o hacían repetitivos llamamientos a los militantes para trabajar en el partido y garantizar la «limpieza» de los comicios.23
En esta militancia activa de la que hacían gala los blasquistas, habitualmente, encontramos que las mujeres eran, también, invitadas a participar o participaban por su propia voluntad en los actos que se promovían. En los festejos del 15 de julio de 1897, cuando la Juventud Republicana conmemora la toma de la Bastilla (14 de julio), entre los oradores que pronuncian discursos encontramos que se cita como oradora a Dª. Belén Sárraga,24 y en el resumen del acto se puede leer: «Entre la concurrencia vióse gran número de señoras, que llevaban ceñido al cuerpo un cinturón con los colores republicanos».25
También, cuando se invita a los valencianos a que firmen en las oficinas del periódico El Pueblo en apoyo de Zola por el caso Dreyfus, son numerosos los nombres de señoras que figuran en el libro de apoyo, el cual finalmente envían los republicanos valencianos al escritor francés, que está siendo juzgado.
Como resultado de esta invitación a la participación, se promovía una conciencia cívica capaz de movilizarse espontáneamente y con diligencia, manifestándose en las calles y mostrando su desacuerdo con hechos que consideraban onerosos, como, por ejemplo, ante el desastre de Cavite,26 o ante los nuevos impuestos que aplicó Villaverde siendo ministro de Hacienda. En este último caso, de nuevo, la noticia del periódico da cuenta de que en la huelga general que llevaron a cabo los ciudadanos valencianos, también las mujeres y los niños se movilizaron y tuvieron su propio protagonismo.
Muchísimas mujeres y chiquillos desde la seis de la mañana dedicáronse a impedir que se abrieran los talleres, y varios grupos de hombres intentaron hacer cerrar los comercios lo que no fue necesario, pues la mayor parte de ellos ya se habían anticipado a hacerlo.27
Los blasquistas, con esta actitud de movilización popular y de reforzamiento de la militancia, resaltaban la importancia de la acción individual y afirmaban la necesidad de que los sujetos –sobre todo los hombres, pero también las mujeres–, adquiriesen un compromiso tangible con la vida social y política.
Frente al carisma de los líderes, la política de medro y privilegios que, desde su punto de vista, significaba para el resto de los partidos políticos obtener diputados y relacionarse con sectores sociales influyentes para el propio provecho, oponían la necesidad de acciones basadas en la presencia en las calles de la masa federal, que eran en realidad sus seguidores.
Sin embargo, conviene no olvidar que Pigmalión, refiriéndose a los republicanos influyentes, afirma que hubo también intereses particulares vehiculados a través del partido:
La junta municipal del partido estaba compuesta por hombres ambiciosos que aspiraban a ocupar cargos públicos de la administración y política valenciana. Otros, industriales y comerciantes, pensaban hacer grandes negocios al socaire de la política.28
También en el mismo sentido, Martí advierte que
Cal tenir en compte l’afavoriment per part dels blasquistes dels interessos d’una burguesia urbana beneficiada per l’assaig de reforma urbanística [...] fins al punt que J. López Hernando ha pogut parlar, en estudiar la política hisendística del blasquisme, d’autèntica detracció de recursos dels sectors populars per a subvenir els negocis immobiliaris dels propietaris.29
Estas representaciones que los blasquistas hacían de sus seguidores, aun cuando no siempre sus actuaciones tuvieron un correlato exacto con sus prácticas de vida, nos permiten comprender cómo aquellos republicanos –que en los primeros tiempos del partido en Valencia leían o escuchaban El Pueblo, eran «pobres, y en su mayoría iletrados, entendían la democracia a su manera y se dirigían al jefe para resolver cualquier asunto»–,30 fueron progresivamente formados para comprender que podía existir otra forma más moderna y efectiva de hacer política.
Desde este punto de vista, la tarea de los blasquistas se centró en convencer, sobre todo a los varones, de que no sólo era necesario confiar en la integridad que debían tener los líderes a los que votaban; también era necesario que la política se convirtiese en una responsabilidad colectiva. Como decía un artículo del periódico:
Podrán caer los jefes, pero las ideas sobreviven, y la protesta revolucionaria no muere ni morirá, pues se abriga en el corazón de todos los españoles honrados.31
O también:
El único medio de hacer republicanos es trabajar incesantemente por la causa, llevando á cabo campañas de actividad extraordinaria, sosteniendo el calor en todos los corazones y el entusiasmo en todos los cerebros.32
Esta visión se hacía presente, asimismo, en muchos de los artículos del periódico que trataban sobre los políticos relevantes. Los personajes de la vida política que aparecen en El Pueblo no sólo eran valorados por sus acciones públicas, sino que también se solía remarcar la necesaria coincidencia que debían tener su vida y sus ideales.
Las figuras tanto de Cánovas como de Castelar, de Sagasta, o Estévañez se analizan evaluando el conjunto de cualidades y comportamientos que conforman su personalidad; y en muchos casos, su vida familiar, el confort o el sacrificio, la comodidad o las renuncias gozadas o sufridas son las que definen, también, las intenciones públicas y la valía política del personaje. Las declaraciones de los políticos dejaban de tener valor o cobraban todo su valor sólo si eran capaces de ser coherentes con sus ideas, haciendo de su compromiso público un compromiso vivencial.
Desde estos parámetros, el juicio que el periódico aplicaba a los personajes que mencionaba solía ser benigno cuando se guardaba fidelidad a los principios, o podía ser implacable o demoledor en el caso contrario.
2. LA CONCIENCIA INDIVIDUAL, GUÍA DE LAS ACCIONES
Porque, en última instancia, cuando los individuos se comprometían políticamente, la necesidad de coherencia personal se hacía del todo necesaria incluso para mantener la propia conciencia de la nación. En un artículo titulado «Nación sin conciencia», el articulista criticaba los desastres políticos haciendo referencia, de nuevo, a la pérdida de los valores entre los hombres que gestionaban los asuntos públicos sin que los electores les demandasen responsabilidades. Pues no debían ser los mayores o menores éxitos, ni los beneficios materiales, como «los monárquicos [que] se aprovechan del voto para el medro personal», ni las presiones externas, ni el disfrute del poder. La base de cualquier proyecto político renovador era también la conformación de una conciencia autónoma que, en el interior de cada sujeto, permitía que éste se comprometiese con la colectividad y viviera consecuentemente en la línea de sus pensamientos. Ése era el principio que les diferenciaba, según su punto de vista, del resto de grupos políticos, porque no hacían uso de una doble moral y trataban de vivir sin someterse a ninguna moral externa ni a ninguna claudicación material. Por ello también muchos republicanos ilustres, después de abandonar sus cargos políticos por mantener sus ideas y actuar como les dictaba su conciencia, vivían en la pobreza.33
Vivir de este modo era fundamental en la nueva representación de la acción política que en ningún caso era una tarea fácil. Incluso la dificultad de la empresa se convertía en heroicidad y mérito, ya que, en última instancia, ése era también el sentido de un concepto de libertad que se definía como fundamento de una subjetividad ajena a cualquier