Luz Sanfeliu Gimeno

Republicanas


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lo largo del siglo XIX. Pero lograron, además, que ese pueblo, al que los republicanos se dirigían haciendo uso de una notable demagogia, se convirtiese en sujeto activo de la política y de la vida social.

      Para la formación de los blasquistas en el nuevo ideario fue necesario socializar a los hombres en nuevos modelos de comportamiento en lo que hacía referencia al disfrute del tiempo libre y, también, a las relaciones con las mujeres y con la vida familiar.

      A principios de siglo, la radical segregación entre los sexos en las clases populares hacía que el tiempo de ocio masculino se dedicara sobre todo a las reuniones en las tabernas, donde la charla, el juego y la bebida eran las principales ocupaciones. Este ocio exclusivamente de los hombres, donde las mujeres no tenían cabida, ocupaba su tiempo de descanso y daban lugar a una sociabilidad sin objetivos, en muchos casos irracional. A veces, llena de peleas y discusiones, que condenaba a los varones a embrutecerse con el alcohol y a perpetuarse en hábitos que los republicanos consideraban anacrónicos e inmorales y en cuya transformación se comprometieron, con la intuición de que era necesario modificar ciertas nociones sobre el significado y las vivencias de la masculinidad para poner en marcha algunos cambios sociales importantes.

      En todas las novelas del ciclo valenciano de Blasco Ibáñez, La barraca, Cañas y barro, Flor de Mayo, Cuentos valencianos y Entre naranjos aparecen reiteradamente escenas donde se describe cómo este ocio masculino que se vive en tabernas y casinos se significa, por un lado, como un espacio de expansión, de encuentro y distracción, que en algunos casos conduce a una cierta degradación de la conducta de los hombres; y, por otro lado, como ajeno, casi una huida de los hombres de las responsabilidades y presiones del entorno familiar.

      Las tabernas, el juego, el alcohol, donde hombres con hombres se distraían y hablaban, ajenos a la presencia femenina, demarcaban el espacio real y simbólico no sólo entre los géneros, sino también entre las responsabilidades sociales que tenían los hombres con respecto a su trabajo, su familia y su propia personalidad, que sólo entre hombres se mostraba finalmente sin cortapisas. Las presiones sociales exigían de los hombres cargas y compromisos que sólo se subvertían en el espacio donde se encontraban solos; en las tabernas, por ejemplo, donde podían expresar finalmente una masculinidad, provisionalmente, al margen de sus deberes sociales.

      Así, esta noción de la identidad masculina violenta, que se expresaba sobre todo en el tiempo de ocio, perpetuaba a los hombres de clases populares en valores y hábitos de conducta que el blasquismo, como ya hemos dicho, consideraba necesario transformar.

      Una de las expresiones más directas de esta relación que los blasquistas establecían entre la identidad masculina y la violencia, la encontramos en un artículo humorístico titulado «El símbolo» y que firmaba Luis Taboada. El texto dice así:

      A algunos les parece muy bien la costumbre de llevar navajas en el bolsillo y se mueren por sacarlas y fingir que matan a uno detrás de una puerta [...] Y esgrimen el arma con encantadora agilidad, y se hacen la ilusión de ser unos homicidas terribles [...] En fin la navaja desaparecerá cuando muramos todos. Hay quienes ya vienen al mundo con ella.

      Y, a continuación, se establece en el texto un corto diálogo:

      —Corra Ud. D. Nicomedes; corra usted que ya ha salido de cuidado su señora.

      —¿Y qué ha soltado? ¿Niño ó niña?

      Los niños parecían nacer vinculados irremediablemente a la «navajita», símbolo inequívoco de su masculinidad. Ser hombre suponía que era necesario ostentar y practicar formas de valor y violencia que daban prestigio al individuo dentro de la comunidad. Los sujetos más desfavorecidos parecían obtener un cierto reconocimiento social demostrando que eran valientes y capaces de amedrentar e imponerse por la fuerza sobre los demás.

      Además, los agentes de la autoridad, aplicando unas fórmulas políticas, también irracionales, arbitrarias e injustas, continuamente dejaban tranquilos a los «chulos» y violentos con los que, incluso, compartían ciertas conductas y determinados ambientes. Como era frecuente leer en el periódico El Pueblo:

      En cualquier caso, los republicanos incidían en las conductas violentas que enfrentaban a los hombres para solucionar los conflictos. Así, incluso cuando las actividades violentas tenían lugar entre los propios republicanos, admitían que la violencia entre los iguales no era la solución.

      La solución a los problemas de la violencia, de las peleas, incluso de la embriaguez, no era el tolerarlos amparándose en la propia arbitrariedad y complicidad de las autoridades, ni tampoco dictar órdenes para reprimirlos. Como se puede leer entre líneas en el artículo anterior y se afirma con rotundidad en otro