Jorge Manzano Vargas SJ (†)

El diablo


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una explicación del orden natural para los casos todavía no explicados. Presento esta explicación en el campo de lo posible, no de la certeza absoluta.

      También con la Iglesia, dejo aquí abierta la posibilidad de que hubiera casos —que serían relativamente pocos— en que el diablo provocara los fenómenos espectaculares de posesión.

      FENÓMENOS USUALES QUE HACEN PENSAR EN POSESIÓN DIABÓLICA

      Nota: Se suelen considerar tres tipos de asalto diabólico. La circuminsesión: vejaciones externas como ruidos, golpes, cosas que se rompen. La obsesión: el diablo ocupa el cuerpo mismo del poseso, pero no impide su libertad de acción. La posesión: lo mismo, pero además impide la libertad de acción. En lo que sigue atendemos sobre todo a este último tipo.

      1. Movimientos corporales incontrolados: movimientos súbitos y violentos, como girar el cuerpo a gran velocidad, o rodar sobre el suelo con el cuerpo rígido; levitación —al menos aparentemente contra la ley de la gravedad—, fuertes temblores o calambres, convulsiones, contorsiones, estrellarse contra suelo o paredes, arrojarse por la ventana u otros espacios, acrobacias admirables. Y todo esto, a veces, sin alteración del pulso.

      2. Mirada maligna, llamada diabólica. Cambio súbito del color de los ojos, sin ninguna otra alteración corporal.

      3. Abrirse y cerrarse partes del cuerpo, a manera de grandes heridas. Secreciones asquerosas por diversas partes del cuerpo.

      4. Sensación y muestras de doble personalidad. Se siente que dentro de uno está otro. Aparecen palabras escritas o marcadas sobre el cuerpo. Alaridos o carcajadas como sin causa y de manera exagerada.

      5. Blasfemias y movimientos de repudio contra Dios, violentas reacciones contra lo sagrado como reliquias y agua bendita.

      6. Sensación de contactos, íncubos o súcubos, con el diablo.

      7. Los fenómenos a que se suele dar más importancia son la glosolalia, la clarividencia, por ejemplo, respecto de los pensamientos del exorcista, y las manifestaciones de fuerza extraordinaria; por ejemplo, una levitación prolongada.

      EXPERIENCIAS

      Comunico tres experiencias que he tenido. La primera, a finales de la década de los setenta, en Ciudad de México; la segunda, a principios de la década de los ochenta, en Copenhague; la tercera, en 1991, aquí en Guadalajara. Tomaré en conjunto las del Distrito Federal y Guadalajara, que son muy semejantes, y después hablaré de la danesa, algo diversa.

       I

      Por razones del todo ajenas al tema que nos ocupa, hice con diversos grupos de amigos, en Ciudad de México y Guadalajara, experimentos que llamamos de concentración, o de trance, en que se manejan fuerzas naturales, tan naturales que son la base de una técnica usada por algunos directores de teatro, en especial en Polonia y en México. Los actores en estado de trance ya no actúan en el sentido de una vulgar imitación, sino que viven otra personalidad, o se transforman en otra cosa, mediante el uso de dos energías: una propia y otra exterior. Es muy potente la resultante del encuentro de estas dos energías. La energía propia es no sólo mental o psíquica, sino totalizante, por decir una palabra. Y lo mismo digamos de la energía exterior. Es incómodo querer darles un nombre, pues hoy día los nombres pueden causar confusión. Eso sí, por más que la naturaleza exacta de estas energías nos sea todavía inexplicable, es seguro que se trata de energías naturales, pues con práctica queda todo bajo el control y la voluntad del ser humano.

      Arbitrariamente señalo dos fases de la experiencia. En la primera se aprende a conocer tales energías. Por medio de una técnica especial uno concentra toda la realidad personal, digamos mía, en algún punto privilegiado del cuerpo: todo lo que soy, pienso, quiero, cuanto pueda pertenecer a mi mente o a mi cuerpo. Si eso se logra, se entra, como automáticamente, en contacto con la energía exterior y se produce un choque violento. La vez primera estaba yo acostado boca arriba, relajado del todo, cuando de súbito salió mi cuerpo volando por los aires —físicamente, no sólo mentalmente—, sin que yo hubiera hecho ningún intento, ningún esfuerzo para ello, sin siquiera haberlo pensado. No fue contra la ley de la gravedad, sino de consuno con ella: mi cuerpo volvió a caer; de pie, pero en estupenda secuencia se puso mi cuerpo a girar a velocidad vertiginosa y a trasladarse sobre la punta de los pies, como consumado danzante de ballet —yo, que jamás he danzado—. Simultáneamente salían de mí, y sin control alguno, profundas y sonoras carcajadas, que podían oírse hasta muy lejos. Daba la sensación de vivir en otro mundo, de haber pasado a otra dimensión.

      En otra ocasión mi cuerpo salió rodando —relajado y sin embargo rígido— como si fuera un cilindro metálico impulsado con gran fuerza. Uno de mis compañeros entró en súbitas convulsiones, como en danza incontrolada y salvaje. El cuerpo de otro se puso a danzar muy suavemente como pluma llevada por suave brisa, o como ave que planea en alturas felices y sin resistencia. El cuerpo de otro se arrastraba y retorcía por el suelo como serpiente insidiosa.

      Otra vez hicimos la experiencia en el campo, todos en torno a un árbol frondoso lleno de vida. La consigna era no abrir los ojos sino hasta el momento de estar ya concentrado. Pasó un buen rato y yo no podía concentrarme. Abrí los ojos para ver qué pasaba, y todos estaban con los ojos cerrados: nadie se había concentrado todavía excepto uno, arrobado, inmóvil, que lloraba con dulzura. Más tarde, en otro ejercicio, mi cuerpo se lanzó brusco a morder furioso la tierra y el pasto, mientras salían de mi boca grandes espumarajos. Otro de mis compañeros gritaba y giraba sobre sí a gran velocidad, y parecía que la cabeza le giraba a una velocidad notablemente diversa que el tronco.

      En un ejercicio por parejas estábamos dos de pie, y frente a frente, con los ojos cerrados, que abriríamos hasta el momento de haberse uno concentrado y sentido al otro. Abrí los ojos y, casi simultáneamente, él también. De inmediato cayó mi cuerpo tieso, como pesada viga que se derrumba estrepitosamente, mientras me salían muy sonoros gemidos y lloros de infinita tristeza, sin ningún pudor. Caí en la cuenta de que haría cosa de 25 años que yo no lloraba y mucho menos en forma sonora.

      Nunca se pierde la conciencia; y salido uno del trance, recuerda todo. Debo hacer notar que en los ejercicios de grupo nos percibimos mutuamente, sabemos dónde está cada quien, aunque uno tenga los ojos cerrados y el otro cambie silenciosamente de lugar. Se trata de una percepción diversa de los cinco sentidos. La percepción es clarísima e indudable —no se puede describir a quien no la ha sentido, como no se puede explicar el sabor del mamey a quien no lo ha probado— y se realiza a través del punto de concentración, que en nuestro caso fue el plexo solar. La intercomunicación puede ser tan intensa que se siente como si un cordón energético y activo uniera a todos y circulara entre los plexos solares. Algunas y otras de estas experiencias son semejantes a las que se dan entre los llamados posesos. La naturaleza y variedad de los efectos puede comprenderse con un símil. Supongamos a uno que por primera vez va al mar, y desde la orilla ve cómo un grupo de bañistas juega con las olas altas: unos las atraviesan por abajo, otros las montan, otros las embisten para ser llevados por ellas. Nuestro héroe entra al mar, falto de práctica, y las olas lo revuelcan. Así conoció ya la fuerza del mar, pero con práctica sabrá usar esa fuerza, y jugar con las olas con toda fantasía. Notemos que se trata de la misma fuerza del mar, con la que juegan los bañistas, la que da furiosa revolcada a otro y aun le rompe una pierna, y la que usa una gaviota para mantenerse totalmente inmóvil sobre la cresta —y ni una pluma se le mueve—. Yo explicaría así los fenómenos descritos, como si de pronto se nos hubiera echado encima un mar invisible en movimiento.

      La segunda fase de la experiencia consiste precisamente en aprender a manejar y a usar, para fines específicos, estas energías. Caso típico, el ya mencionado, de los actores de teatro. Supongamos dos rivales. Los actores no necesitan estudiar frente al espejo cómo imitarían a los dos rivales, sino que en estado de trance se convierten en esos dos rivales históricos o poetizados. La misma energía que furiosa e implacable hace rodar o girar el cuerpo del inexperto, es dócil al manejo del experto. La energía que lanza