Miguel Tornquist

Ladrón de cerezas


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presentimiento. Haberle recortado cinco puntos en unos pocos meses eran una pésima señal. En el fondo sabía que la fecha de expiración de su amor por Micaela coincidía con la fecha en que saliera derrotada de la elección. Le permitió desahogarse sin prestarle su hombro, sin ofrecerle contención, como a una botellita que se lanza al mar y se bambolea de un lado al otro sin poder manotear un tronco de donde aferrarse.

      —Yo te escucho, aunque no parezca —ironizó Jalid.

      —Me gustaría que escuches y que también lo parezca —se quejó Micaela.

      —Hiciste bien en venir —dijo Jalid en un tono moderado—. Y no hay de qué preocuparse. Un gobernador debe parecerse a un gobernador, debe expresarse de manera correcta, vestir de forma adecuada, cuidar las formas y transmitir aplomo y moderación. En cambio, este excursionista de camping devaluado se presenta ante la ciudadanía en una tupida barba plateada que se confunde, en una danza siniestra, con extensos mechones de cabello dorado que, a su vez, se impregnan de una viscosidad grasosa y mal oliente desprendida por la combustión de su pipa. Sus palabras ampulosas, casi místicas, apelan a factores naturales, a corrientes marinas, a chispas de lava que parpadean eclipsando la garganta oscura de su voz. Ahora parece que se le ha antojado practicar deportes extremos sin tomar ningún tipo de recaudo. Es evidente que lo hace por llamar la atención, para que nos pasemos el día hablando de sus peripecias. Por el momento la estrategia le ha funcionado, pero una cosa es verlo y otra muy distinta es votarlo. Es como la rosa: a simple vista te atrae, pero al ponerle la mano encima te repele.

      —“No interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”, se despachó Ulises Cáceres aludiendo a un supuesto enunciado de Napoleón Bonaparte y girando repetidamente la bombilla para darse un poco de luz en el mate.

      —¿A qué error te referís? —gritó Micaela enardecida—. ¡Salvaje Arregui nos acaba de recortar cinco putos puntos, infeliz, por si no te has enterado!

      —Al margen de la incomprensible conducta de los votantes, podría sospecharse que nos estamos enfrentando a un hombre más cercano al arpa que a la guitarra —reflexionó Ulises. Entregar el voto a un candidato con intenciones evidentemente suicidas no concuerda con la lógica de sensatez que la ciudadanía ha expresado en tantos años de democracia. Salvaje es libre de arrojarse sin paracaídas de una avioneta a diez mil metros de altura, pero la ciudadanía es libre de no votar a un insensato. El pueblo busca previsibilidad y concordancia en el futuro gobernador que dictará los destinos de la provincia de Buenos Aires por los próximos cuatro años.

      No debes angustiarte, Micaela. En un mes mandaremos a relevar nuevas encuestas que resultarán en una caída segura en la imagen de Salvaje Arregui que se derrumbará como un castillo de arena arrastrado por la crecida del mar.

      Micaela puso una cara semejante a la de una madre primeriza que retiene sus impulsos homicidas al verse sermoneada por su suegra sobre la manera correcta de criar a su bebé.

      —Puede que Ulises esté en lo cierto —dijo Jalid poniendo paños fríos. Simplemente hay que dejar que la naturaleza haga su trabajo.

      —¿Cómo pueden estar tan seguros? —interrumpió Micaela.

      —Son años de profesión… —alardeó Ulises subiéndose a un pony.

      —No te vengas a hacer el argentino conmigo —lo amonestó Micaela.

      —Es de manual, Micaela —insistió Ulises—. Un hombre que luego de años se afeita la barba llama la atención el primer día; pero después de un tiempo, la cara al ras se vuelve tan indiferente como la tupida barba plateada.

      —Esta dialéctica de jardín de infantes no nos lleva a ningún lado —sentenció Micaela. Y como yo no iba a quedarme de brazos cruzados viendo cómo mis votos se evaporaban por arte de vaya uno a saber qué, contraté a una consultora privada para que indagara sobre los verdaderos motivos de este enamoramiento repentino de los votantes por Salvaje. ¿Pueden imaginar lo que respondieron?

      —No —contestó Ulises tragando la poca saliva que aún le quedaba.

      —La mayoría de la gente dijo que hay un no sé qué en Salvaje.

      —¿Un no sé qué? —repitió Jalid.

      —Te lo juro, eso dijeron. Su nueva figura despierta algo incomprensible que les infunde confianza, respeto y admiración. Es como si los hubiera hechizado con el movimiento perpendicular de un reloj pulsera. Como si les hubiera lavado la cabeza y hubiera aplazado su razonamiento. No sé, nunca vi una cosa igual. Lo más inquietante es que lo veneran hasta el punto de querer imitarlo. Y tal como les mencioné anteriormente su plataforma política se mantuvo inalterable. No logro entender lo que está pasando, si es que está pasando algo que no logro entender.

      —No quiero propagar noticias alarmantes —vaciló Ulises transpirando una espesa gota gorda que recorría el laberinto de su cerebro argentinizado—, pero me ha llegado el rumor de que Salvaje ha sumado a un nuevo asesor a su séquito de consejeros en comunicación.

      —¿Quién? —quiso saber Micaela.

      Ulises hizo un esfuerzo para recordar su nombre.

      —Un tal Rufino Crada, o Creda. No, no, Rufino Croda —confirmó Ulises consciente de que acababa de cavar su propia fosa; aunque muchas veces la lengua es más rápida que la pala.

      —¿Alguien tiene referencias de él? —preguntó Micaela.

      —Algo escuché —dijo Ulises tartamudeando y aferrándose al palo enjabonado en el que se encontraba y del que no tenía ninguna intención de caer—. Tengo entendido que promueve una extraña teoría de arquetipos que jamás ha sido implementada en campañas políticas.

      —¿Arquetipos? Nunca escuché nada sobre eso —lo interrumpió Micaela—. ¿Para qué sirven?

      —Creo que tienen algo que ver con la psicología de Freud y Lacan.

      —Freud y Lacan —repitió Jalid.

      —Sí, algo relacionado con la teoría freudiana.

      —En la única psicología en la que creo es en la de los sofistas —alardeó Jalid, dorándose la píldora—. Lo que daría por tener asesores como Protágoras, o Gorgias.

      —Tampoco avivemos giles —ironizó Micaela—. Debe ser otro impostor, otro tipo que ronca como tanta gente.

      —A ciencia cierta, solo se me ocurren dos teorías que oscilan entre el materialismo y el idealismo —continuó Ulises—: o bien Salvaje está utilizando su campaña arquetípica con el único propósito de levantarse minas, o bien Septiembre Del Mar lo está utilizando como rata de laboratorio para que, en caso de comprobar que efectivamente los arquetipos funcionen, utilizarlos en su campaña presidencial.

      La sola mención de la campaña presidencial de Septiembre Del Mar prendió una mecha de dinamita en la corta estatura de Jalid que agarró a Ulises por la manga de la camisa.

      —Por tu bien espero que la teoría materialista se imponga a la teoría idealista porque de lo contrario surgirá mi teoría subjetivista y todas las balas apuntarán a tu cabeza —gritó Jalid amenazándolo con una pistola de dedos fofos, pelos, uñas mal cortadas y una sustancia oscura y polvorienta similar a restos de pólvora que se apilaban debajo de las cutículas.

      Las palabras petrificadas de Ulises solo atinaron a decir algo que pensaba de Jalid, pero se lo imputaba a Salvaje.

      —Es evidente que Salvaje no busca asesores en comunicación, busca culpables.

      —Ha habido guerras más difíciles que esta —continuó Jalid. Vamos a alimentar a los hongos silvestres para que se sigan intoxicando en su propio veneno. En una de esas ese tal Rufino no sé cuánto se convierta, sin saberlo, en nuestro principal aliado para enterrar de una vez por todas las aspiraciones del Partido Republicano.

      Luego de una corta siesta Ulises continuó con su repertorio escatológico.

      —Además, nos encontramos en vísperas del lanzamiento de la campaña