Pedro J. Sáez

Emboscada en Dallas


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de modo que alrededor de una hoguera comenzaron unas conversaciones marcadas por la actualidad internacional.

      —¿Qué opinas de Nixon? ¿Lo está haciendo bien? —La pregunta provino de Heikki, sensible siempre a todo lo que afectaba a Estados Unidos.

      —En mi opinión, creo que sí; al menos, en lo referente a los asuntos exteriores. Por ejemplo, con el caso de la «vietnamización», buscando una solución negociada. Además, está claro que quiere acercarse a China y a la Unión Soviética, y eso es bueno para todos.

      —Pues a los rusos no sé si les gusta tanto —remarcó Sassa.

      —Y en tu opinión, ¿cómo fue Kennedy? —preguntó la joven Seija.

      —¡Nefasto!

      —¿Cómo que nefasto, si lo señalan internacionalmente como el mejor presidente? —replicó Heikki.

      Fue entonces cuando Sassa, a quien no le gustaba por dónde iba la conversación, dio muestras de interés.

      —¡Pues cuéntanos tu versión!

      —Me ocuparía mucho tiempo explicarlo.

      —Tenemos todo el tiempo del mundo. Hasta dentro de siete días o más, como ha dicho Sassa, no tenemos que volver —sentenció con todo interés Heikki.

      Aleksi no tuvo más remedio que comenzar, como se preveía, un largo monólogo. Sabía que a Heikki le obsesionaba todo lo referente a los Estados Unidos, especialmente los temas políticos.

      —Comenzaré por explicaros a modo de introducción lo que considero fundamental para entender mejor lo que más tarde os contaré. Para mí, los acontecimientos recientes que estamos viviendo empezaron en Cuba con su revolución. En los años 50 gobernaba Fulgencio Batista, un hombre que fue acumulando una enorme fortuna gracias al control y los cobros por conceder licencias de construcción y juegos a numerosos millonarios norteamericanos, principalmente, que querían invertir en Cuba, lejos de la fiscalidad norteamericana. Uno de los más importantes mafiosos de Nueva York, Meyer Lansky, se convirtió en una figura prominente en las operaciones del juego en Cuba, ejerciendo influencia directa sobre las políticas de Batista con respecto a los casinos. Tanto fue así que convirtió la isla en un puerto internacional para el tráfico de drogas.

      Cuba se transformó en una máquina para hacer dinero. Pero ya sabéis, nada es eterno.Aquella manera de gobernar de espaldas al pueblo cubano prendió un espíritu revolucionario que poco a poco iba marcando la meta dentro de los corazones de la gente, que luchaba por alcanzar una vida digna, distinta a la que vivían llena de penalidades.

      —Es que machacando al pueblo no se puede gobernar —interrumpió Seija.

      —Es cierto, y eso es lo que ocurrió. En el verano del 53, un grupo organizado de rebeldes asaltó un cuartel militar en la zona de Santiago, en el extremo este de la isla. Como era de esperar, las fuerzas gubernamentales derrotaron a los asaltantes. Muchos fueron encarcelados, mientras que otros muchos participantes huyeron del país.A partir de entonces, Batista suspendió las garantías constitucionales, si es que las había, y gobernó en toda la isla con una policía bien pagada e inquebrantable al régimen. Ese fue el comienzo. Tres años después, los estudiantes, cada vez más apoyados por las clases más pobres y reprimidas, se manifestaban en las calles en contra del presidente Batista. La contestación gubernamental: ¡más represión! Resumiendo, el gobierno dictatorial se hacía cada vez más impopular entre la oprimida población, y la Unión Soviética comenzó a apoyar en secreto a la guerrilla de Fidel Castro.

      A finales del siguiente año, en 1958, se llevaron a cabo nuevas elecciones, exceptuando a las provincias, que para entonces ya estaban bajo el control de Castro. Ni con trampa pudo el Gobierno parar el descontento. Para diciembre, los únicos que apoyaban a Batista eran los terratenientes y empresarios cubanos que se habían beneficiado económicamente de aquel sistema dictatorial; el resto, estaban en contra. Pero los acontecimientos se desencadenaron tan rápidamente que a las grandes fortunas de la isla no les dio tiempo de llevarse ni las joyas ni el dinero en efectivo. Así que, en la fiesta para recibir al nuevo año y ante la sorpresa de los asistentes, el presidente se despidió y se marchó a Santo Domingo. El primer día del año Fidel se encontró una capital vacía de poder. Por donde pasaban las fuerzas revolucionarias, todo eran vítores y alegrías. Proclamaron al magistrado Manuel Urrutia Lleó como presidente de la nación. Por el momento, Estados Unidos reconoció al gobierno revolucionario como legítimo, dando consentimiento internacional tanto de derecho como de hecho al final de la dictadura de Batista. Ese mismo mes, enero de 1959, Fidel Castro cerró todos los casinos de la mafia en Cuba y expulsó a los gánsteres.Así que los mafiosos que salieron corriendo y dejando allí todas sus propiedades, como Roselli y Sam Giancana, mafiosos de Chicago, y Santo Trafficante, el jefe de la mafia de Tampa, Florida, se la juraron. ¿Os aburre lo que estoy contando?

      —Por favor, sigue. Para mí es como una clase de historia que no conozco —interrumpió Heikki muy interesado.

      —Algunos simpatizantes norteamericanos vieron en el revolucionario Fidel un hombre carismático con quien mantener y emprender nuevos negocios donde la corrupción no fuera la moneda de cambio. Y le invitaron a dar numerosas conferencias, tanto en Washington y Nueva York como en otras ciudades de Estados Unidos. Pero no os perdáis lo que ahora os digo. Llegó a entrevistarse con el vicepresidente Richard Nixon, y sus solo quince minutos de intercambio programado se transformaron en casi dos horas y media. El presidente Eisenhower, por diferentes motivos, no quiso reunirse con Castro, aunque reconoció rápidamente al Gobierno revolucionario. Más tarde, Estados Unidos comenzó a preocuparse por las cerca de quinientas condenas a muerte por fusilamiento dictadas por el nuevo régimen en juicios sin garantías procesales durante sus primeros meses.

      Además, en mayo de 1959, cuando Castro regresó de su gira por las Américas, se promulgó la Ley de Reforma Agraria, que prohibía la tenencia de tierras por extranjeros y que dio paso a las primeras «nacionalizaciones», que afectaron a compañías estadounidenses, así como a la presencia de interventores en las compañías de servicios públicos de propiedad estadounidense. Motivos más que suficientes para que nuestro Gobierno se plantease la ruptura de las relaciones, máxime cuando en febrero de 1960 los rusos firmaron un convenio comercial con Cuba, bajo el cual Moscú compraría por lo menos un millón de toneladas de azúcar cubana al año, a precios preferenciales, y le suministraría a cambio petróleo barato y con facilidades de pago, así como trigo, fertilizantes y maquinaria, aportando los barcos. Todo un reto para los nuestros.

      —¿Y no hubo respuesta por parte de Eisenhower? —interrumpió Heikki.

      —Sí. Tardó en tomarla. Un año después Estados Unidos rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba. A partir de entonces comenzó un intercambio de golpes políticos entre ambos gobiernos. Fue entonces cuando apareció la consigna antiamericana. Ya sabéis… ¡Cuba sí, yanquis no! Fueron expropiadas fábricas, ingenios azucareros y tierras, compañías de servicios, hoteles y compañías comerciales mayoristas y minoristas norteamericanas. Los expertos económicos calcularon que el daño sufrido fue de miles de millones de dólares. Eisenhower reaccionó a este despojo masivo imponiendo un embargo a todas las exportaciones estadounidenses a la isla, salvo las de alimentos y medicinas.12 En menos de un año, el presidente Eisenhower ordenó a la CIA que comenzara a armar y entrenar a un grupo de exiliados cubanos para atacar Cuba […].

      Poco a pocoAleksi fue contando detalles, como la malograda invasión de Cuba desde el mar por Bahía de Cochinos, donde unos 1500 exiliados cubanos, entrenados y financiados por la CIA fueron capturados. El entonces presidente John F. Kennedy se negó a ofrecerles apoyo aéreo, ya que, en opinión de Aleksi, el presidente estaba decidido a mantener la participación de su país en secreto. Y siguió con su explicación, observando la máxima atención de sus amigos.

      —Los dejó abandonados a su suerte. Nadie se lo perdonó. Ningún presidente puede hacer lo que hizo. Cuando dio el consentimiento para aquella intervención, se comprometió. Pero después se comportó como un traidor y nadie le perdonó que los dejase tirados; ni la CIA, ni la mafia, ni él ejército, ni los exiliados cubanos.

      Con