Bremen.
Kinson alzó una ceja con aire especulativo.
—¿Por qué querría hacerlo?
Bremen se detuvo y se volvió hacia Kinson.
—Todavía no me lo ha dicho. —Echó un vistazo hacia donde ella estaba sentada—. Me ha dado razones suficientes para considerar su petición, pero todavía hay algo que no me ha contado.
—En tal caso, ¿se lo negaréis?
Bremen sonrió.
—Esperaremos a los demás y lo discutiremos.
La espera fue corta. El sol se alzó por encima de las colinas y coronó la linde del bosque al cabo de unos minutos, iluminando los recovecos llenos de sombras y persiguiendo los últimos rescoldos de penumbra que quedaban. La tierra recuperó el color: tonos de verde, marrón y dorado asomaron entre la oscuridad que se desvanecía. Los pájaros se despertaron y entonaron una melodía de bienvenida a ese nuevo día. La niebla se aferraba con tenacidad a los huecos más oscuros del brillante bosque y Risca y Tay Trefenwyd aparecieron al travesar la cortina de bruma que rodeaba los muros de Paranor. Ambos se habían desecho de la cogulla de druida y habían optado por ropa cómoda para viajar. Cargaban con un morral holgado que se balanceaba, colgado de sus espaldas anchas. El elfo iba armado con un arco y un cuchillo de caza delgado. El enano llevaba un sable corto que podía usar con ambas manos, un hacha de guerra atada a la altura de la cintura y blandía un garrote tan ancho como su propio antebrazo.
Se dirigieron directamente hacia Bremen y Kinson sin fijarse en Mareth. Mientras ellos se acercaban, ella se alzó por enésima vez y se quedó de pie, esperando.
Tay fue el primero en darse cuenta de que estaba allí; se volvió al percibir un movimiento inesperado por el rabillo del ojo.
—Mareth —dijo en voz baja.
Risca lo miró y gruñó.
—Me ha pedido acompañarnos —anunció Bremen, directo al grano—. Afirma que nos puede ser de utilidad.
Risca volvió a gruñir y se alejó de la muchacha.
—Es una niña —musitó.
—Ha perdido el favor de Athabasca por tratar de estudiar magia —observó Tay mientras se volvía para contemplarla. La sonrisa que lucía en aquel rostro élfico se ensanchó—. Es una joven prometedora y me gusta la determinación que muestra. Athabasca no la asusta ni una pizca.
Bremen lo miró.
—¿Es de confianza?
Tay se echó a reír.
—Mira que es rara esta pregunta. ¿De confianza para quién? ¿Para hacer qué? Hay quien dice que nadie es de confianza excepto tú y yo, y yo solo puedo poner la mano en el fuego por mí. —Hizo una pausa y ladeó la cabeza hacia Kinson—. Buenos días, fronterizo. Me llamo Tay Trefenwyd.
El elfo le dio un apretón de manos a Kinson y, acto seguido, Risca también se introdujo. Bremen les pidió disculpas por haberse olvidado de hacer las presentaciones. El fronterizo respondió que ya estaba acostumbrado a eso y se encogió de hombros de manera significativa.
—Bueno, veamos, la muchacha. —Tay recondujo la conversación hasta el punto de partida—. Me gusta, pero Risca tiene razón. Es muy joven. No sé si quiero pasarme el rato cuidando de ella.
Bremen frunció los labios finos.
—No parece creer que tengáis que hacerlo. Afirma que sabe usar la magia.
Esta vez, Risca resopló.
—Es una aprendiz. Hace menos de tres estaciones que llegó a Paranor. ¿Cómo puede saber algo sobre el uso de la magia?
Bremen le echó un vistazo a Kinson y vio que el fronterizo ya lo había resuelto.
—Es poco probable que sepa algo, ¿verdad? —le dijo este a Risca—. Bien, pues votad. ¿Nos va a acompañar o no?
—No —respondió Risca de inmediato.
Kinson se encogió de hombros y sacudió la cabeza para mostrar su acuerdo.
—¿Tay? —preguntó Bremen al elfo.
Tay Trefenwyd suspiró a regañadientes.
—No.
Bremen dedicó un rato para tomar en consideración las respuestas y luego asintió.
—De acuerdo, aunque todos habéis votado en contra, creo que debería acompañarnos. —El resto se quedó mirándolo de hito en hito. Su rostro curtido se arrugó debido a una sonrisa repentina—. ¡Deberíais ser capaces de verlo! Muy bien pues, dejad que os lo explique. Por un lado, hay algo sobre la petición que me intriga y que no os he mencionado antes. Quiere estudiar conmigo, aprender cosas sobre la magia. Está dispuesta a aceptar casi cualquier condición con tal de conseguirlo. Está bastante ansiosa y, aunque no ha suplicado ni implorado, he visto la desesperación reflejada en su mirada.
—Bremen… —empezó Risca.
—Por el otro —continuó el druida, y con gestos pidió al enano que hiciera silencio—, afirma que posee magia innata y creo que tal vez nos dice la verdad. En tal caso, nos haría bien descubrir su naturaleza y emplearla bien. Al fin y al cabo, solo estaremos nosotros cuatro si no viene.
—No estamos tan desesperados como para… —insistió Risca.
—Ah, pero sí que lo estamos, Risca —lo cortó Bremen—. Sin lugar a dudas. Somos cuatro contra el Señor de los Brujos, los cazadores alados, los acólitos salidos del averno y la totalidad de la nación troll. ¿Se podría estar más desesperado? Nadie aquí en Paranor se ha ofrecido a ayudarnos. Solo Mareth. No me inclino demasiado a rechazar a alguien de plano a estas alturas.
—Antes has dicho que hay algo que no te ha contado —señaló Kinson—. Eso no inspira la confianza que buscas, precisamente.
—Todos guardamos secretos, Kinson —lo reprendió Bremen con tacto—. No hay nada extraño en eso. Mareth apenas me conoce. ¿Por qué debería confiármelo todo en el transcurso de nuestra primera conversación? Está siendo precavida, sin más.
—No me gusta —declaró Risca, hosco. Se recostó el garrote pesado contra el enorme muslo—. Quizá disponga de magia y puede que tenga el talento necesario para usarla, pero eso no cambia que casi no sabemos nada de ella. En especial, desconocemos si podemos confiar en ella, y no me gusta correr ese tipo de riesgos cuando mi vida está en juego, Bremen.
—Bien, creo que deberíamos darle el beneficio de la duda —replicó Tay, con buen humor—. Ya tendremos tiempo de tomar una decisión antes de que surja la oportunidad de poner a prueba su valentía. Con todo, ya hay cosas que podemos decir a su favor. Sabemos que eligió ser aprendiz de los druidas; ese hecho de por sí dice mucho de ella. Y es curandera, Risca. Puede que necesitemos sus habilidades.
—Dejad que venga —coincidió Kinson de mala gana—. De todos modos, Bremen ya se ha decidido.
Risca frunció el ceño con aire sombrío. Se puso derecho, tan ancho como era.
—Pues puede que se haya decidido, pero no lo habrá hecho por mí. —Se volvió hacia el anciano y se quedó mirándolo de hito en hito, sin mediar palabra, durante un rato. Tay y Kinson esperaron, expectantes. Con todo, Bremen no ofreció nada más. Se limitó a quedarse allí, de pie, en silencio.
Al final, fue Risca quien cedió. Sacudió la cabeza, se encogió de hombros y giró sobre los talones.
—Eres el líder, Bremen. Que nos acompañe si quieres. Pero no esperes que le limpie los mocos.
—Tranquilo, me aseguraré de hacérselo saber —le notificó Bremen mientras le guiñaba el ojo a Kinson. Acto seguido, le hizo señas a la muchacha para que se uniera a ellos.
***
Partieron al cabo de poco,