Pedro J. Sáez

Emboscada en Dallas


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a explorar el contorno de la isla para descubrir dónde había pesca, y así lo hicieron.

      Después de tres horas volvieron con un lucio de unos seis kilos. No tuvieron que recorrer el perímetro de toda la isla, tan solo navegaron un kilómetro y medio y encontraron lo que buscaban, una zona donde abundaba la pesca. De aquel trofeo hicieron un suculento manjar friéndolo con tomate. El día no podía ir mejor. Con las fuerzas plenas, decidieron realizar una excursión al lago interno que tenía la misma isla. En dirección sureste y recorriendo tan solo cuatrocientos metros, llegaron al lago, bastante alargado atendiendo a su anchura. Allí, con aguas más tranquilas, se dieron un largo y refrescante baño. La temperatura era más que agradable, unos 18 ºC. Pero cuando volvían, durante la marcha Seija dio un traspié y se le dobló completamente el pie, produciéndole un fuerte dolor que le impidió contener las lágrimas.Todo fueron atenciones. HastaAleksi propuso llevarla a caballo, pero no fue necesario. Caminando despacio y apoyada en su esposo, llegaron al campamento.

      Su pie no mejoraba, el dolor era entonces más fuerte y la hinchazón denotaba que lo tenían que mirar y hacer una radiografía por si se trataba de alguna rotura. La cuestión es que llamaron por radio para que vinieran a recogerla, cosa que hicieron en treinta minutos. Todo estaba hablado: Seija y Heikki se irían y, una vez conocido el alcance de la lesión, les llamarían para informarles y tomarían las decisiones oportunas. Cuando el ruido del fueraborda desapareció, el silencio envolvió a los únicos habitantes de la isla, Aleksi y Sassa.

      —Espero que no sea una rotura —dijo Sassa.

      —Vaya, también ha sido mala suerte. Estaremos atentos a la radio por si nos dan alguna noticia.

      —No es que tenga apetito, pero creo que deberíamos cenar algo, Aleksi.

      —¿Qué te parece alguna lata? Mira a ver qué hay en el arcón de tu hermano y elegimos.

      —¿Carne o pescado? —gritó Sassa mientras caminaba a mirarlo.

      —¡Carne, por supuesto!

      Sassa volvió con dos latas de grillimakkara13.

      —¿Crees que tendremos bastante?

      —Más que suficiente —respondió Aleksi.

      Como casi siempre ocurre, cualquier situación puede ir a peor. No tardaron en notar que el tiempo estaba cambiando rápidamente y que las nubes iban cubriendo el cielo empujadas por un viento frío. Aleksi entró en la tienda y trajo unas prendas de abrigo y la guía. Estuvo leyendo la climatología predominante en el mes de agosto. Pudo comprobar que la media de las precipitaciones de ese mes era de 9 días, un 29 %. No cabía duda de que habían elegido, sin saberlo, uno de aquellos días.

      —Ten, ponte esto. La temperatura está bajando —le dijo a Sassa al tiempo que le cubría los hombros.

      Un escalofrió recorrió todo su cuerpo, y no precisamente por el frío, sino por notar que Aleksi la cubría con su chubasquero.

      —¿Lloverá?

      —Según señala la guía, quince días del mes hay nubosidad abundante y de esos, nueve días llueve. Sí, creo que lloverá. ¡Nos ha tocado!

      Aunque Sassa ponía mala cara a aquello que le decía Aleksi, lo escuchaba con una alegría interna que casi le resultaba difícil de ocultar, y comenzó a preparar sus armas de mujer. Es fácil imaginar lo que allí ocurrió. Solos, con un tiempo que invitaba a permanecer cobijados por la lluvia y el frío, el ambiente perfecto para meditar con cariño lo que somos y lo que podemos ser.

      Sobre las once de la noche se escuchó por la emisora la voz de Heikki:

      —Aleksi, Sassa, ¿me escucháis? ¡Os habla Heikki! ¿Me escucháis? Estación Lino. ¿Me escucháis?

      —Te escucho, Heikki. ¿Cómo ha ido todo? Corto.

      —Seija tiene fractura en el maléolo externo. Le han escayolado el pie. Creo que para nosotros se han acabado las vacaciones. Corto.

      —Comprendo. ¿Cuánto tiempo tiene que llevarlo enyesado? Corto.

      —Entre tres y seis semanas. Corto.

      —Aquí ahora está lloviendo. Mañana desmontaremos y regresaremos. Envía el transporte hacia el mediodía. Corto.

      —Repite eso último. Corto.

      —Envía transporte sobre las 12:00 horas. Estaremos preparados. ¿Entendido? Corto.

      —¡De acuerdo! Corto y cierro.

      Cuando Aleksi volvió a la tienda todo mojado, Sassa le secó con caricias y besos. El romanticismo llegó a sus corazones.

      Apenas terminaron sus días de descanso y celebración, una noticia inundó todos los periódicos del mundo. En la ciudad de Panamá se produjo un terremoto el domingo, a las 6:40 de la mañana, hora local. Un terremoto de 7,8 grados que dejó 9000 muertos y 50000 heridos. A Aleksi aquello le trajo malos recuerdos. Hasta Sassa observó su cambio de ánimo.

      —¿Te ocurre algo, Aleksi? ¿Estás arrepentido?

      —No, Sassa, no hay nada de lo que debamos arrepentirnos Las noticias del terremoto de Panamá me han traído malos recuerdos.

      —Debe de ser tremendo vivirlo.

      —Creo que ni el infierno se asemeja, sobre todo cuando ves a personas inocentes morir sin causa, motivo o justificación, especialmente los niños. Entonces, tus valores éticos, religiosos o morales se entierran también entre aquellas ruinas.

      Sassa supo enseguida que el pensamiento de Aleksi estaba con el sufrimiento y dolor de aquellas personas.

      Aquel viaje tuvo dos caras: la inolvidable para Sassa y Aleksi, y la amarga para Seija y Heikki; sin embargo, el destino quiso compensar a la joven pareja. Tan solo treinta días después de regresar de Inari, Seija tuvo un hijo al que llamaron Heikkinen —hijo de Heikki— y que nació mediante cesárea.

      Después de la celebración de aquel acontecimiento, todos volvieron a la monotonía de sus vidas, incluida la reclusión de Aleksi, quien tenía que permanecer en su casa de Karelia del Sur lo más discretamente posible durante un largo tiempo. Para ello, le instalaron un transceptor Yaesu FT-101F para comunicarse. En principio determinaron que a última hora del día que acabara el mes se comunicarían para compartir noticias y novedades. El nombre que utilizaron para él fue «estación-ASV», correspondiente a las primeras letras de su nombre. Esa fue la norma que Aleksi cumpliría con toda puntualidad. Ahora le tocaba esperar al menos un año y, tras obtener el certificado de conocimiento del idioma finés, posteriormente tenía que encontrar un trabajo. Así, y solo así, podría mostrarse al mundo como un verdadero ciudadano protegido por la ley finlandesa. Y pasaron los meses…

      Es cierto que Aleksi había obtenido la ciudadanía, pero era dependiente, necesitaba cumplir con todos los requisitos legales. La prudencia les hacía tomar aquellas medidas de seguridad y distanciamiento. No querían exponerse a que Aleksi tuviera cualquier tropiezo hasta estar bien preparado con el idioma; conseguir esa meta era más que importante. En una de las comunicaciones en las que habló con sus amigos, se enteró de una grata noticia: ¡Sassa estaba embarazada! Tuvieron que romper la norma, y en noviembre toda la familia Jalo viajó hasta la casa deAleksi en Imatra, donde pasaron un fin de semana completo. Esto ocurrió el 7 de noviembre. Fue un fin de semana inolvidable en el que se habló de todo.

      —Sassa, ¿tú crees que tenemos que estar separados y mantener mi anonimato?

      —Creo que es necesario. No queríamos decírtelo para que no te preocuparas, pero sabemos por un amigo de la Embajada inglesa que ya te están buscando en Ciudad del Cabo.

      —Entonces, es cuestión de tiempo.

      —Sí. Tenías razón, Nixon se está apresurando a limpiar a todo aquel que pueda aportar información contraria al informeWarren.Además, para ellos no dejas de ser un desertor. No te preocupes. Te vamos a blindar y no te podrán tocar.

      —¿Estas precauciones son necesarias?

      —Por