la universalidad de los ciudadanos, y son por lo tanto contrarios a todo privilegio divino ó humano, de religión, de herencia, de sangre, ó de condición capitalista.47
El gobierno de «la universalidad de los ciudadanos», siguiendo de nuevo el análisis de Habermas, no significaba, como desde la concepción liberal, gozar sólo de derechos subjetivos frente al Estado o frente a los demás ciudadanos, sino tener derecho a la participación y a la comunicación política. Para el republicanismo, lo importante no era sólo que la política les garantizase la libertad frente a las coacciones externas, sino también la participación en una práctica común,
cuyo ejercicio es lo que permite a los ciudadanos convertirse en aquello que quieren ser, en sujetos políticamente responsables de una comunidad de libres e iguales.48
La formación política adquiría, así, dimensiones que acercaban la acción pública y de gobierno a los auténticos valores que habían inspirado las revoluciones liberales; porque, como apuntaba otro artículo del pueblo: «del despotis-mo no se va á la libertad, ni por la autoridad absoluta al ejercicio de la razón, que es la conciencia».49
En parte, los problemas de la política española, el escepticismo y la compra de votos, eran una consecuencia directa del despotismo que mantenían los políticos del resto de partidos que, defendiendo sus propios privilegios, impedían la participación popular y el libre ejercicio del sufragio.50
El voto, que sólo podían ejercer los varones, se convertía, por tanto, en el símbolo político de la libertad individual, y la venta de votos en la negación de toda capacidad subjetiva relacionada con la voluntad, la libertad y el honor personal.
Refiriéndose a Catarroja, donde los blasquistas sospechaban que el médico compraba con dinero los votos, un articulista de El Pueblo afirmaba:
Aquí el voto no supone juicio ni voluntad, deber y derecho, honor y honra. La facultad de elegir, el voto, el sufragio, esta sagrada creación de la voluntad, este acto inviolable del albedrío, supone en Catarroja el loco afán de un encubrimiento personal.51
Y aunque el populismo blasquista en ningún caso llevó a la práctica la totalidad de ideales que defendían en sus discursos, y jugó sus propias bazas –sobre todo para acrecentar su poder político–, la organización del propio partido y de los grupos afines al republicanismo daban pruebas de estar dispuestos a ejercer esa democracia vinculada a la libre elección de sus representantes, dejando que fuese la propia voluntad de sus afiliados la que asumiera las decisiones del partido o del grupo del que formaban parte.
Ya en el año 1897, cuando se explican en El Pueblo los acuerdos de la Asamblea Nacional Republicana que dará origen al nacimiento del Partido Fusión Republicana, se expresaban de este modo,
la conducta que en el porvenir seguirán todos los republicanos fusionados, es casi seguro que se convendrá que no siendo el nuevo partido de escuela cerrada, será lícito a todos sus afiliados la propaganda individual de distintos puntos de vista políticos, siempre que no afecte á las buenas relaciones de concordia y unidad establecidas en la base.52
Como consecuencia del texto anterior podemos deducir que formar parte del partido no debía implicar renunciar a las propias opiniones, sino establecer puentes para la unidad que debía hacerse desde la base.
Esta democracia comunicativa y participativa más compleja y difícil de llevar a la práctica cuando se trataba de ganar elecciones políticas y formar un partido fuerte– sin embargo, acentuaba la autoformación individual de los militantes republicanos a través de la práctica de la política, y situaba en un lugar central la autodeterminación de los sujetos que deseaban dar origen a un nuevo concepto de libertades públicas, orientadas a la participación y al entendimiento de los ciudadanos.
Pocos meses antes, cuando los republicanos estaban preparando la fusión, mientras el periódico hablaba acerca de los beneficios políticos que les supondría formar un solo partido, se celebró en el Teatro Pizarro un mitin en el que participaron los hombres más significativos del republicanismo valenciano del momento. En la narración del acto el cronista informa que «A petición del público bajo al escenario la exdirectora de La Conciencia Libre doña Belén Sárraga». Resulta insólita la intervención de una mujer en un acto político, y más, cuanto que fue requerida por el propio público, pero, con un considerable aplomo, las palabras que el cronista atribuye al discurso que espontáneamente pronunció Belén Sárraga inciden, de nuevo, en los principios más arraigados del republicanismo de la época; en la necesidad de acción directa e individual desde las bases y en la necesidad de trabajo y lucha para conseguir los objetivos de la unión: «Podremos –dijo– encontrar inconveniente; vernos detenidos por obstáculos; podremos perecer en la lucha, pero habremos luchado». Afirmó que el pueblo siempre vive y vivirá unido, y refiriéndose a los jefes añadió que lo mismo organizan un meeting que banquetean con los ministros. «Todo hay que esperarlo de los de abajo, nada de los de arriba». Opinó que el triunfo está cercano y pidió en corto plazo oír sonar «no aplausos, sino ruido más sonoro y más honrado».53
En base a la intervención de Sárraga en este mitin, cabe volver a señalar que las mujeres compartían con los hombres los mismos valores culturales y también la apertura del republicanismo blasquista a la intervención y participación de las mujeres en sus actos. Radcliff refiere la intervención de Belén Sárraga en una conferencia en Gijón en 1899 que «provocó una seria conmoción». Aun cuando Belén Sárraga era una excepción en el mundo masculino del republicanismo, entre los blasquistas era claramente valorada. Siguiendo la narración de Radcliff,
cuando se le pide a Melquiades Álvarez –la nueva estrella republicana en Asturias– que intervenga en un mitin junto a Belén Sárraga, se niega tajantemente aduciendo que «las mujeres no deben tomar parte en estas actividades».54
La misma estructura de funcionamiento abierto que reclamaba Belén Sárraga en el mitin del Teatro Pizarro, la encontramos en 1901, cuando el Casino Republicano Propagandista del distrito de la Misericordia celebra una reunión para «acordar la línea de conducta que debía seguir en las próximas elecciones de diputados provinciales». Después de una amplia discusión entre sus miembros, se llegó a la siguiente conclusión:
Siendo esta sociedad de unión republicana compuesta por elementos pertenecientes á las distintas agrupaciones en que se halla dividido el partido republicano, procede oficialmente permanecer neutrales, sin perjuicio de que los socios, particularmente, puedan votar la candidatura que mejor les plazca, dejando el local de la sociedad á disposición de los candidatos republicanos.55
Ciertamente,