Pedro J. Sáez

Emboscada en Dallas


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curiosidad. No tiene por qué responder.

      —Bueno, en realidad soy ornitóloga, viajo mucho, ahora quiero hacer un estudio sobre el Cygnus…

      —¿El qué? —interrumpió Aleksi con sorpresa.

      —El cisne cantor, al que ustedes llaman laulujontsen. Es aquí, en Finlandia, donde mejor lo puedo observar.

      —Eso llevará su tiempo, ¿no?

      —Pues sí. Y mucha labor de campo.

      —Debe ser bonito y curioso.

      —¿Le interesa?

      —No, aunque reconozco que es interesante.Tengo otras ocupaciones, una muy parecida a la suya.

      —¿Como cuál?

      —La pintura —respondió él.

      —¿Es usted pintor?

      —No. Pinto sobre el natural, por mera satisfacción y disfrute personal.

      —Bueno, no es tan diferente a lo que hago.

      —Cierto, solo que mis pinceles son su prismático, y mi paisaje, su cisne cantor.

      —La verdad es que sí, son aficiones que se complementan. Bueno, mejor diría actividades, ¿no le parece?

      —Si ves cisnes, observas; si no los ves, pintas. Sí, creo que sí.

      Kofman esbozó una pequeña sonrisa al tiempo que preguntó:

      —¿A qué se dedica, señor Virtanen?

      —No recuerdo haberle dicho mi nombre —exclamó Aleksi, sorprendido.

      —Estaba detrás de usted cuando se lo escuché decir a la bibliotecaria. Pero si le ha molestado la pregunta…

      —No, no, no, solo que me ha sorprendido. Me llamoAleksiVirtanen. Trabajo en el Museo de Arte —interrumpió.

      —Solo quería dar conversación. ¡Creo que ya estamos llegando!

      —Así es.

      Cuando llegaron, la despedida no pudo ser más breve.

      —Muchas gracias por todo, señor Virtanen.

      —No hay de qué.

      —Bueno, a lo mejor no nos vemos más. Cuídese.

      —Lo mismo digo, aunque el destino tiene la última palabra.

      —Eso es cierto —replicó Kofman.

      Con un simple adiós, gesticulado con la mano mientras el coche se ponía en marcha, Kofman se fijó con cierto disimulo en la matrícula del coche del hombre que tenía el encargo de eliminar y la memorizó rápidamente: EFT-304. Cuando subió a la vivienda y cerró con llave, un suspiro de satisfacción escapó de su boca.

      —¡El día no ha podido ser más provechoso! Ya te conozco y pronto sabré dónde tienes tu madriguera —se dijo, incluso para escucharlo ella misma.

      Con toda parsimonia, despacio y abstraída en un pensamiento, fue al armario de la cocina, cogió un pequeño vaso y la botella de vodka; se sentó en una de las sillas del comedor y, sirviéndose, fue analizando los siguientes pasos a dar. Pero sobre todo cómo iba a eliminarlo, aparentando que fuera una venganza rusa, aunque era consciente de que primero tenía que descubrir dónde vivía, cosa que no le preocupaba mucho, ya que ahora tenía numerosos recursos para averiguarlo.

      No tardó en hacerse amiga de Taimi, una de las trabajadoras de la biblioteca, una chica alegre y muy dinámica que cayó en las garras de Kofman cuando le invitó a pasar un fin de semana observando las aves y buscando zonas de asentamiento del cisne cantor. La joven tenía veintidós añitos mientras que Kofman la superaba en dieciséis. Sin embargo, eso no fue impedimento para que entre las dos se forjase poco a poco una amistad sincera. Incluso se permitían tener, en ocasiones, conversaciones de tipo personal.

      —Kathleen, ¿cómo es posible que no estés casada con lo simpática y guapa que eres?

      —Gracias, Taimi. Quizás es que no he encontrado a la persona apropiada.

      —Puede ser, pero ¿ahora no hay nadie que te llame la atención? Y no me digas que no, porque sé cómo le miras cada vez que viene el señor Virtanen.

      —¿Te has dado cuenta?

      —¡Claro! Soy joven, pero no tonta.

      —Es un señor maduro y no sé si está…

      —¿Cómo que maduro? Si solo tiene cuarenta y ocho años. Hasta para mí resulta atractivo.Además, es un lobo solitario. ¿Sabes qué? Creo que le pasa lo mismo que a ti, que no ha encontrado la otra cara de la moneda.

      —¿Tú crees?

      —Y tanto. ¿Cómo es posible que, siendo tan inteligente, seas tan torpe en las cosas del amor? Tienes que dar tú el primer paso, porque creo que si esperas a que lo de él, lo llevas claro.

      —¿Eso piensas? —le preguntó Kofman, haciéndose más tonta de lo que era.

      —¡Claro! La próxima vez que le veas, le tiras el guante.

      —¿Y si no lo recoge?

      —Pues si no lo recoge, ¡le tiras el otro!

      A finales de marzo, ciento veinte días después de haber llegado a Finlandia, Kathleen Kofman ya disponía de los datos y la dirección de Aleksi Virtanen, el famoso William Stowe, alias Kevin Sullivan, su presa. Sin embargo, para Aleksi, aquel encuentro en la biblioteca y la posterior avería de coche, al tiempo que agradable, le resultaba extraño. Estaba viviendo los últimos meses con cierta precaución. Es cierto que estaba en un país seguro resguardado de cualquier sospecha, que ya era ciudadano finlandés, con un buen trabajo y que había rehecho su vida, pero tenía un pasado. Había vivido y participado en sucesos que levantaban todo tipo de ampollas, y ese condicionante era muy difícil de olvidar. Además, estaban las muertes, que él consideraba asesinatos, de numerosos testigos que conocía y que estaban desapareciendo por el caso Kennedy, motivo por el que no tardó en poner tierra de por medio. Y, por si eso fuera poco, tenía que añadir el aviso de su amigo Scott. Así que optó por tomar precauciones. Debía indagar quién era la tal Kofman, y para ello tendría que pedir ayuda a sus amigos. Desde que ocurrió la desaparición de Sassa, casi no visitaba a su hijo, que vivía en casa de su cuñado. Lo tenían hablado, especialmente Aleksi, que no quería exponerlos ni que le relacionaran con él, al menos hasta que todo su problema se resolviera, pero tenía que hablar con Heikki. Después de preguntar por su hijo y por el resto de la familia, entablaron una corta, pero interesante conversación.

      —Los rusos se han puesto en contacto de nuevo.

      —Ya les dijimos que tiene que pasar tiempo. Con lo que nos ha ocurrido, al menos a mí, quiero retrasarlo.

      —Lo sé, lo sé, pero tenemos que decirles algo, alguna fecha. Ellos también están dispuestos a ayudarte —añadió Heikki.

      —Bien, diles que cuando se descubra a mi verdugo y se elimine, lo haremos. Estoy dispuesto a ser el cebo para atraerlo y descubrirlo, si así lo consideran. Por eso quiero que se investigue lo de esa mujer.

      —¿Qué tiene de extraño que te hayas tropezado, casualmente, con una ornitóloga? ¿Qué es lo que te hace sospechar? —preguntó su amigo Heikki.

      —No sé, pero mi instinto me dice que hay algo extraño. No me cuadra. Es todo tan perfecto…

      —Bueno, no te preocupes. Haremos nuestras investigaciones, pero creo que tienes que relajarte. ¿Por qué no vienes a casa una temporada? Así pintarías, escribirías y daríamos nuestros paseos, hasta podríamos ir de caza, ¿qué te parece? Y estarías con tu hijo.

      —No te diría que no. Gracias por todo, Heikki. Dales un beso muy fuerte a todos.

      Después de aquella conversación, Aleksi recordó cómo conoció a sus amigos finlandeses.