Miguel Tornquist

Ladrón de cerezas


Скачать книгу

hablar de los arquetipos?

      —No.

      —Los arquetipos o “inconsciente colectivo” son imágenes arcaicas que se transmiten de generación en generación, que existen eternamente en el inconsciente de los hombres y que son comunes a toda la humanidad. Este hallazgo fue descubierto por el médico psiquiatra y psicólogo Carl Gustav Jung (1875-1961), quien fue colaborador de Freud y profundizó sobre la interpretación de los sueños, enfocándose sustancialmente en lo visual y no en lo discursivo. Los arquetipos se manifiestan simbólicamente a través de los sueños y en contenidos encubiertos en leyendas, cultos y mitos de todas las culturas. Sin distinción de raza, sexo, edad, nivel socioeconómico o religión son inconscientemente atractivos para todos los seres humanos en el mundo: héroes, villanos, inocentes, magos, rebeldes, reyes, bufones, protectores, aventureros, genios o sabios, entre muchos otros. Nadie puede escapar a los tentáculos arquetípicos, salvo mediante una aneurisma o un grado elevado de locura. Se trata de una transición cognitiva que nos viene heredada de generación en generación. Jung, a diferencia de Freud, creía que el inconsciente de la mente de un niño iniciaba ya provista de conocimientos y experiencias absorbidas por las generaciones que lo precedieron. Así como evolucionan las especies de Darwin también evoluciona el cerebro humano. Esa información se encuentra reprimida en nuestro inconsciente y la vamos elevando a lo consciente a medida que nuestra vida evoluciona y nos enfrentamos a nuestras propias experiencias.

      —Tómense un tiempo y vuelvan a leer el párrafo anterior. Háganme el favor —suplicó Rufino al lector.

      —¿Sería algo así como democratizar la dictadura del inconsciente? —se despachó Salvaje, enderezándose la espalda y haciendo sonar el tronco encefálico del cerebro.

      —Ese razonamiento demuestra que no tenés goteras en el cielorraso —lo condecoró Rufino.

      —Siempre me interesó explorar sobre los mitos y las leyendas que nos remueven la consciencia y la percepción de la realidad.

      —Justamente no se enfrenta a los mitos y a las leyendas a través de lo consciente porque dejarían de ser mitos y leyendas para convertirse en realidades.

      —El hombre es multitud de antepasados, decía un tal Borges.

      —Hablando de Borges seguramente has oído hablar de Freud —preguntó Rufino.

      —¿Qué tiene que ver Borges con Freud?

      —Que los dos se sentaban bajo el paraguas del razonamiento.

      —Eso sí.

      —Freud consideraba a Jung como su sucesor. De hecho, hizo el intento de delegarle la conducción del psicoanálisis. Pero en este punto de la consciencia pensaban exactamente lo opuesto, ya que Freud se inclinaba en suponer que el inconsciente de un niño viene desprovisto de cualquier tipo de información y que comienza a desarrollarse a través de sus vivencias y de la identificación con sus padres de quienes aprende lo que está permitido y lo que no se puede hacer. Y a medida que vive sus experiencias va desarrollando una serie de mecanismos de defensa como la represión o la negación destinados a impedir que lo dominen los deseos prohibidos, trasladando al inconsciente todo aquello que le genera malestar o infelicidad. De allí surge el psicoanálisis freudiano que a través de la palabra lleva lo inconscientemente reprimido a lo consciente con el objetivo de hallar la cura de los pacientes mediante la palabra. En contrapartida, Jung pensaba que solo se reconoce a la gente por su comportamiento y no por como dice que se comporta. Y los arquetipos son una verdad eterna imposible de ocultar a través de la palabra.

      —¿Y por qué motivo pensaban tan distinto, siendo que Freud consideraba a Jung como su sucesor?

      —Existen varias hipótesis al respecto. La mía se basa en el supuesto de que la religión cristiana se manifiesta a través de las imágenes, de lo visual: la cruz, el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, la Virgen María, los apóstoles. Cualquiera puede entender que Jung, al ser un hombre profundamente religioso y venerador del cristianismo, se inclinara por la contemplación más que por lo discursivo. En cambio, Freud, como judío ortodoxo, se manifestaba a través de la palabra, de lo escrito. A mi manera de ver este pudo haber sido un punto de desencuentro entre ambos genios. Aunque también es cierto que en su famoso libro La interpretación de los sueños, Freud presentó su óptica sobre la relación entre los sueños y el inconsciente y advirtió que el sueño era la realización “disfrazada” de un deseo reprimido. Jung, por su parte, desafió la conclusión de Freud y se inclinó hacia una interpretación místico-simbólica de los sueños que no conciliaba con el empirismo científico de Freud. Jung descubrió los arquetipos, y digo descubrió, no concibió, ya que siempre estuvieron allí, ocultos detrás de los inicios de la humanidad. Pero solo un hombre con la lucidez de Jung los pudo imaginar e interpelar.

      Salvaje desactivó su celular y lo dejó a un lado. Acababa de escuchar un argumento tan lógico dicho por una persona tan ilógica y sustentado desde una teoría tan práctica que tal vez su entomofóbico amigo, en teorías psicoanalíticas y motivaciones humanas, lo acababa de dejar del tamaño de una hormiga.

      En ese preciso instante, la secretaria de Salvaje los interrumpió para informarle que su próxima visita lo estaba aguardando en la sala de recepción; se trataba del licenciado Mariano Menéndez, mejor conocido como el Clavo, asesor en comunicación del Partido Republicano.

      —Por favor, dígale que me aguarde unos minutos —dijo Salvaje.

      —Igual yo ya me estaba yendo —se adelantó Rufino incorporándose de la silla.

      —Te podés ir si querés, pero mejor que te quedes un poco más. Una conclusión como esa no puede dejarse por la mitad —reflexionó Salvaje que comenzaba a respetar al extravagante ejemplar.

      —Bueno, aún nos quedan unos minutos, además tengo una pila de cosas que contarte sobre los arquetipos.

      —A decir verdad, por favor dígale al licenciado Menéndez que regrese otro día.

      —Así lo haré —respondió su secretaria mientras se evaporaba como el whisky escocés que aun derretía los hielos.

      —¿Y cómo aplican los arquetipos a la comunicación política? —quiso saber Salvaje.

      —No sé, no tengo idea —dijo Rufino sin ruborizarse.

      —¿Cómo que no sé?

      —Rara vez se han aplicado los arquetipos a la comunicación política, al menos que yo sepa. En cambio, las marcas comerciales los utilizan todos los días de una manera tan sencilla que da bronca. Se posicionan en territorios arquetípicos y construyen su imagen con consistencia y determinación respetando una misma personalidad de marca que difícilmente sea modificada en el ciclo de vida del producto.

      ”Pensemos, por ejemplo, en el emblemático caso de Coca-Cola. Se trata de una bebida sin alcohol que bajo una mirada estrictamente racional es absolutamente perjudicial para la salud; contiene altos niveles de azúcar y su viscosidad oscura tampoco ayuda demasiado. Sin embargo, es la bebida más consumida del mundo después del agua. ¿Sabés cuál es la verdadera fórmula mágica de Coca-Cola?

      —Alguna vez leí que se trataba de una combinación entre azúcar, extracto de vainilla, jugo de limón y cáscara de naranja, aunque nadie lo sabe a ciencia cierta. Me imagino que justamente por eso se conoce como fórmula mágica —reflexionó modestamente Salvaje.

      —La inocencia —dijo Rufino—, la inocencia es la verdadera fórmula mágica de Coca-Cola. Desde hace años se posicionó en ese territorio arquetípico y jamás se apartó de él ni modificó su tono de comunicación naif, ingenuo, cándido, crédulo y absolutamente carente de maldad.

      —¿Inocencia? —preguntó intrigado Salvaje.

      —Inocencia —insistió Rufino—. A la hora de analizar su comunicación podrás observar que irremediablemente gira siempre sobre los mismos ejes de narración. En sus inicios, la marca se apropió de la imagen angelical de Papá Noel y como corolario tuvo la genial idea de vestirlo de color Coca-Cola. Según cuenta la leyenda