Pedro J. Sáez

Emboscada en Dallas


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estoy.

      —Nos esperan en un lugar que creemos que reúne todas las condiciones que buscamos. Si no es así, subiremos hasta Joensuu, e incluso hasta Kajaani. No hay prisa ni tenemos que precipitarnos, máxime cuando el lugar que elija podría ser para el resto de su vida. ¿Le parece bien?

      —OK.

      —¿Ha pensado su apodo?

      —¿Sibelius?

      —Simple pero bonito. Me gusta —afirmó Inkeri.

      —¿Lo cree acertado?

      —Es acertado. Hasta que tenga su carta de ciudadano finés, solo utilizaremos este nombre.

      —OK.

      —Mi primer consejo es que evite pronunciar «OK», eso delata mucho. Intente decir una expresión más nuestra como «mukaan», que es como decir «conforme», pero sin abusar.

      —OK. Perdón, mukaan.

      Después de un momento en silencio, Sibelius inició una conversación.

      —Siento lo de su padre.

      —Sí, ha sido un duro golpe. Todos sentimos su pérdida, pero la vida continúa. Y esto que estamos haciendo por usted es lo que él hubiera hecho para ayudarle.

      —¿Sigue con actividad su red?

      —Prácticamente está dormida. Nos activamos según sea la importancia de la persona.

      —No creía que fuese tan importante.

      —Usted no, esto se hace por el señor Scott.

      Después de bastante tiempo en silencio y recorridos unos cien kilómetros, Inkeri comenzó a hablar en un tono más personal.

      —¿Por qué no se ha casado?

      —No he tenido mucho éxito con las mujeres.

      —¿Por alguna circunstancia especial?

      —Quizá sea mi actividad la que no me ha permitido echar raíces, no sé…

      —Usted es aún muy joven. Ahora, en su nueva vida, seguro que tendrá la oportunidad que espera.

      —La verdad es que no sé si tengo tiempo ya para eso.

      —¿Qué edad tiene?

      —Cuarenta y cuatro; aunque bien pensado, tal vez puedo tener alguna oportunidad.

      —Me parecía más mayor. En cuanto a sus posibilidades de conquistador, creo que las tiene todas, confíe en mí. Bueno, dejemos esta cuestión; ahora escúcheme con atención. A donde vamos nos espera una pareja que nos acompañará; veremos dos lugares muy próximos a la frontera rusa. Ellos serán los que pregunten y serán los interesados en la compra. Usted péguese a mí, y si le gusta algo que veamos, hágamelo saber.

      —OK.

      —¡Sibelius! Ese OK… —le recriminó.

      —¡Perdón!

      No tardaron mucho en llegar a Hamina, una ciudad con puerto al Báltico. Inkeri se dirigió al ayuntamiento, en cuya plaza les esperaba una pareja. Hechas las presentaciones, se marcharon a comer. Después reanudaron la marcha hacia Imatra, que estaba en Karelia del Sur. Los nuevos acompañantes, Heikki y Seija, no tuvieron ningún problema de comunicación.Ambos hablaban perfectamente inglés, lo que hizo el resto del viaje mucho más cómodo.

      —Me gustaría visitar Norteamérica, ver Washington, Nueva York, Los Ángeles… Debe ser maravilloso —comentó Heikki.

      —Bueno, no sería tan difícil. Podría volver conmigo si no le ata nada aquí. Podría estar el tiempo que quisiera.

      Cuando acabó de soltar tal sugerencia, las dos mujeres permanecieron calladas durante unos momentos, no parecía haberles hecho gracia aquella propuesta.

      —Perdonen si he dicho algo que les pudiera molestar. No era esa mi intención.

      —No, no es su culpa, ha sido Heikki quien se ha precipitado. No puede ir a Norteamérica, al menos ahora. Su mujer está embarazada y debe permanecer aquí.

      —¿Su mujer? —preguntó Sibelius.

      —Sí, su mujer; que soy yo —contestó toda orgullosa Seija.

      —Heikki es mi hermano, y aunque todos sabemos que su sueño es visitar Estados Unidos, tiene que quedarse aquí, esperando a que su mujer tenga el bebé —aclaró Inkeri.

      Tras unos momentos de silencio, se escuchó:

      —¡Sassa! Tal vez no sea una mala idea. Yo puedo esperar hasta que vuelva. Ya sabes que nunca estaré sola, mi madre estará encantada de hacerme compañía. ¿Qué dices? —dijo con esperanza Seija, a quien hasta ahora se hacía llamar Inkeri.

      Todos se dieron cuenta del error que había cometido Seija al llamar a Inkeri por su verdadero nombre. Hasta Sibelius se percató de ello.

      —Os he comentado muchas veces que lo más importante es no llamarnos por nuestro verdadero nombre cuando estamos involucrados en este tipo de trabajo entre personas desconocidas. La suerte que hemos tenido es que Sibelius es de total confianza. Con otra persona, lo ocurrido hubiera sido suficiente como para eliminar testigos. ¡Que no vuelva a ocurrir, Seija!

      —Bueno, tampoco ha sido tan grande el error cometido, yo no me había percatado de ello —mintió con toda intención Sibelius para salvar a la joven.

      Stowe se sorprendió al escuchar aquel nombre nuevo, de modo que se volvió a ella y, con cierta malicia, comentó con una sonrisa:

      —Eso, ¿qué opina, Sassa? Mi aprendizaje será más rápido teniendo la compañía de Heikki; seré un buen anfitrión.Además, para él será el sueño de su vida. Y todo el mundo sabe que nos movemos, nos motivamos y vivimos gracias a nuestros sueños.

      —Tendría que pensarlo. Dejemos ahora esa cuestión y centrémonos en lo que nos ha traído hasta aquí: la búsqueda de un nuevo hogar para un hombre que lo necesita. ¿No le parece?

      Así termino aquella conversación. Cuando llegamos a nuestro primer destino, Imatra, la luz ya había desaparecido y tuvimos que hacer noche en un pequeño hotel de la ciudad. Tomamos algo ligero y caliente y nos marchamos pronto a descansar. Cuando nos despedimos, Seija me dio un beso en la mejilla, al tiempo que me daba las gracias en voz baja por haberla salvado de aquel error.

      El día siguiente se presentaba bastante movidito. Sin embargo, cuando subí a mi habitación, no me resultó tan fácil conciliar el sueño. Entonces recordé lo que desde Hamina a Imatra hablamos Inkeri y yo, mejor dicho, Sassa y yo.

      —¿Qué significa «Sassa»?

      —Es un diminutivo de Alejandra. Mi madre era sueca.

      —¿Y cómo quiere que la llame?

      —A estas alturas, como más le guste.

      —Me gustaría que me tuteases, simplemente porque me siento más cómodo. En cuanto a mí respecta, el nombre de Sassa me gusta más. Es precioso y suena más dulce que Inkeri.

      —Me parece bien —respondió Sassa con una leve sonrisa.

      —¿Falta mucho para llegar?

      —Un poco… Con referencia a lo que hemos estado hablando sobre que mi hermano te acompañe, no podría ser, a menos que se tomen todo tipo de precauciones. Creo que, si es cierto lo del señor Scott, y no tengo la menor duda, ¿quién dice que no tengas problemas en cuanto llegues o a los pocos días? Podrían estar a la caza.

      —¿Tan pronto?

      —¿Por qué no?

      Hubo momentos de silencio antes de continuar con la conversación.

      —Si fuese así, sería arriesgado ir —contesté.

      —¿Tienen registrado el nombre