Luz Sanfeliu Gimeno

Republicanas


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aire, las respiran los que quieren y los que no quieren. Son como la llama que todo lo purifica y transforma.12

      Las nuevas ideas que los blasquistas difundieron, efectivamente, llegaron a formar parte, en cierta medida, del aire colectivo que, de algún modo, ambos géneros respiraron.

      Así, no es extraño que en el año 1909, cuando el gobernador civil de Valencia instiga a los republicanos, prohibiendo sus actos públicos y denunciando al periódico, éstos le respondan afirmando que tras su organización había una masa inconcreta de sujetos dispuestos a apoyarles.

      ¿Estaban hablando de familias constituidas por grupos afines al movimiento blasquista o eran realmente las familias privadas que forman los matrimonios republicanos? Las «miles de familias» que estaban a su alrededor para apoyarles, eran con toda probabilidad las propias parejas que formaban un nuevo hogar, caracterizado también porque la pareja compartía, además de vínculos sentimentales, una misma visión política e ideológica de la vida social.

      Una vez consolidadas las transformaciones referidas a la nueva identidad masculina, la revolución política y social del blasquismo se fue extendiendo, también, a las mujeres y al ámbito de lo privado y del hogar. Al menos esas eran las propuestas que hacia Azzati en uno de sus artículos:

      En estas representaciones que constituían la visión del mundo que los blasquistas manejaban, se fueron dando a las mujeres mayores posibilidades para formar parte del movimiento y participar indirectamente a través de sus esposos de los ideales republicanos.

      1. NUEVAS IDENTIDADES MASCULINAS

      En este sentido, en el proceso de acción política desarrollada por los blasquistas hay que prestar una especial consideración al hecho de que los ideales que se propugnaban como deseables para los hombres en el ámbito público, se proyectaban también, debiendo formar parte de la vida privada. Desde su punto de vista, la posibilidad de alcanzar alguna transformación política y social dependía, asimismo, de la capacidad que tuviesen como librepensadores y republicanos para vivir cotidianamente de acuerdo con su conciencia y sus pensamientos.

      Como afirma Habermas,

      El progreso, la igualdad, la libertad, la necesidad de la instrucción para mejorar la emancipación de los más desfavorecidos, no eran ideas inconcretas y abstractas que sólo se materializarían en la vida social como resultado de su acceso político al poder público, sino que debían formar parte del quehacer diario, del trabajo continuado de los militantes blasquistas.

      Partiendo de estos planteamientos y a medida que los republicanos valencianos, en febrero de 1897, iniciaron la fusión y se desmarcaron definitivamente de las tesis del cambio revolucionario, el partido fue elaborando una propuesta filosófico-política que, como afirma Manuel Suárez al analizar el republicanismo institucionalista, desbordó los límites de la acción política estricta hasta adquirir todo su significado

      La identidad de los hombres blasquistas se proyectaba, por tanto, en los primeros discursos del periódico como una elección personal, una elección que significaba que no sólo se mantenían ideas diferentes a las del resto de grupos políticos, sino que además esas ideas suponían una conducta distinta.

      Y, nada más realizarse la unidad política de la mayoría de los republicanos valencianos en el partido de Blasco, Escuder remarcaba la necesidad de trabajar en la base, en las «provincias», porque sólo ésa era en realidad la tarea que les permitiría expandir las ideas que como republicanos mantenían:

      Así se creó en torno al blasquismo un sólido tejido asociativo, accionado y reforzado por las apelaciones que hacían referencia a «la fe en los principios», a «la conciencia» y a «la honradez» de sus seguidores. De este modo, se diferenciaban a sus enemigos políticos, y representaban a los sujetos republicanos como los únicos «verdaderamente» revolucionarios y capaces de propiciar transformaciones sociales, ya que sus «principios» no eran sólo palabras abstractas, sino una nueva forma de «ser» y de actuar.