Miguel Tornquist

Ladrón de cerezas


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      —No te sigo.

      —Tal como te comenté anteriormente, todos los seres humanos en el mundo nos sentimos inconscientemente atraídos por seres inocentes. Soñamos con ellos, nos magnetizan como una calamita, no lo podemos evitar.

      —Yo no sueño con inocentes, ni con niños, ni con ositos de peluche.

      —Los sueños arquetípicos no son así de literales. No soñamos con inocentes, pero soñamos con actos crédulos; no soñamos con Batman o Superman, pero soñamos con actos heroicos; no soñamos con la reina de Inglaterra, pero soñamos con castillos medievales; no soñamos con el papa Francisco, pero soñamos con actos de fe. Todo es cuestión de interpretación.

      Unos años atrás se desarrolló un estudio que se mantuvo tan oculto como el sexto evangelio en la Iglesia católica donde se reafirmaba que una persona tomando una Coca-Cola se encontraba mejor predispuesta a realizar la buena acción del día.

      —No me subestimes, por favor —dijo escépticamente Salvaje.

      —Lo podés comprobar por vos mismo. La próxima vez que te sientes en un bar prestá atención al comportamiento de una persona tomando Coca-Cola. Te sorprenderá advertir que su semblante se torna alegre, animado y optimista. Así de poderosos son los arquetipos porque son capaces de transformar conductas humanas.

      —A mí no me ha ocurrido nunca —replicó Salvaje.

      —Que no te haya ocurrido no significa que no ocurra.

      —Sinceramente no puedo concebir la idea de que el arquetipo inconsciente de una marca movilice a una persona a ejercer un acto reflejo de bienestar. Por favor, las personas son infinitamente más racionales que eso. Todo lo hacen de manera consciente. Sus actos tienen un motivo empírico. Siempre fue así.

      —¿Por qué decoramos árboles de Navidad? —lo frenó en seco Rufino mientras se paseaba con los brazos cruzados sobre el pecho.

      —¡Eh! Eso que tiene que ver.

      —¿Por qué esperamos a los Reyes Magos con una canastita con pasto y un recipiente repleto de agua?

      —Eso qué tiene que ver —repitió Salvaje.

      —Los arquetipos no necesitan volverse conscientes para ejercer el “motor de la consciencia”. Los arquetipos están en el inconsciente, y es en el único lugar donde están. Si como vos decís, todo es racional en el ser humano explicame la lógica de estas costumbres. Existen miles de acciones que los seres humanos realizamos de manera inconsciente. Lo hacemos simplemente como un acto reflejo y como efecto de una herencia cognitiva cultural. No nos preguntamos por qué, simplemente lo hacemos, y trasladamos la costumbre a las nuevas generaciones ¿Por qué regalamos huevos de chocolate en Pascua? ¿Por qué decoramos esos huevos? ¿Por qué el ratón Pérez se lleva los dientes de los niños? ¿Alguna vez te pusiste a pensar por qué muchas veces la primera palabra que sale de la boca de un bebé es Coca en lugar de mamá o papá? ¿Alguna vez observaste un niño de pocos años señalando la M de McDonald’s? ¿Cuál es el motivo inconsciente que los hace actuar de esta manera?

      El escritor Julio Cortázar se refirió al tema al explicar su proceso de pensamiento al escribir su novela Los reyes, que acentuaba su mirada sobre mitología griega sin haber tenido ningún tipo de conocimiento profundo sobre el tema. Y dio la razón a Jung y a su teoría de los arquetipos en el sentido de que existe una memoria cognitiva de los antepasados, donde a modo de ejemplo, un archibisabuelo suyo que vivió probablemente en Creta 4000 años antes de Cristo, a través de los genes y de los cromosomas, transfiere una información y uno comienza a escribir un cuento o una novela que corresponde a su tiempo y no al tuyo.

      —En plan de confesar excentricidades he de reconocer que los seres humanos cometemos innumerables actos inconscientes —balbuceó Salvaje con una mezcla de resignación y sumisión—. Con esa premisa deberíamos identificar qué tipo de motivación podría ejercer el acto involuntario de una persona a la hora de emitir su voto por determinado candidato.

      —Lo primero que tengo para decirte es que ninguna persona en su sano juicio votaría a un candidato de manera involuntaria —dijo Rufino.

      —Vos sos o te hacés, che, me acabas de convencer de todo lo contrario.

      —Coca-Cola es la bebida más consumida en el mundo porque es putísimamente rica. Si no lo fuera, la gente no la tomaría por más halo de inocencia que la envuelva. Pero a la hora de elegir entre Coca-Cola y Pepsi-Cola se quedan con la primera porque los estímulos inconscientes refuerzan los criterios racionales de elección.

      Pensamientos inflamados de oscilaciones sobrevolaban por la mente de Salvaje.

      —En primer lugar, los ciudadanos deben coincidir con tu ideología política —continuó Rufino—, recién después te van a entregar su voto. Lo interesante es que entre candidatos parecidos los arquetipos comienzan a hacer girar los engranajes para un lado o para el otro.

      —¡Me cago en tu lógica! —exclamó Salvaje solidarizándose con las nobles particularidades del idioma español que nos concede la posibilidad de alabar insultando.

      —Los arquetipos tiran por la borda aquellas máximas de los textos de marketing que promueven la identificación dirigiéndose a las personas en su propio lenguaje. En cambio, los arquetipos promueven la acción contraria porque las personas se identifican con marcas que les brindan justamente lo que ellos no tienen, o creen no tener. ¿Cómo se explica que las motos Harley-Davidson se hayan convertido en una insignia norteamericana? Una marca que promueve el arquetipo del villano y es aprobada por miles de personas decentes que todas las mañanas les preparan el desayuno a sus hijos y le sirven la leche al gato. No la aprueban por ser villanos, sino precisamente porque no lo son, aunque de vez en cuando quisieran serlo para alimentar el diablo interno que todos tenemos oculto.

      —A mí me da toda la sensación de que los motoqueros que conducen una Harley-Davidson son efectivamente los chicos malos de la película.

      —Inconscientemente estás representando el típico estereotipo del motoquero gordo, barbudo, feo y malo que arrastra sus botas texanas contra el suelo polvoriento, vistiendo tachas y camperas de cuero color noche privada de estrellas. Al experimentar la sensación de maniobrar una Harley, muchos absorben su posicionamiento y cualquiera puede comprender que la mayoría de ellos son gentes de alta alcurnia: profesionales, médicos, abogados o ingenieros que cuentan con un pasar económico lo suficientemente holgado como para acceder a una moto que cuesta un ojo de la cara. La cuestión es que son los malos de la película arriba de una Harley, pero debajo de ella, colorean con tizas de colores pececitos en la vereda para sorprender a sus hijos al regresar de la escuela.

      Unos soliloquios de ideas encontradas se perdían en el razonamiento anoréxico de Salvaje.

      —Cuesta verse representado por un candidato político que busque posicionarse en el arquetipo del villano —afirmó Salvaje.

      —Seguramente sería su certificado de defunción —coincidió Rufino.

      Difícilmente alguien votaría arquetipos relacionados con villanos, vampiros, viudas negras, saboteadores, ladrones de guante blanco o lobos en piel de cordero; al menos en nuestra cultura occidental.

      —Es relativo. En política sobran candidatos que se victimizan para dar lástima y de esa manera obtener votos —lo contradijo Salvaje.

      —La paradoja de quien se victimiza es que lo que realmente genera no es lástima, sino bronca —lo corrigió Rufino sacándole punta a la lengua.

      —¡Es así! Eso no lo vamos a discutir.

      —Lo que vale la pena es enfocarnos en arquetipos eficaces, en imágenes inconscientes activas y vivas, que al igual que los instintos, influyan en el pensamiento y el sentir de cada persona. Al mundo le sobran adjetivos y le faltan verbos. Es hora de arremangarnos y poner manos a la obra.

      A este tipo le brilla la estrella Sirio dentro del mate, pensó Salvaje mientras se secaba la frente con la manga de la camisa.

      —Y