monarcas que pactaban con ella. Herodes el Grande, accedió al trono con el apoyo de los generales romanos Antonio y Octavio; un senadoconsulto (40 a. C.) lo nombró rey de los judíos; gobernó durante 37 años (40-4 a. C.). Reconstruyó el templo, pero no era un hombre religioso, de hecho, no era judío, sino de Idumea (suroeste de Judea). En su testamento, dividió su reino entre sus tres hijos: al hijo mayor, Arquelao, le legaba Judea y Samaria, con el título de rey; a Herodes Antipas, le dejó Galilea y Perea, y a Filipo, los distritos del noreste: Gaulanítide, Traconítide, Iturea y otros. Para validar el reparto de territorios, era necesario el consentimiento de Augusto, al cual acudieron los tres hijos. El emperador confirmó el reparto, pero dio a Arquelao el título de etnarca o gobernador de un pueblo, y a Antipas y a Filipo, el de tetrarca, es decir gobernador de una cuarta parte. Arquelao, antes de partir para Roma, tuvo que reprimir una sedición en Jerusalén; sus soldados mataron a más de tres mil judíos. Durante la ausencia de los tres herederos, se produjeron rebeliones en toda Palestina, sobre todo en Galilea. Tuvo que acudir el procónsul de Siria, Varo, para restablecer el orden con una gran represión. A su vuelta de Roma, Arquelao se encontró con mucha oposición entre la población, que Arquelao aumentó con sus propios actos, hasta que fue denunciado otra vez por los jefes judíos ante Augusto, quien lo desterró a Viena. Entonces, la Judea y la Samaria quedaron bajo el dominio directo de Roma por medio no del procónsul de Siria, sino de un gobernador especial, que, durante la vida pública de Jesús, fue Poncio Pilatos (26-36).
Jesús vivió sus años de infancia y juventud bajo la jurisdicción de Herodes Antipas. Los emperadores romanos que gobernaban en tiempo de Jesús fueron Augusto, quien logró unir el imperio y ponerlo en paz, al grado de que el Senado decidió (entre los años 13 y 19 a. C.) erigir, en el campo Marte, el ara pacis, un altar de la paz; murió el año 14 d. C., y le sucedió Tiberio, quien gobernó hasta su muerte el año 37.
Existió un órgano de gobierno propiamente judío, el Sanedrín, una especie de senado, que tenía un poder considerable en el gobierno y administración interna del país; tenía su sede en Jerusalén y llegó a tener jurisdicción sobre todo el pueblo, en causas civiles y religiosas; velaba por la pureza de la doctrina y por eso envió emisarios para interrogar a Juan el Bautista, y condenó a Jesús a muerte; pero no podía ejecutar la sentencia, sin autorización del procurador. Estaba compuesto de 71 miembros, representantes de los sacerdotes, de los doctores de la ley y de los “ancianos” o notables, esto es, representantes de la aristocracia civil. El sumo sacerdote en funciones era el presidente del Sanedrín.
C. Situación social
La vida familiar se tenía en alta estima, fundada en el matrimonio. Las bodas eran objeto de celebraciones que se prolongaban por varios días. Era frecuente el divorcio y la poligamia estaba todavía autorizada, pero excepcionalmente se practicaba. Los padres cuidaban educar a sus hijos en la fe de Israel, que se complementaba con la educación en las escuelas donde los hijos aprendían a leer y escribir para conocer la Biblia.
Las familias judías, unidas por vínculos de sangre y de religión, se trataban amistosamente y se ayudaban. De ahí el saludo que se daban: la paz contigo. La clase superior, compuesta por los sacerdotes, los doctores de la ley, los fariseos y los ciudadanos ricos solía mirar con desprecio al “pueblo de la tierra”.
El trabajo manual era muy apreciado en tiempos evangélicos, pero iniciaba ya la afición por el comercio. Había una red de caminos bien trazada.
El costo de la vida no era alto y la población en general podía vivir con poco dinero, pues tenía pocas necesidades. Pero había miseria y, a veces, miseria extrema. Muchos consideraban que la causa principal de la pobreza eran los pesados impuestos que había que pagar a Roma, la cual los cobraba por medio de los publicanos, es decir, agentes cobradores a quienes se les encargaba la exacción de impuestos y se les daba el derecho de retener algo.
La población de Palestina era judía en su mayor parte, sobre todo en Judea, Galilea y Perea, pero existía población helenizada. Los jefes religiosos cuidaban que los judíos no se contaminaran, para lo cual expedían órdenes y prohibiciones. Había muchos judíos que vivían fuera de Palestina, lo cual había sucedido como consecuencia de las conquistas por los asirios y caldeos que deportaron a muchos judíos. El conjunto de judíos en suelo extranjero lo denominaban la “diáspora”. Ellos seguían reconociendo a Jerusalén como su centro religioso y solían peregrinar a ella en las grandes fiestas.
La lengua que se hablaba en Palestina, y en la cual predicó Jesús, era el arameo. Cuando nació Cristo, el hebreo ya era una lengua muerta para casi todos los judíos, al grado que era necesario traducir al arameo los pasajes del Pentateuco y de los profetas, escritos en hebreo, para que lo entendieran los judíos de Palestina. El arameo era el idioma que se hablaba en Aram (Siria) y en Caldea y Babilonia, donde fueron desterrados los judíos, y ahí tuvieron que aprenderlo, y cuando volvieron a Palestina, llevaron el nuevo idioma.
D. La situación religiosa
En general, el pueblo judío vivía su fe religiosa. El templo era el gran lugar de culto. El primer templo lo construyó Salomón, y fue destruido por los soldados de Nabucodonosor, cuando tomaron Jerusalén. Después del destierro, los judíos reconstruyeron un templo en el mismo lugar, pero era un edificio pobre. Herodes el Grande ordenó la construcción del templo en el que llegó a estar Jesús. Era un templo magnífico, cuya construcción se inició hacia el año 20 a. C. y que terminó hasta 62-64 d. C. Pocos años después, sería destruido por el ejército romano (70 d. C.).
Además, existían las sinagogas, que no eran lugares de culto, pues ahí no se hacían sacrificios, sino que eran lugares de reunión, donde, en determinados días, especialmente los sábados, se reunían los judíos para orar y para escuchar las enseñanzas de los doctores acerca de la Ley y los profetas. En tiempos de Jesús había muchísimas sinagogas en Palestina, pues hasta las más pequeñas aldeas tenían la suya.
Los encargados del culto eran el sumo sacerdote, los sacerdotes y los levitas, todos debían ser descendientes de la tribu de Leví, y los sacerdotes, de la familia de Aarón. El sumo sacerdote era el jefe religioso del pueblo; su cargo era vitalicio y hereditario, pero bajo la dominación romana, los procuradores del poder romano los instituían y destituían a su antojo. Valerio Graco, procurador anterior a Poncio Pilatos, instituyó a varios, entre ellos a Anás, el año 6 d. C., que fue destituido después de muerto Augusto (14 d.C.); le sucedieron sus tres hijos y luego su yerno, Caifás, quien condenará a Jesús. Los sacerdotes hacían los sacrificios en el templo y atestiguaban la curación de los leprosos. Los levitas eran los encargados del orden en el templo y de auxiliar a los sacerdotes.
Los actos litúrgicos eran los sacrificios y la oración. Había un sacrificio incruento de un puñado de harina mezclado con sal y vino; y sacrificios cruentos, de diversos animales. Cada mañana y cada tarde, a nombre de todo el pueblo, se ofrecía el sacrificio de un cordero sin mancha; previamente, se procedía a la incensación del altar de oro, la cual le tocó hacer a Zacarías, según narra el Evangelio de Lucas. La oración se hacía de pie y, algunas veces, de rodillas con los brazos y manos extendidos hacia el cielo; para orar, algunos judíos se sujetaban a la frente y al brazo izquierdo unas cajitas de pergamino que contenían textos bíblicos, llamadas “filacterias”.
La vida cotidiana estaba impregnada por la ley mosaica. Los expertos en conocerla e interpretarla eran los escribas o doctores de la ley, que no eran sacerdotes, sino laicos instruidos, en parte teólogos y en parte juristas. Llegaron a formar un grupo compacto que, en general, era proclive a los fariseos. La interpretación que hacían fue conformando una tradición oral, la “tradición de los padres”, en la que se explicaban y desarrollaban los preceptos de la Ley, y que se puso por escrito a partir del siglo ii d. C., y es conocida como Mishná; en ella se contaban 248 preceptos positivos y 365 negativos. Esta elaboración de la Ley caracterizó, y sigue caracterizando, al pueblo judío. Los escribas tenían más influencia en el pueblo que los sacerdotes comunes.
En la población judía de Palestina, había diversos grupos religiosos