Miguel Tornquist

Ladrón de cerezas


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que seguramente estarán impulsando para apuntalar una imagen obscena de Salvaje. Me permito conjeturar que, en caso de replicar en la campaña publicitaria al grotesco Indiana Jones que intentan mostrarnos en esta devaluada saga de Steven Spielberg, se estarán azotando en la espalda con su propio látigo, ya que jamás podrán valerse del arca perdida para obtener los votos necesarios para convertirse en gobernador. Imaginen a Salvaje enfundado en su chaqueta de piel, camisa safari color caqui suave, sombrero cazador y una pipa en su boca intentando concientizar a la ciudadanía sobre las implicancias de la justicia social, la previsibilidad económica y el funcionamiento de las instituciones. Es indudable que se va a convertir en el hazmerreír de todos los argentinos.

      Tras meditarlo unos minutos, Micaela se convenció de que debían arriar las velas y permitir que Rufino Croda y su extraña teoría arquetípica hundieran en su propia incapacidad a Salvaje.

      —Vamos a mantenernos como hasta ahora, pero nos veremos las caras en un mes para corroborar los nuevos datos de las encuestas.

      Jalid no le puso atención al comentario de Micaela.

      Sus verdaderas intenciones se escondían detrás de una sonrisa falsa.

      El expedicionario

      Al mismo tiempo en que Micaela, Jalid y Ulises discernían sobre mitología arquetípica y las relacionaban con sirenas, unicornios y centauros, Rufino se disponía a correr los velos de la campaña a gobernador de la provincia de Buenos Aires y descubrir su contenido a Salvaje y a dos de sus asesores en comunicación que lo acompañaban. Se dieron cita en las oficinas de Innocence donde los gemelos Salvador, quienes desempeñaban el papel de directores generales creativos, desplegaban bocetos y guiones en un tablero especialmente acondicionado para la ocasión. Los gemelos Salvador eran tan idénticos que solo se diferenciaban porque uno mascaba chicle y el otro no. El que mascaba chicle era el más creativo y el otro el más estratégico. Aunque a veces intercambiaban el chicle y se armaba un matute de la madona. Como en un acto de ilusionismo, las luces de la sala se disiparon tenuemente y comenzaron a oscurecer el ambiente mientras focos refulgentes se prendían y reproducían héroes, villanos, bufones, rebeldes y reyes que se proyectaban y se esparcían por las ochavas del recinto.

      —Antes de correrle el tul a la novia —alardeó Rufino con el pecho inflado por los cinco puntos descontados a Micaela Dorado—, debés recordar que es indispensable mantenernos firmes en nuestra estrategia de comunicación expedicionaria. Por ningún motivo debemos desviarnos del camino trazado que tan buenos resultados nos ha dado hasta el momento.

      —No abras el paraguas antes de tiempo —respondió distendidamente Salvaje, mientras observaba detenidamente a los gemelos Salvador y se esforzaba por descubrir los cristales recubiertos de una capa metalizada de mercurio que evidentemente se superponía entre ambas figuras. Para colmo de males, eran de una perversión tan sádica que hasta vestían exactamente igual: remera negra con un estampado en el centro del emoji amarillo de la carita apretando los dientes y una falda negra al estilo escocés.

      Los gemelos Salvador se pusieron de pie y se dispusieron a contar la primera idea con el aplomo de quien conoce su oficio de sobra. Una pantalla de amplias dimensiones reproducía una imagen cenital de Salvaje en su travesía en kayak por el mar de las Antillas. Era una secuencia tomada por un dron a más de cien metros de altura. Envuelto íntegramente en un traje de neoprene verde fosforescente con franjas naranjas, Salvaje remaba incesantemente entre las furiosas olas del mar.

      Sobre el azul del cielo se leía en letras blancas un titular de gran tamaño:

      “El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

      Los gemelos Salvador quedaron expectantes a la reacción de Salvaje que se mantenía abstraído en sus pensamientos, como solidificado en un molde de hielo impenetrable. Imposibilitados de picar con un cincel esa concentración de astronauta alunizando continuaron con su exposición y se sumergieron en el comercial de televisión. La película reflejaba una escena desesperante de un padre a la deriva junto a sus dos pequeños hijos que se debatían en una pequeña embarcación en medio de un mar embravecido que azotaba con olas de más de dos metros de altura y vientos huracanados capaces de estremecer al navegante más avezado. La pequeña embarcación se zarandeaba de un lado al otro como un barquito de papel que choca con el desagüe de una alcantarilla y comienza a tambalearse en círculos de agua que engordan las células de celulosa y comienzan a desprender fragmentos húmedos de papel. Era evidente que la pequeña embarcación no podría resistir por mucho más tiempo los embates del mar enfurecido. El padre se persigna, mira al cielo y se encomienda a Dios esperando por un milagro. En ese preciso instante, entre las vísceras del mar hambriento de embarcación y de carne y de huesos, emerge un buque de rescate que se dispone a socorrerlos. El padre y sus dos pequeños hijos se aprietan en un abrazo de tres gotas de agua que se funden en una sola gota más grande. Dios les acaba de tender una mano. Están salvados. El buque se encuentra a pocos centímetros de la embarcación, casi pueden tocarse las manos. En ese momento surge la figura del capitán que, en lugar de lanzarles un cabo para sujetarlos al buque, les suelta una urna y se pierde a toda velocidad por el embravecido mar. El hombre en la pequeña embarcación extrae de su bolsillo una boleta de Salvaje Arregui y la inserta en la urna. Al instante, vemos que la tormenta se disipa, el mar se aquieta, el viento cede y el cielo dibuja un arcoíris hialino y luminoso. Por corte, vemos que de la nada surge una pequeña isla paradisíaca que se abre paso arremetiendo hacia la pequeña embarcación. Escuchamos la voz del locutor: “El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

      El segundo comercial mostraba a una alpinista colgada de un arnés y sostenida por un cabo a más de mil metros de altura en un empinado peñasco rocoso en medio de una cadena montañosa. De repente, sin previo aviso, cientos de rocas se desprenden del risco y comienzan a caer ladera abajo a gran velocidad. La intrépida alpinista logra eludir los primeros desprendimientos de rocas, pero una nueva andanada más furiosa que la anterior la golpea con dureza en el casco, en los hombros, en los brazos y le arrebatan de su cintura las cuerdas, las cintas y los alicates. Su vida pende de un hilo, literalmente. El desplazamiento también arrastra árboles, ramas, lodo y todo lo que encuentra en su camino que multiplican el golpeteo incesante de las rocas. La situación se torna dramática. Parece no haber escapatoria. Al límite de sus fuerzas y a punto de desvanecerse vemos que inesperadamente un avezado rescatista desciende de la cumbre para socorrerla. Al llegar a su lado, en lugar de encordarla a sus propios anillos para sujetarla e iniciar el ascenso, le suelta una urna y asciende con extrema destreza eludiendo el alud de rocas que sigue cayendo. Con las pocas fuerzas que no le sobran extrae de su bolsillo una boleta de Salvaje Arregui y la inserta en la urna. Inesperadamente el alud comienza a ceder, las rocas se disipan, el lodo caudaloso se solidifica y la calma vuelve a renacer. La alpinista recobra fuerzas y comienza a ascender con suma agilidad haciendo cumbre rápidamente en la montaña. En ese momento escuchamos la voz del locutor: “El 30 de octubre declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

      La campaña de gráfica apuntalaba aún más al concepto: ¡abolamos la pobreza! “El 30 de octubre, declará tu independencia”. ¡Abolamos el analfabetismo! “El 30 de octubre, declará tu independencia”.

      ¡Abolamos el desempleo! “El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador de la provincia de Buenos Aires.

      Las luces de la sala se encendieron tenuemente mientras un silencio intranquilo y entrecortado por bruscos suspiros de resignación se apoderó de la sala. Rufino y los gemelos Salvador quedaron expectantes aguardando las primeras impresiones de Salvaje y sus dos colaboradores en comunicación. Era evidente que habían quedado aletargados, como el peatón que distraídamente arremete a cruzar las vías del tren y queda en estado vegetativo al oír a pocos metros de distancia el bocinazo de una locomotora. Una mezcla rara de desorden y fascinación se daba de bruces en su interior adoleciendo de un ganador aparente.

      —Necesito un tiempo para reincorporarme —suplicó Salvaje arqueando las cejas, mientras se abalanzaba a un vaso de agua que actuaba más de salvavidas que de agua, mientras se rascaba la cabeza como buscando remover sus ideas—. Qué se yo, Rufino, me imaginaba algo más formal y prudente. Me parece