Pedro J. Sáez

Emboscada en Dallas


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los museos de pintura, de esa cuestión era más que dependiente. Alquiló un pequeño coche, el que más se veía en las calles por entonces, ya que quería total discreción. Lo primero que hizo el domingo fue visitar el Museo de Arte de Turku. Le llamó mucho la atención la obra del pintor Akseli Gallen-Kallela, quien del realismo académico acabó en el expresionismo, pasando por el simbolismo y el naturalismo. Ella se movía muy bien entre estilos artísticos de pintura. La vieja y el gato le gustó mucho, porque reflejaba con todo tipo de detalles a la mujer castigada por la labor del campo; no lo conocía; de hecho, no cerró la posibilidad de volver a visitarlo de nuevo.

      El martes 17 inició su rastreo en la biblioteca de la ciudad. Las fotos enviadas por su cliente, identificando quién era su objetivo, tenían como fondo la fachada de la biblioteca. Si a esto le añadimos que llevaba en sus manos tres libros, no era muy difícil suponer que ese tal Stowe acudiese con frecuencia a dicha biblioteca. No tenía ninguna duda de por dónde empezar.

      Chapurreando un poco el finés, hablando bien el inglés y perfectamente el alemán, nuestra cazadora se presentó en información y solicitó el carnet de la biblioteca, para hacer uso de los libros de que su depósito disponía, especialmente los referentes a la sección de ornitología. Luego se sentó en una de las mesas desde donde podía observar con facilidad el mostrador de entrega de libros, y esperó.

      Durante días estuvo yendo sin ningún tipo de resultado, pero ella no se preocupaba, sabía que la paciencia es una de las mejores armas para encontrar lo que uno busca. Llegaron las fechas de Navidad yAño Nuevo y, sin resultado alguno y habiendo cerrado la biblioteca por unos días, decidió irse a la capital. Quería disfrutar de las fiestas en aquel escenario único. Su cisne cantor tendría que esperar, y así fue.

      Aquellas fechas las empleó en ella. Visitó casi todas las tiendas de ropa, se compró prendas de abrigo, incluido un buen gorro de marta y unas buenas botas, paseó por toda la ciudad y respiró el aire seco y puro de Helsinki. Pero le faltaba algo, lo que no había encontrado, o mejor, no había querido encontrar, la persona con quien compartir su anónima vida. Pensó en ello y decidió que ya había llegado el momento de tomar una decisión al respecto, pero declinó hacer nada hasta que estuviera de vuelta en su París. Aquel año nuevo lo recibió sola, pero el escenario auténticamente navideño de la ciudad compensaba con creces aquella soledad.

      El martes 8 de enero ya estaba de vuelta enTurku.Trece días después, a las once de la mañana y sentada donde siempre, observó a un hombre que reunía todas las características de sus fotografías. Se levantó y, cogiendo uno de sus tantos libros, se dirigió al mostrador donde se encontraba la persona causante de quitarle el sueño muchas noches. Se colocó detrás de él, esperando su turno mientras observaba qué hacía y escuchaba lo que decía.

      —Gracias, señor Virtanen. Ahora solo le falta devolver Todos los hombres del presidente, ¿correcto?

      —Así es.

      —¿Va a llevarse alguno más?

      —Creo que sí, pero antes tengo que echar un vistazo. Luego me paso. ¿Le parece?

      —Como usted quiera, señor Virtanen —contestó la funcionaria. Cuando le llegó el turno, la joven no quiso perder mucho tiempo, pues necesitaba observar al llamado Virtanen, de manera que se excusó.

      —Perdone, pero me he dejado algo importante.

      —No tiene por qué disculparse, señorita Kofman.

      Sin prisa pero sin pausa, siguió el rastro de aquel hombre. Caminó despacio entre las estanterías hasta que por fin pudo observarlo, pero necesitaba verlo totalmente de frente. Quería asegurarse de que se trataba de la persona que buscaba. Tuvo que improvisar, de manera que tiró al suelo varios libros cuando el llamado Virtanen pasaba muy cerca de ella.

      —¡Qué torpe! —exclamó en alemán lo suficientemente alto para que él la escuchara.

      —Anna minun auttaa sinua8 —se ofreció el educado Virtanen, arrodillándose a recoger aquellos libros.

      —Kiitos avusta9. Lo siento, no conozco bien su lengua. ¿Entiende mi inglés? —le preguntó en esa lengua.

      Aquella estrategia funcionó.

      —¿Es usted inglesa?

      —No, alemana, pero por aquí el inglés se utiliza mucho, es lo que más se conoce. Gracias nuevamente.

      —No hay de qué.

      Los dos siguieron su camino. No tuvo duda, era la persona que le habían señalado. Se alegró mucho de aquel encuentro, porque tenía la sensación de que pronto su presa estaría en su punto de mira. Cuando observó que él había cogido un libro, marchó rápidamente a su mesa de trabajo, cogió su bolso, su abrigo y uno de los libros de consulta sobre fauna finlandesa y se dirigió rápidamente hacia el mostrador. La cuestión era llegar antes que él, y lo consiguió.

      —Voy a estar unos días sin venir y quisiera llevarme este libro para estudiarlo más detenidamente.

      —Sin problema, señorita Kofman.

      El perseguido se encontraba ahora detrás de ella. Cuando terminó, dio las gracias a la bibliotecaria en finés y se marchó.

      —Taimi, por favor, ¿sabes quién es la señorita que has atendido?

      —Es una ornitóloga alemana que ha venido a estudiar nuestros cisnes, señor Virtanen.

      —Muchas gracias, Taimi.

      Y recogiendo su nuevo libro, se marchó.

      El día estaba despejado, con una temperatura de -9 ºC y 30 centímetros de nieve, cosa muy normal para esas fechas y lugar. Con buen abrigo y coche apropiado, cualquier finlandés viajaba con toda normalidad; solo los inexpertos se movían con dificultad, y ese era el caso de Kofman.

      Aleksi Virtanen abandonó el edificio, subió a su coche y marchó hacia su casa. Apenas había recorrido ochocientos metros cuando vio a una señora observando el motor de su coche. Bajó la ventanilla y le preguntó si necesitaba ayuda. Cuando se giró, pudo comprobar que se trataba de la joven que antes se cruzó en la biblioteca.

      —¡Arvostan todella!10— contestó en un mal finés.

      Al volverse, aquella mujer no pudo más que sorprenderse, haciendo un pequeño comentario en inglés.

      —Está claro que hoy es usted mi ángel custodio.

      —Déjeme que le ayude.

      Aleksi miró aquel motor, tan simple como un encendedor. El coche, el más vendido en los dos últimos años en Finlandia, era tan simple como pequeño; apenas cabían dos personas.

      —Este coche no es apropiado para estas condiciones climatológicas. Lo mejor es dejarlo y yo le acercaré a su casa. ¿Es suyo?

      —No, alquilado.

      —Pues le recomiendo que alquile un 4x4 si se quiere mover por estas tierras; de lo contrario, con la próxima nevada, y no tardará mucho, se quedará bloqueada, y si le ocurre lejos de alguna población, lo podría pasar mal.

      —Creo que tiene razón. Le haré caso, llamaré a la agencia de alquiler para gestionar enseguida este problema.

      —Me parece bien. Suba y le acerco a casa.

      Kofman recogió de aquel Seat 600 sus pertenencias y se subió al potente Gaz-21, un coche ruso tan robusto como seguro.

      —¿A dónde le llevo?

      —Pues hace dos días que he alquilado una vivienda y no crea que lo tengo claro. Tenemos que cruzar el puente e ir en dirección sureste, ya le indicaré con tiempo por…

      —Si me dice la dirección, quizá sea más rápido.

      —Tiene razón. ¡Kaskentie, 25!

      —No está muy lejos —le contestóAleksi poniendo el coche en marcha. Pasaron unos segundos de silencio, que pronto se rompieron.

      —¿De