SAMC

Diario de un adolescente precoz colombiano


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      Primer servicio de escort

      Me senté y lloré por un rato, porque me vi en la calle, me sentí vulnerable y con una maleta a mi espalda, en un momento se me acercó un hombre mayor, con aspecto de guardaespaldas, que estaba en una moto grande.

      Al acercarse me preguntó por qué lloraba y le empecé a comentar las razones, él estaba interesado en saber mi edad, pero le mentí diciendo que era mayor de la edad que tenía. Se ofreció a llevarme hasta la parada del autobús y allí me daba para que tomase el bus que me llevaría a casa de mi madre.

      Me subí a la moto con cierto temor, pero me urgía llegar a Jamundí antes de que anocheciera y en el transcurso del viaje el señor empezó a tocarme la polla haciendo que se me pusiese dura inmediatamente, había comprendido que la situación se iba a poner interesante, así que le dije que si quería podríamos ir a su casa que yo le follaba el culo y a cambio él me pagaba 100.000 pesos. Él aceptó encantado, pero en vez de a su casa, me llevó a un sitio cutre donde pagabas para pasar el rato.

      He de confesar que, para mí no era nada nuevo follarme un culo, pero sí a un hombre más mayor, así que me quité la ropa y le puse a chupármela, rápidamente se la metí por el culo, pues deseaba salir de allí rápido con el dinero. Él no era un hombre guapo y además era gordo, así que intenté no verle a la cara y le empecé a follar con cierta violencia, hasta que él se corrió, cuando vi que se había corrido, la saqué y salió untada de mierda, aquello hizo que vomitara y fui corriendo al baño a ducharme para quitarme de encima el mal olor. Cuando salí, le pedí el dinero y como habíamos concretado me dio los 100.000 pesos, me vestí y salí de ese cuchitril.

      Sin querer había hecho el papel de escort y me sentí feliz pues había ganado dinero muy fácil y en tan poco tiempo, incluso me dio tiempo para sacarle otros 50.000 pesos más sin que se diera cuenta, con lo cual mi felicidad era enorme y contaba el dinero camino a la parada del bus con una sonrisa gigante, mis problemas habían pasado.

      Podía pagarme el taxi, pero preferí no hacerlo, pues quería que el dinero me durara mientras solucionaba mi problema económico. Al llegar a Jamundí me encontré con una realidad diferente a la que había pensado, pude ver que era un pueblo sin gracia y al llegar a casa de mi mamá, sentí que no era mi sitio, pero quería tener la experiencia de vivir con mi familia.

      Fue tanta mi depresión en la primera semana, que solo pensé en morirme y dejar de existir, así que un día salí por la calle, por si me ilusionaba el pueblo, pero mi depresión fue a mayor, echaba de menos a Diego, sin querer sentía cosas por él, aunque nunca se lo confesé, él también sabía perfectamente que así era, pues nos pasábamos horas acariciándonos sin decirnos nada, pero mirándonos fijamente.

      Estaba loco, solo al saber que había perdido la oportunidad de estar con Diego, no lo soportaba, así que pasando por una tienda lo primero que pude ver fue veneno para ratas, así que compré tres sobres y me regresé a casa.

      Al llegar a casa, mi madre me vio destruido, ella sabía que algo me pasaba, pero mostró más interés en seguir viendo TV, así que aproveché para sacar jugo de la nevera y subirme a mi habitación, encerrarme y tomarme el veneno que había comprado. Yo era la adoración de mis hermanas gemelas y querían estar todo el tiempo conmigo, pero al ver mi habitación cerrada, se metieron por su armario y pudieron pasar a través de él a mi habitación. Cuando entraron, fueron a despertarme, notaron que no racionaba y empecé a convulsionar.

      Sus gritos asustaron a mi madre y a mi hermana, que entonces estaba empezando su primera relación con un chico y todos subieron, al verme inconsciente, el novio de mi hermana me cogió en brazos y me llevó corriendo a una parada de taxi, para el hospital.

      Estuve casi tres horas inconsciente y cuando volví en sí, fue cuando escuché la voz de Diego diciéndome que yo no era su hermano de sangre, sino de corazón. Él, al verme que ya estaba despertando, me abrazó, me dio un beso y su madre Aracelly lo cogió de la mano y se lo llevó afuera y desde entonces nunca más volvimos a ser lo mismo.

      Aparte de haber fallado en mi suicidio, tuve que soportar los reproches de mi madre y sobre todo que Diego nunca más me volviese a coger el teléfono, pero me prometí a mí mismo que eso cambiaría.

      Mi madre me obligó a estudiar y me inscribió en el colegio público. No me gustaba la idea, pero era consciente de que debía hacerlo, así que intenté adaptarme. La convivencia con mi madre y su nueva pareja me resultaba intolerable, no me gustaba y siempre estábamos discutiendo.

      Hubo un momento donde teníamos que cambiarnos de casa, porque a su pareja no le alcanzaba el dinero, así que encontraron una casa más barata y todos nos mudamos de nuevo.

      El colegio nunca me gustó, no me gustaban mis compañeros, todos éramos pobres, pero algunos se pensaban que eran de mejor familia, eran los típicos acosadores y si no encajabas con ellos, te hacías el hazmerreír de todos.

      Mi físico en esa época estaba cambiando, así que empezaron a llamarme “Narizyanky” y como me parecía gracioso, me reía también de sus estupideces y en ocasiones, me tocó irme a las manos, al no estar siempre de buen humor, además era bastante solitario, había cogido la costumbre de fumar, así que era el único alumno de todo el colegio que fumaba en los descansos, a pesar de las llamadas de atención de muchos profesores.

      Me había convertido en un adolescente de trece años, no me gustaba nada, lo odiaba todo y si no hubiese sido por un amigo que encontré en aquel pueblo, mi tiempo allí habría sido más insoportable. Su nombre era César Augusto, como el emperador, tenía una risa contagiosa, ojos claros y su pelo era rubio. Al igual que yo, él odiaba Jamundí, el colegio, los compañeros, pero también nos unía algo más y era que los dos éramos extremadamente morbosos.

      César desde un principio se dio cuenta de que me gustaban más los hombres, porque pudo notar como le miraba y eso le ponía muy cachondo, tanto que en ocasiones no íbamos a clases y nos quedábamos en su casa. Allí, él siempre permanecía solo, pues toda su familia trabajaba. Un día me llevó a su casa y me puso a prueba para confirmar sus sospechas, así que sacó una revista porno y allí mismo empezó a ponerse cachondo, yo al verle también me puse, así que nos desnudamos, nos pusimos frente a frente y nos masturbamos mirándonos. Él no pudo aguantar las ganas y me empezó a hacer preguntas en las que le confirmaba que en efecto, prefería a un hombre que a una mujer. Él descaradamente se levantó, cogió entre sus dedos su precum, me lo dio a chupar y yo lo hice encantado.

      Al ver que lo hice, confirmó sus sospechas y se rio diciéndome maricón, pero le encantó, así que me la puso en la boca y le hice una mamada hasta que se corrió dentro. Ese día nos corrimos cuatro veces, pues estuvimos toda la tarde cachondos.

      Un día no fuimos a su casa y nos fuimos a una zona más adentro del pueblo, allí había varios ríos, era una zona solitaria, al llegar allí nos bañamos, fumamos y él empezó a pajearse, yo luego se la chupé, pero esa tarde fuimos a más, yo me puse de espalda y le dije que me follara el culo, aunque al principio se negó, al final cedió, pues estaba deseando hacerlo, porque nunca había tenido sexo ni siquiera con chicas y me folló tan fuerte, que terminamos de hacerlo dentro del agua.

      Entonces ya había olvidado a Diego, tenía a alguien con quien divertirme de verdad, César y yo nos convertimos en más que amigos, fuimos muy cómplices desde entonces, él me veía como su novio, porque cada vez que quería me follaba o me ponía a mamarle la polla y yo estaba encantado de hacerlo.

      Un día estábamos en clase de educación física, pero era tan aburrido, que nos salimos y nos fuimos a caminar por el colegio, pero como siempre, terminábamos haciendo algo morboso, fuimos a unos baños y allí me pidió que vigilara porque se iba a pajear, yo me senté en los lavabos, en frente estaban los sanitarios y al lado la puerta, estábamos masturbándonos mientras nos mirábamos, yo descuidé la puerta y apareció la gorda del salón y empezó a gritar: “Sam se está masturbando” y así por todo el colegio haciendo que todos se enteraran.

      Ese día tuve mucha vergüenza, pero como le dije a la directora: “Quien no se ha hecho una paja”,