Marina Marlasca Hernández

Siempre tú. El despertar


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una idea atrevida y por eso os pido que me escuchéis hasta el final. Después podréis decir lo que pensáis.

      Estaban ambos expectantes y serios. Anna asintió con la cabeza.

      —Bueno, mi padre está muerto, mi madre enferma, los abuelos son..., necesitan una vida tranquila. Además, se ha puesto en contacto con nosotros una asistente social interesada en saber si tengo algún familiar que se ocupe de mí a partir de ahora. Me gustaría que fueseis vosotros.

      Empezaron a decir que no con la cabeza.

      —Por favor, esperad a que termine... En el banco nos han dicho que mi padre ha dejado una cuenta a nombre del abuelo y al mío, que no pueden tocar los acreedores. En la cuenta hay dinero suficiente para poder estar bien cuidados mi madre y yo. No pido que me cuidéis para siempre, solo hasta cumplir los dieciocho años. Luego me buscaré la vida. De hecho, solo serían cuatro años. Tampoco pido que me queráis. Sé que hemos estado muy distanciados y también sé que mis antecedentes no despiertan precisamente los sentimientos de estimación y confianza que ahora necesitaría que me avalaran. Mi presencia puede romper vuestra vida tranquila y organizada... Sé que todo está en mi contra y que no soy la opción más fácil... Si me acogéis, os doy mi palabra de que procuraré en todo momento comportarme bien. Os obedeceré siempre, me esforzaré en los estudios y ayudaré en casa todo lo que pueda. No saldré con amigos si no queréis. Solo iré donde vosotros me dejéis ir. Yo... Haré lo que sea necesario. ¡De verdad!

      En este punto se me acabaron las palabras o, mejor dicho, la voz. Anna habló.

      —¡Caramba! Parece que estar en aquel internado no te ha ido tan mal. Nunca había oído hablar a un chico de tu edad como tú lo acabas de hacer, con esa claridad y decisión. Debes estar muy desesperado.

      Bajé la mirada confundido y avergonzado. Cuando vio mi reacción, ella añadió:

      —Sí. Sí lo estás.

      Hubo un silencio que aprovechó Jordi para hablar.

      —Debéis comprender que esta propuesta nos coge por sorpresa y nos va grande. Queréis que pasemos de la ignorancia mutua que hemos mantenido los unos hacia los otros a que nos hagamos cargo de un adolescente con las hormonas subidas y unos antecedentes de escándalo.

      En ese momento intervino la abuela.

      —Bueno... Han sido pocos días, pero tengo que reconocer que Álex ha hecho exactamente en casa lo que os está prometiendo y a nosotros no nos lo ofreció como trato, ha salido de él mismo. La verdad, pienso que lo debe haber pasado muy mal últimamente. Quizá se lo ha buscado él mismo o quizá pecó de ignorante. Lo cierto es que no ha tenido mucha suerte con los padres y la vida que le ha tocado vivir. Probablemente entre todos podríamos darle la familia que nunca tuvo.

      —¡No podéis pedirnos esto! No después de lo mal que trató Jaime a Eulalia. Sabéis perfectamente que ella se puso enferma cuando descubrió que su marido le engañaba con otra mientras estaba embarazada y vosotros, en lugar de apoyar a Eulalia cuando estaba hundida, le apoyasteis a él —dijo Jordi.

      —Mi hermana siempre ha sido una persona muy sensible y de carácter frágil y depresivo. Eso lo sabíamos nosotros, vosotros y, por supuesto, Jaime también. Fue muy feo que le apoyarais a él después de lo que había hecho —dijo Anna.

      —En aquel momento no estaba claro que fuera verdad. Debéis entenderlo, ¡era nuestro hijo! —dijo la abuela.

      —Espero que ahora sí lo tengáis claro, después de ver como él siguió hasta el último día con sus aventuras y líos amorosos sin ningún pudor o intención de contenerse. El hecho de que Eulalia estuviera convenientemente atendida y encerrada en aquel sanatorio le fue muy bien —dijo Jordi.

      —Lo evidente es que era Eulalia quien lo estaba pasando mal y no vuestro hijo. Él nunca la trató bien y el nacimiento de Álex le vino muy bien para echarle la culpa de todo y seguir con su vida. El niño también ha…

      No dejé acabar de hablar a Anna. Aquellos reproches no me los esperaba y me sentí muy angustiado de ver lo mal que se llevaban y, sobre todo, por conocer aquellos acontecimientos que marcaron la vida de mis padres y la mía propia. En aquel momento entendí muchas cosas, cosas que nunca me había atrevido a preguntar. Pero entenderlas no hacía que fueran menos dolorosas.

      —Por favor, ¡no habléis así de mis padres! —dije yo.

      Después de un momento de tenso silencio habló Anna.

      —Tiene razón. De todos modos, discutir ahora no va a resolver nada —dijo Anna, muy apesadumbrada.

      Hubo otro silencio. Esta vez no se respiraba tensión en el ambiente. Aquel silencio parecía ser aprovechado por todos para ordenar los pensamientos y mirar de dirigirlos hacia un bien común. Cuando pareció que la abuela ya los tenía todos ordenados, volvió a hablar, reconduciendo la conversación hacia el tema que nos importaba.

      —Bien. Sé que parece una propuesta que os puede complicar mucho la vida, pero yo había pensado en repartir un poco el trabajo, por decirlo de alguna manera. Es evidente que entre semana sería bueno que estuviera cerca de la escuela donde irá. También es verdad que a nosotros se nos haría un poco pesado tenerlo cinco días a la semana siguiendo la dinámica del instituto y todo. Perdona que lo diga tan claro, hijo ―dijo la abuela mirándome―. Pero, si aceptáis tenerlo entre semana, nosotros podríamos asumir que viniera a pasar los fines de semana a casa. De hecho, podría venir el viernes por la tarde y quedarse hasta el domingo por la noche. Así vosotros podríais estar más libres los fines de semana. Entre semana, que ambos trabajáis, creo que tampoco os rompería mucho el ritmo.

      Miré a la abuela con un gesto de agradecimiento por sus palabras. Aquella fue la primera vez en mucho tiempo que alguien me apoyaba. Mi abuela continuó la conversación con un aire más práctico.

      —Como él ha dicho, hay una buena cantidad de dinero en el banco para destinarlo al cuidado de la madre y el chico. Si está bien gestionado, es difícil que se acabe con los intereses que genera. Al menos, eso lo hizo bien mi hijo. Creo que incluso una vez al año os podríais pagar un viajecito. Pienso que a Álex no le molestaría. ¿Verdad que no, Álex?

      —Claro que no. Mientras a mamá no le falte de nada, a mí no me importa. Pienso trabajar si hace falta para pagarme los estudios.

      ¡No me lo podía creer! Mi abuela había llevado la conversación de tal manera que ahora la idea incluso resultaba tentadora. La posibilidad de hacer un viaje de vez en cuando era una oferta demasiado seductora para dejarla pasar.

      —No sé. No lo veo. Viajar nos gusta mucho, pero ¿a este precio? ―dijo Jordi.

      ―No es un trato. Ha llegado el momento de actuar como la familia que somos. Si seguimos justificando nuestras discrepancias sobre las actuaciones de Jaime para eludir la responsabilidad que tenemos con su hijo, estaremos actuando como él. Las circunstancias son las que son y no podemos seguir dándonos la espalda unos a otros. Es verdad que Álex ha dado mucha guerra, pero también es verdad que no lo ha tenido fácil. Deberíamos pensar en lo que es bueno para el chico.

      Después de pensarlo unos instantes, intervino Anna.

      —Tienes razón. Que Álex viva con nosotros parece la mejor opción —dijo Anna, dándome unos golpecitos tranquilizadores en la espalda―. Bien. Casi se ha acabado el curso escolar. Desde ahora hasta finales de agosto haremos una prueba. Estarás en casa entre semana e irás a casa de los abuelos los fines de semana. Mientras tanto, buscaremos un buen instituto y hablaremos de cómo puedes recuperar estos últimos días de curso si fuera necesario. El treinta de agosto valoraremos y decidiremos algo definitivo.

      —De acuerdo —dijo la abuela, intentando disimular el tono triunfal que impregnaba su voz.

      —Sí, en agosto —dijo el abuelo.

      Llegados a este punto, casi lo estropeo todo.

      —Pero pongo una condición. Me gustaría comer vegetariano.

      Jordi me miró con mala cara. Anna sopesó