macho como mi hijo, es el colmo”. Yo no podía negar nada, porque nos había visto, pero le respondí: “Nos ha visto a los dos, así que como él es mayor y no un niño como yo, no es como para que usted me esté diciendo esas maricadas”, la señora se asustó y me dijo que me fuese solo y ella se regresó a su casa.
Tuve que esperar mucho tiempo en la puerta de la casa de mi hermano y mi abuelo, pues ninguno estaba en casa. Cuando llegaron, no daban crédito de que estuviera allí, me dieron comida y yo no les quise contar por qué me habían sacado de esa forma y tampoco creía que la mamá de Óscar por vergüenza dijese algo al respecto. Así que me quedé callado y al día siguiente llamé a Don Hernando, para que me mandara dinero para irme a Cali y pedirle que me dejara quedarme en su casa, mientras mi mamá encontraba casa para nosotros.
Morbos en Sameco y mi padrino Don Hernando
Don Hernando me envió un dinero y con eso pude ir a su casa y pagarle mi estadía trabajando. El día que llegué, él y su familia me recibieron muy bien, pero según pasaron los días la cosa cambió.
Me gustaba ir a trabajar de noche, siempre me gustó la vida de la noche, era más divertida y con posibilidades de correr algún riesgo de los que me gustaban. Siempre que podía, me metía por las calles que yo sabía que había alguien follando, solo para poder tener el placer de ver como lo hacían y así muchas veces, eso dio pie a que las putas y los travestis que me veían, vinieran al negocio, quizás para curiosear al que les espiabas y me pusieron el apodo “Bebé”.
Así que cada noche, no había ni una prostituta que no pasara a preguntar por mí y comprarme el desayuno, solo querían que les atendiera yo. Cuando les atendía me acariciaban e incluso muchas veces me quisieron besar, pero ya era demasiado llegar hasta esos límites. Esto permitió que Don Hernando me pusiese un salario y así pactar cuanto iba destinado para pagar mi estadía en su casa.
Visto que sin querer había logrado que Don Hernando me diera un salario fijo, me interesé por aprender cada cosa que allí se comía, así que aparte de atender bien, quise aprender a hacer el café, debía saber preparar la masa para las hojaldras, los buñuelos y así poder llegar a ganar algo más.
Don Hernando pudo ver mi empeño y las ganas de saber de todo, que era un chico ordenado y que era muy independiente, me tomó muchísimo más cariño que en los años pasados, me dijo que no tenía que pagarle nada, que me quería ver estudiando, que yo era uno más de la casa, que no tenía que preocuparme de nada, porque él cuidaría de mí, así lo dijo una tarde delante de su mujer y su hija. Desde entonces fueron siempre en contra de mí y cada vez que les daba algún chance*, me hacían quedar mal con Don Hernando, pero en ocasiones me querían, así que me acostumbré a ese cariño cambiante.
Los días que iba a estudiar, no podía ir a trabajar y Don Hernando aprovechó para que su hija Alba y yo, ayudásemos también en casa limpiando, pero cuando llegaba por las mañanas sobre las 09:30, estaba furiosa, porque no le gustaba que su padre le obligara a trabajar y si no encontraba la casa limpia, a su hermano Sebastián en la guardería y la comida preparada, a su padre le decía, que yo no había hecho nada y que había estado toda la mañana viendo TV.
En algunos casos era así, otras veces solo lo hacía para joderme, porque no podía de otra forma y así, una tras otra, hasta que aprendimos a vivir con ello y siempre nos putiábamos*, ella a mí, o yo a ella, como hermanos, pero sin darnos cuenta estábamos más unidos y bien o mal, ella lo hacía por joder, porque yo hacía todo, cuando me quedaba solo en la casa.
Yo me sentía bien e independientemente de los malos ratos de discusiones, me encantaba ser parte de aquella casa, de esa familia, pensé que había encontrado mi sitio por fin y ayudaba trabajando sin cobrar, porque todo me lo daba Don Hernando, estudiaba y tenía mis amigos del barrio de nuevo, pero esta vez solo estaba con los chicos de la cuadra de la casa de Don Hernando, así que habían momentos que después de hacer todo en casa y de estudiar, me iba a casa de mis amigos, Jhonier, Ocampo, Herney, Brian, Cristian, Esteban, Steven. Todas las tardes quedábamos en casa de Jhonier para ver películas, escuchar música e incluso fumar.
Sabía por mi madre, cuando la llamaba, que ya estaban viviendo juntos, ella, las gemelas y Ramiro, pues mi hermana Vanessa había querido quedarse con su madrina y así terminar su colegio, ya habíamos cambiado tres veces de colegio en los últimos años. Mi madre estaba sola en Jamundí, pero eso no me preocupaba, bien o mal Ramiro estaría cuidando de ella.
A veces con mis amigos al tener ordenador e internet en su casa podíamos ver porno y fotos eróticas, esto hacía que aquel salón se convirtiera en el descargue de todos, nos pajeábamos viendo porno, así teníamos tiempo de vernos las pollas y siempre me jodieron por tenerla más grande, ellos siempre supieron que a mí me gustaban los tíos y sabían que me encantaba verlos pajearse, porque siempre me ponía frente a ellos. Lo hacíamos muchas veces, incluso cuando nos íbamos de excursión al río, siempre terminábamos pajeándonos, pero ninguno se atrevía a pasar más allá, así que me adapté y me gustaba ese plan.
En ocasiones me unía a otros grupos de chicos, así que tenía amigos adonde mirara. Una vez estaba jugando con Andrés y otros chicos al escondite en su casa, que a su vez era la casa de al lado de donde yo vivía. Él siempre mostró señales de que se mariqueo*, como se les dice a las mariquitas en el barrio, así que me acerqué a él, a ver cómo era el juego del escondite en su casa y efectivamente era lo que me imaginaba. Andrés era el típico chico grandote, grueso y con cara de todo, pero pervertido, nada más empezar el juego me cogió de la mano y me dijo que me escondiera con él y yo ni corto, ni perezoso, le seguí.
Cuando llegamos a su escondite él me agarró con sus manos, me comió la boca y me manoseó todo, fue como si tuviera un pastel de chocolate y se lo quisiera acabar de un bocado. Así me sentía, me ponía cachondo y él al ver mi polla se la llevó a la boca y me hizo una buena mamada, aunque el muy listo también me metió la suya, aunque no tenía buena polla, pero yo quería volver a sentir una en mi culo, así que, en varias ocasiones, pasaba a jugar para conseguir lo que realmente quería.
Un día me tenía que quedar en casa y Alba tenía que ir a trabajar, pero esa noche se quiso ir más tarde. En medio de la noche, hacia las 03:30 de la mañana, me desperté y pude ver a su hijo Sebastián masturbándose en la escalera. Mirando hacia el salón, me extrañé y él pudo verme, haciendo un gesto con el dedo de que no hiciera ruido, así que fui a ver y estaba su madre en la silla del salón y se la estaba follando “Pocholo”, un taxista de la parada de Sameco.
Esa noche Sebastián y yo vimos como Pocholo se folló a su madre en todas las posiciones y no daba crédito viendo a Sebastián masturbándose con la polla de niño sin descapullar y con esa pollita tan dura, así que le saqué y mostré la mía, rápido la cogió y la olió. Pude ver que no le gustaba el papel de su madre, pero si el de Pocholo, así que le llevé a la cama y esperamos hasta que su madre se marchara con Pocholo a Sameco.
Cuando se marcharon, Sebastián y yo nos bajamos al salón a buscar las películas porno que Don Hernando tenía en su habitación, nos masturbábamos viendo aquellas películas. Él me decía que quería tener mi misma polla, le pregunté si me la quería tocar, me la tocó y me pajeó hasta que me corrí en sus manos. Le ponía loco el semen en su mano, porque jugaba con ello, restregándolo en mi polla aún dura y hacíamos esto cada vez que me quedaba en casa y su madre traía a Pocholo. Veíamos como se la follaba y luego le dábamos rienda suelta a nuestra calentura, después de ver cómo su madre se la comía a Pocholo que, por cierto, era larga y gorda.
Nos masturbábamos o en ocasiones nos las chupábamos. Un día él me volvió a decir que él quería tenerla descapullada como la mía, le dije que le iba a doler y él dijo que aguantaría. Con su pollita dura, se la descapullé sin darle chance* a reaccionar, el grito fue tal, que tuve que cerrarle la boca, pero por fin su capullo estaba totalmente descubierto y muy rojo, pero que eso se curaría solo y que no le dijese a nadie.
Su madre estaba feliz, porque el niño por fin ya no tenía el capullo escondido, y a Sebastián le había encantado vérsela como quería, así que en nuestras noches en medio de nuestras calenturas, me pedía