Pedro J. Sáez

Emboscada en Dallas


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Se requiere otro que deje atrás cualquier rastro de tu persona. Hablaremos de ello más tarde. Hay que estudiarlo bien y tomar la delantera.

      Me llamó la atención la seguridad con la que reflexionaba y anticipaba cambios en los planes. Era como si ella dirigiese toda la red de su padre. Quizás, ¿por qué no?

      —Esto debe de ser precioso en verano.

      —En primavera y verano no hay otro igual. Estarás en plena naturaleza y vivirás al ritmo que ella te marque. Ningún extranjero se ha arrepentido de haber echado raíces en esta tierra.

      —Espero que así sea.

      No pude recordar más sobre aquella conversación, porque el sueño se presentó casi sin aviso...

      De pronto, escuché las palabras de un hombre desconocido:

      —A nadie le sorprende oír la frase de que Finlandia es única, y menos a un finlandés. Los fuertes contrastes que provocan las estaciones son la principal causa para afirmar que ese dicho es cierto. En Finlandia, gran parte del año la tierra está cubierta de hielo y nieve, pero con las estaciones el paisaje cambia y con él también sus gentes.

      Aquellas palabras le provocaron una sensación de omnipresencia. Sin saber cómo, se encontró sentado en un teatro. Frente a él, en escena, sobre una decoración de interior apenas iluminada, uno de los actores comenzó a hablar con palabras solemnes, ensalzando las ventajas de su maravillosa tierra al tiempo que una mujer respondía a modo de arenga.

      —Todos saben que la primavera por estas tierras pasa de puntillas y es en verano cuando la actividad bulle. Es cuando los finlandeses se comportan como hormigas, utilizando esa estación para realizar todo tipo de actividad; salen a la calle y se aprovechan de cualquier acontecimiento para relacionarse y hablar después de mucho tiempo casi aislados por la nieve y el frío.

      Se hizo la oscuridad.Apenas una luz entraba por una pequeña ventana que iluminaba al actor principal, el protagonista de la obra. Con pasos pausados pero seguros, y con una calavera entre sus manos, recitaba:

      «¡Ser o no ser, esa es la cuestión!

      ¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas y, afrontándolo, desaparecer con ellas?

      Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó en un sueño; sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil y mil quebrantos que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara concluir así! ¡Morir… quedar dormidos… Dormir… tal vez soñar!

      ¡Ay! Allí hay algo que detiene al mejor. Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte! Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.

      ¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿Quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?

      Pero hay espanto allá, al otro lado de la tumba. La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.

      Así, ¡oh, conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento. Así también enérgicas empresas, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción murieron —[silencio]—».

      Poco a poco, ese personaje se fue transformando en un hombre actual, su rostro fue cambiando y su calavera se convirtió en una esfera terrestre. William Stowe se vio a sí mismo. Podía verse como un espectador más, podía saber lo que estaba pensando y podía ver cómo la decoración cambiaba. Y en esa transformación leyó su pensamiento.

      Fue tal la intensidad y el realismo vivido en ese sueño que me incorporé bruscamente sobre la cama.Tuve que levantarme para mojarme la cara y sentir que aún estaba vivo. Luego miré tras la ventana; estaba nevando. ¿Qué otra cosa podría ocurrir en Finlandia en diciembre? La abrí y extendí el brazo, quería sentir cómo los copos de nieve se posaban acariciando mi mano. Luego, sin saber por qué, dije:

      —¡No me abandones!

      ¿A quién iba dirigida esa petición? Ni yo mismo lo sé; quizás a la nueva tierra que me había acogido, a la esperanza de una nueva vida, a la naturaleza que ya me saludaba o al Creador de todo aquello.

      A la mañana siguiente, teníamos que ver tres propiedades en venta en Imatra, en la región de Karelia del Sur. Una ciudad tranquila a las puertas de uno de los países más poderosos de la tierra: la Unión Soviética.Vimos las tres. Yo ya lo había decidido, no necesitaba ver más, y así se lo hice saber a los compañeros. El lugar era un terreno de unos 5850 m², con una casa de madera de 110 m² que aún se conservaba bien, situado en la avenida Kuparintie. El precio era asumible, 138325 dólares, de manera que la búsqueda, por lo que a mí respectaba, había acabado aquel mismo día. Así pues, decidimos volver a Helsinki.

      Esa misma noche cenamos juntos para celebrarlo y, por supuesto, invité yo. Se habló de todo. Recuerdo que un sentimiento de fidelidad y sinceridad nos envolvió aquella noche; todos confesaron su identidad y su pasado, incluyéndome a mí como por la familia de Jalo. Era Nochebuena y todos los corazones se abrieron.

      Cuatro días después, Sassa me explicó su nuevo plan. Era un poco complejo y difícil de ejecutar, pero se jugaba con el factor sorpresa y el de la anticipación, y eso era una gran ventaja. Tuve que cambiar el billete de vuelta y retrasarlo hasta el sábado 3 de enero. Ni que decir tiene que recibí en compañía de la familia de Jalo el nuevo año. Aquel ambiente y atmósfera familiar me insuflaron nueva energía y esperanza por mi nueva vida.

      Tal como se había previsto, regresé a casa, a Nueva York. Solo que esa vez, en el pasaje de aquel vuelo iban también, separados de forma deliberada, Heikki y Sassa, los hijos de Jalo.

      Y así comenzó el plan de retirada. Lo primero que hice al aterrizar fue llamar al segundo de La Oficina para mantener una entrevista urgente y darle información personalmente, dada la importancia de esta. Quería anticiparme y poner una bomba en la línea de flotación del FBI para que apretase las tuercas a la Agencia Central de Inteligencia.

      El miércoles 7 de enero, cuatro días después de su llegada, a las 10:00 horas y con un plan más que premeditado, me entrevisté en Washington con el subdirector del FBI, Clyde Tolson.

      —Me alegro de volver a verle, señor Sullivan. ¿Noticias importantes?

      —Más que importantes.

      —¡Estoy impaciente!

      —Todo ha resultado un poco rocambolesco.

      —Cuénteme.

      ______________________

      8 Déjeme que le ayude.

      9 Gracias por la ayuda.

      10 Agradezco mucho (traducido literalmente).

      11 Richard Nixon.

      3. Plan «Sibelius»

      Dejando a un lado lo que Stowe le contó a Tolson, sigamos al grupo finlandés y cómo fue ejecutando el plan de huida y la adaptación de aquel a su nueva patria.

      Mientras realizaba la reunión con el FBI, los hijos de Jalo mantenían una conversación con Hannes Nieminen, un agente de aduanas que no era otro que su hombre en Nueva York, perteneciente a la red finlandesa, el cuarto hombre que iba a intervenir en el plan «Sibelius».

      El tiempo previsto para su total ejecución sería inferior a 60 días. En dicho plan, se utilizarían ocho pasaportes falsos y se llevarían a cabo ciertos viajes para