Miguel Tornquist

Ladrón de cerezas


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el agua y huir por el desfiladero de paredes escarpadas, pero el cauce fluvial había elevado su nivel y ya no quedaba otra escapatoria que la del propio razonamiento. Tras unos segundos de zozobra, y al confirmar que ninguno de los dos se atrevería a hacer uso de la palabra, Salvaje inyectó algo de energía cinética al estado de reposo y les formuló una especie de ping-pong de preguntas y respuestas donde cada uno debía levantar la mano en caso de estar de acuerdo y retenerla en caso de no estarlo.

      —¿Les gusta la campaña? —preguntó Salvaje.

      Ninguno de los dos levantó la mano.

      —¿Y el concepto “declará tu independencia”?

      Al principio tampoco la levantaron, pero luego de unos breves segundos el muchacho rubio la levantó. Al verse interpelado el Pelícano también la levantó.

      Sin dar crédito al movimiento de masa y velocidad que tomaban las cosas, y anticipando la explosión de Chernóbil, Rufino cerró la tapa del reactor y arremetió contra semejante despropósito.

      —La aprobación de una campaña no es un acto democrático —dijo Rufino levantando la voz por encima de su propia altura que no era poca, ya que arañaba el metro noventa. Si estuvieras volando en un avión en medio de una severa turbulencia y el aparato comenzara a zamarrearse de un lado al otro y las mascarillas de oxígeno cayeran y un descenso brutal se apoderada de tu aliento, ¿te tranquilizaría escuchar al piloto proponiendo a los pasajeros un ping-pong de preguntas y respuestas por los altoparlantes? Por sí o por no: ¿disminuyo la altitud o incremento la velocidad? ¿Reduzco el nivel de sustentación o despliego los flaps traseros? ¿Nivelo la nariz del avión o elimino combustible? O qué pasaría si tu hijo estuviera debatiéndose entre la vida y la muerte en plena cirugía a corazón abierto, y el cirujano se dirigiera a la sala de espera a consultar la opinión de los familiares. ¿Intento una incisión en la aorta o destapo una arteria? ¿Hago una transfusión en las válvulas cardíacas o presiono el miocardio?

      Salvaje volvió a eludir un frenético impulso de cagarlo a trompadas, pero ya nada de lo que saliera de la boca de Rufino lo sorprendía. Hablaba crudamente, sacándole las capas de formalidad a la cebolla.

      El muchacho rubio por fin se animó a opinar y se despachó con un atendible cuestionamiento improcedente por relacionar una campaña publicitaria con una operación de miocardio, a lo que el Pelícano, desencajado por no haber sido él quien generara la controversia, le soltó un puntinazo en medio de los huevos que de alguna manera burlaron la presión y el aplastamiento que ejercía el chupín y se reacomodaron en sus respectivos escrotos.

      —¿Qué tiene que ver una campaña a gobernador con una operación de miocardio? —repitió el Pelícano.

      —Hay un dicho popular que dice que de publicidad, fútbol y política todo el mundo puede opinar —observó el gemelo Salvador que no mascaba chicle.

      —Hay que creer en los dichos populares —dijo el muchacho rubio, aun alborotado por el dolor en los escrotos.

      —Yo no estaría tan seguro —dijo el gemelo Salvador que no mascaba chicle. Hay dichos populares que repetimos como loros de manera inconsciente sin percatarnos que cuentan con connotaciones absolutamente contradictorias entre sí: “no por mucho madrugar se amanece más temprano”, pero “al que madruga Dios lo ayuda”. ¿En qué quedamos? ¿Madrugamos o no? “Más vale pájaro en mano que cien volando”, pero “Quién no arriesga no gana”. ¿Qué hacemos? ¿Arriesgamos o no?

      —Este tipo de expresiones también pertenecen a las conductas inconscientes del ser humano —continuó Rufino—, así como la decoración de árboles de Navidad, o el ocultamiento de huevos en Pascua, tal como le comenté a Salvaje en alguna oportunidad. Te garantizo que la comunicación es mucho menos subjetiva y mucho más objetiva de lo que todo el mundo cree. Nuestra campaña no puede depender de un ping-pong de preguntas y respuestas a tus asesores en comunicación. Pero de mantenerte en esta postura inflexible estás absolutamente liberado de contratar una nueva agencia de comunicación.

      —Ah, bueno. ¿Ahora tampoco podemos opinar? ¿Debemos aprobar la idea tal cual como nos la contaron estas dos láminas de papel carbónico? —Alzó la voz el muchacho rubio.

      —¡No podemos opinar! —repitió el Pelícano.

      A los gemelos Salvador les gustó más bien poco la parábola carbónica e intercambiaron el chicle en señal de rebeldía.

      —Estamos abiertos a intercambiar opiniones sobre la belleza de la flor, pero no sobre su raíz; sobre lo periférico, pero no sobre lo profundo —reflexionó Rufino.

      Finalmente, luego de un silencio ensordecedor, Salvaje les agradeció la colaboración a sus asesores y se inclinó por darle un voto de confianza a Rufino. Sabía que a esa altura no era prudente abrir un nuevo cauce en el río, aunque significara sucumbir en la elección.

      —Muy bien, Rufino, declaro tu independencia. Te libero de todo tipo de ataduras. Avancemos con la campaña —manifestó Salvaje agitando la bandera de la rendición—. Al final no los contraté para decirles lo que ustedes tienen que hacer, sino para que ustedes me digan lo que yo tengo que hacer.

      Rufino apreciaba la confianza y le estiró la mano en señal de agradecimiento.

      —Te declaro la independencia —repitió el Pelícano.

      Un mes y medio previo a la elección la campaña comenzó a emitirse en medios masivos y a amplificarse en medios digitales. Las primeras repercusiones fueron despiadadamente crueles hacia la figura de Salvaje. En redes sociales se lo caricaturizaba como al nuevo Libertador General San Martín y se lo parodiaba con el padre de la patria. Sin embargo, a los pocos días, la tendencia comenzó a revertirse y a inclinarse a su favor. La campaña fue vista por más de quince millones de espectadores en YouTube, se compartió más de veinte millones de veces en Instagram y Facebook y arañó los diez millones de likes en LinkedIn. De un día para el otro, Salvaje había pasado de ser la figurita repetida a la figurita difícil. Se había convertido en un personaje admirado, un hombre glamoroso y atractivo cuya imagen se había ensanchado como la panza de la provincia que se disponía a gobernar. A pocos días de la elección, las encuestas mostraban prácticamente un empate técnico, tal como había anticipado Micaela Dorado. A contramano de esta tendencia alcista, Septiembre Del Mar, candidata a presidenta por el Partido Republicano, retrocedía estrepitosamente en las encuestas y se alejaba de la posibilidad de arrebatarle la presidencia a Jalid Donig.

      En un intento desesperado por evitar lo inevitable, Septiembre convocó de urgencia a Salvaje a su despacho.

      —Necesito reunirme de manera urgente con tu asesor en comunicación —le imploró Septiembre en estado de shock por la tremenda paliza que Jalid Donig le estaba propinando en las encuestas—. ¿Cuál era su nombre?

      —Rufino Croda —respondió escuetamente Salvaje—. ¿Por qué motivo te interesa conocerlo?

      —Los motivos son los mismos de siempre. En unos pocos meses, la brecha de siete puntos entre vos y Micaela Dorado se ha esfumado. No logro descifrar lo que está sucediendo, pero, de repente, todo el mundo comienza a adorarte, a aclamarte como si te hubieras transformado en la última Coca-Cola en el desierto. En contraposición, yo me alejo cada vez más de la posibilidad de convertirme en presidenta de la nación. La tendencia es prácticamente irreversible, pero tal vez podamos jugar nuestras últimas cartas con Rufino.

      —Las cartas ya están echadas, Septiembre —se lamentó Salvaje—. Conozco a Rufino y es una persona que no cree en los manotazos de ahogado, mucho menos a tan pocos días de los comicios.

      —Tal vez tengas razón, pero insisto en conocerlo.

      —Deberías haberlo hecho en aquella oportunidad cuando te comenté acerca de la teoría arquetípica.

      —Tal vez cometí un error.

      —Además, me da toda la sensación de que ustedes dos se llevarían a las patadas. Rufino es un ser impredecible, un hombre sin filtro, con la capacidad de sacar de sus casillas al mismísimo papa Francisco. No, definitivamente no es