Pedro J. Sáez

Emboscada en Dallas


Скачать книгу

Stowe, con pasaporte a nombre de Pedro Alvarado Aguilar, y Sassa, con pasaporte a nombre de Miska Harmaajärvi, volaron desde el Aeropuerto Internacional de La Guardia hacia Toronto, Canadá. Allí cogieron vuelo a Londres, y desde allí hasta Finlandia; en el caso de Stowe, con un pasaporte diferente a nombre de Aleksi Sibelius Virtanen.

      Heikki Smirnov (hermano de Sassa), con pasaporte a nombre de William Stowe, salió delAeropuerto Internacional de Idlewild hacia Río de Janeiro, Brasil. Desde esta ciudad viajaría a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, como Kevin Sullivan. Tras una corta estancia, regresaría a Finlandia con el mismo nombre con el que salió de su país, Kustaa Laukkanen.

      Hannes Nieminen (el hombre de Nueva York de la red de Jalo) viajó a París, Francia, desde el aeropuerto de La Guardia como Kevin Sullivan. Días después volaría a Ciudad de México como Kallio Mäkinen y regresaría tres días más tarde a Nueva York con pasaporte a su nombre.

      Con todo ello se pretendía que, si hubiera algún seguimiento o rastreo a posteriori, se produjera un cruce de nombres diferentes, suficiente como para dudar de cuál era el destino verdadero del nombre a buscar y rastrear, que no era otro que William Stowe, más conocido en las agencias de inteligencia como Kevin Sullivan. Y tendrían que buscarlo en cualquier estado norteamericano, Brasil, Sudáfrica, Francia o quizá México, el país en el que más probabilidad de estar tendría, a vista de los futuros rastreadores, dado que lo conocía y disponía de los contactos suficientes como para moverse fácilmente por todo su territorio.

      A primeros de marzo de 1970 todos estaban definitivamente en su lugar de destino, tal como se había previsto. El plan se había ejecutado sin ningún problema, incluso las primeras transferencias habían llegado ya a la cuenta del Banco Central de Helsinki a nombre de su titular, que no era otro que el de Aleksi Sibelius Virtanen, nombre muchas veces reflejado en la solicitud de la ciudadanía finlandesa, lo que implicaba esperar a obtenerla para poder utilizar aquellos recursos.

      Sin embargo, no todo había terminado. Con cierta frecuencia recibía pequeños paquetes de la documentación que había guardado en su archivo de Nueva Orleans, tal como le había indicado Stowe a su amigo Jim Alcock meses atrás. De esta manera, en su nuevo hogar, fue repasando día tras día los documentos; clasificaba los importantes, y los que no tenían importancia los quemaba. Desde aquel escondido rincón, olvidado y perdido por el momento de sus amigos y antiguos compañeros, se dispuso a escribir los hechos más importantes de su pasado, incluyendo ciertos aspectos personales, para otorgar, si cabía, más autenticidad a los relatos y vivencias de su pasado. Con ayuda de todas las notas y de aquella selecta fuente, en el verano de ese mismo año comenzó a escribir sus memorias.

      El prefacio decía así:

      Creo que muchos sucesos, por increíbles que puedan parecer, están sujetos a las voluntades de numerosas personas cuyos intereses pudieran verse afectados o en peligro. No todo es lo que parece, o muchos intentan que parezca, sino que la realidad es más compleja o, por qué no, a veces más sencilla. El hilo de la madeja de la vida está lleno de imperfecciones, de irregularidades que a veces, si estiramos demasiado, acaban por romperse, y nosotros, marionetas del poder, caemos con más frecuencia de lo debiéramos en el vicio de hacer de la mentira una verdad.

      El ejemplo que mejor describe lo que en estas líneas acabo de manifestar es el magnicidio del presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy; hay muchos otros, pero este, por su universalidad, es el que tomo como ejemplo.

      Yo fui testigo de aquel suceso y a veces, si no activo, sí pasivo o indirecto de aquellas circunstancias. Es posible que mi vida corra peligro al exponer por escrito mi vivencia y también la de otros al proclamar con metafóricos gritos la otra versión, por lo que hoy, más que nunca, trataré de reflejar y desenmascarar ¡la otra cara del poder!, la que se impone en nombre de la «Seguridad nacional» o del «Interés nacional», como se prefiera.

      Existen muchos intereses para mantener que lo ocurrido el 22 de noviembre de 1963 en Dallas fue obra de un solo hombre, un antiestadounidense, un antisistema que obró en solitario. Nunca más lejos de la realidad. Lo que se pretende, en este teatro de la vida a través del engaño, de la contrainformación, es ocultar y modificar los hechos sucedidos, aun a costa de sacrificar vidas humanas inocentes, y eso no lo puede permitir ningún ciudadano que ame las libertades y los derechos de mí país.

      Son muchos los detalles, los testigos, los recuerdos y anécdotas que, no se podrán exponer. Sin embargo, lo que a continuación dejaré escrito será más que suficiente para obtener una visión de conjunto de lo que ha sucedido en este país en una década. Lejos de la vida corriente, del día a día de las gentes aferradas a su trabajo y a sus sueños, existe otra vida aferrada al poder económico y político, que vive también su día a día, pero lejos del sentir del más humilde de los mortales.

      Es cierto también que, en casi todos los países, la gente se comporta de la misma forma, pero en nuestra nación, la primera potencia económica mundial, la nación con la «democracia» como valor y bandera en sus instituciones y en la Carta Magna de todos sus ciudadanos, suceden hechos repudiables que alguien hace evacuar desde las cloacas del Estado. Todos los que hemos realizado esa mala praxis somos culpables, en una u otra medida, de deteriorar el futuro de nuestros hijos y de nuestras futuras generaciones.

      Casi siempre encontramos el origen de ese mal en los ricos y poderosos que manejan los hilos, que solo se preocupan de corresponder y pagar los favores recibidos; de esa forma, el círculo vicioso se cierra una y otra vez.

      Independientemente del periodo que se analice, estudie o investigue, el comportamiento humano siempre es el mismo. El dinero rompe voluntades, la corrupción es la herramienta con la que se aplica y el silencio forzado, el medio de acallarlas. ¡Esta es la verdad!

      El mero hecho de que algún día, tú, lector, puedas leer estas líneas supondrá que he desaparecido para siempre o que la vida que aún me queda está perdida en algún lugar remoto, tranquilo y desconocido donde pueda, cada minuto que pase, contemplar como marioneta rota que mis hilos no responden a la mano que dirige mis movimientos. Eso es lo que deseo, contemplar la vida alejada de toda influencia, saboreando los silencios, los recuerdos y las alegrías de un pasado, de un presente y de un futuro por vivir.

      ¡Dios bendiga a esta nación que me ha acogido en sus brazos!

      Día a día, Stowe iba plasmando sobre papel lo que recordaba con todo detalle. Entretanto, sus nuevos amigos —que sabían por propia experiencia, por los muchos casos que habían conocido, que romper con el pasado no es nada fácil; al contrario, que llevaba su tiempo— no querían forzar la situación, no querían molestar. Estaban pendientes de él, atentos a lo que necesitase, pero sin caer en el hostigamiento. Le estaban ofreciendo, sin decírselo, tiempo y espacio.

      En el mes de julio de 1970 Stowe recibió una carta certificada para que se presentara personalmente en los juzgados de Helsinki. El motivo no era otro que recoger la nueva ciudadanía y jurar sobre la Carta Magna defender las leyes finlandesas. Fue todo un acontecimiento y un motivo de enorme alegría. Así que, después de realizar el juramento y para celebrarlo, Aleksi preparó un viaje con sus tres amigos finlandeses.

      El domingo 2 de agosto de ese mismo año cogieron juntos el tren desde Helsinki con destino a Oulu, tardando nueve horas. Querían saborear el tenue sol que, conforme avanzaban hacia el norte, se hacía más presente en la noche. Iban en departamentos separados. Solo había un ligero inconveniente: en aquel viaje Seija estaba en avanzado estado de gestación, ya que, según sus cuentas, esperaba al bebé para mediados de septiembre. En principio, nada que objetar.

      A las cinco y media del día siguiente llegaron a Oulu. Tomaron un fuerte desayuno y subieron a un nuevo tren, pasadas las ocho, que los dejó sobre el mediodía en Kemijärvi, primer objetivo del viaje. Allí descansaron en un pequeño hotel, donde celebraron con una típica cena la incorporación de su amigo a la ciudadanía finlandesa. Hablaron de muchas cosas en aquel maravilloso viaje:

      —Bueno, Aleksi, ¿qué opinas de nuestro país? —preguntó Sassa.

      —¿Qué quieres que diga? Finlandia me cautivó desde el primer momento que puse los pies en él. Pero su gente es lo