Miguel Tornquist

Ladrón de cerezas


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políticos no somos marcas —reflexionó sagazmente Salvaje. Puede resultar relativamente sencillo imbuir a una marca de personalidad, pero con una persona…

      —Agudo comentario —lo premió Rufino—, pero cada cosa en su lugar y cada lugar en su cosa. Las marcas son incapaces de hablar, ver y escuchar: Solo pueden comunicarse a través de su comunicación. En cambio, las personas tenemos una boca, dos ojos y dos oídos, aunque habitualmente no respetamos esas proporciones innatas que Dios nos dio. Durante nuestra vida nos atraviesan la gran mayoría de los arquetipos; aterrizamos al mundo como inocentes, pero despegamos como sabios; en nuestra primera infancia pasamos de bufones a rebeldes en un adolescente salto al vacío. Y después nos transformamos en héroes que encauzan su vida y cargan de pólvora sus primeras armas. Nos convertimos en protectores al nacer nuestros hijos… y ahí vamos, acomodándonos a las diversas etapas de nuestra vida. Ese razonamiento es bastante simple, aunque la complejidad humana radica en que a una persona, en una misma semana, la pueden invadir cientos de arquetipos al mismo tiempo; los lunes podemos sentirnos alquimistas que convierten en oro todo lo que tocan, pero los martes el oro se transforma en mirra y debemos arrastrarnos como mendigos en busca de algo de pan y circo, y los miércoles el mendigo se viste de seda y terciopelo y se consagra rey, y los jueves el rey apoya la espada en su hombro y se autoproclama caballero, pero los viernes el autoproclamado caballero es herido en combate y se inmortaliza como un héroe que riega la tierra con su propia sangre y los sábados se convierte en activista que interpone su cuerpo entre los buques balleneros y las ballenas para detener la matanza. Y los domingos… ni siquiera los domingos descansamos.

      —Bichos raros somos los humanos —concedió pensativo Salvaje.

      —Lo más curioso es que cada persona viene con un manual de fábrica que predomina sobre los otros al que denominamos arquetipo primario. Para ejemplificar: Donald Trump es más villano que héroe, pero George Patton es más héroe que villano; Cristiano Ronaldo es más rebelde que mago, pero Messi es más mago que rebelde. ¿No se te ocurrió pensarlo alguna vez?

      —Donald Trump es un villano que intentó construir un muro divisorio contra el pueblo mexicano.

      —Hay que construir el muro, pero alrededor de Trump —observó Rufino.

      —Está piantado ese tipo.

      —El secreto está al alcance de la mano, solo hay que saber dónde tocar. Una vez detectado el arquetipo primario se esparce como una regadora de agua en el verde césped de los medios masivos, en redes sociales, en el mundo digital, en notas periodísticas, en discursos y hasta en la vestimenta, el sentir y la manera de hablar del candidato. Nada debe quedar librado al azar. Todo debe construir una imagen coherente y consistente.

      —¿Y vos me garantizás que siguiendo la lógica de los arquetipos voy a ganar la elección?

      —Qué se yo, no soy vidente, no hago futurología. Ya me he explayado bastante acerca de que los arquetipos no han sido utilizados a nivel político, pero creo en la razón y en el sentido común y no me someto ante nada más que ello. No te puedo garantizar la victoria. Lo que sí te puedo garantizar es una mejora sustancial en comparación a las dos elecciones anteriores.

      —¿Vos trabajarías para cualquier candidato?

      —No.

      —¿Por qué no? Trabajás para cualquier marca, podrías trabajar para cualquier candidato.

      —Ese razonamiento es tan absurdo como ver a un dominicano veraneando en Mar del Plata.

      —Mira que los casinos convocan…

      —Hay una pequeña pero gran diferencia. Una marca, un producto e incluso un servicio se pueden comprar, probar y abandonar, pero a un presidente no se lo puede desechar en el cesto de la basura como a una lata de atún o a una pelusa del armario. Su fecha de vencimiento es de cuatro años como mínimo, con la eventualidad de cuatro años más, tiempo suficiente para pudrirnos como sociedad.

      —¿Con qué candidatos trabajarías?

      —Solo con aquellos con los que comparto su ideología política y considero capaces y con buenas intenciones.

      —¿Vos compartís mi ideología política?

      —Sí.

      —¿Y pensás que soy capaz y con buenas intenciones?

      —El tiempo dirá… Pero estoy seguro de que algo bueno puede salir de todo esto.

      —Antes de poner el gancho, necesito pispear algo de mi arquetipo, un adelanto de mi territorio de comunicación —suplicó Salvaje como el perro debajo de la mesa que espera que le caiga un hueso.

      —Para poder anticipar el arquetipo preciso de una extensa conversación con vos.

      —¡Necesito un anticipo para poder confiar! —se ofuscó Salvaje.

      —Yo también necesito un anticipo para poder confiar, pero de honorarios.

      —¿Cuánto vale tu trabajo?

      —¿Cuánto vale que te conviertas en gobernador de la provincia de Buenos Aires?

      —Mucho.

      —Mi trabajo también. Son cien mil dólares. Los primeros cincuenta mil adelantados y el saldo al finalizar la elección. Además, voy a resultado. Por lo tanto, de ganar en las urnas mis honorarios se duplican.

      —Y de perder en las urnas tus honorarios se reducen a la mitad —replicó Salvaje que no se amilanaba frente a una negociación.

      Por unos segundos, Rufino quedó en silencio, petrificado y absolutamente abstraído de la escena. Había algo que lo empujaba a aceptar, pero había algo que lo detenía. No podía deducirlo en ese momento, pero un escalofrío en los nervios de la espalda le daba mala espina. Rufino se tomó todo el tiempo para pensar que es siempre el tiempo mejor invertido. Encendió un cigarrillo y se inclinó hacia adelante apoyando sus codos en las rodillas.

      —No sé por qué, pero voy a aceptar.

      —Lo aceptás porque necesitás un conejillo de Indias que compruebe que tu teoría funciona a nivel político. Yo estoy dispuesto a prestarme a ello, siempre y cuando vos asumas el riesgo conmigo.

      A Rufino le gustó más bien poco el razonamiento de Salvaje, pero sabía que estaba en lo cierto. Era bueno acumular pruebas tangibles de la efectividad de los arquetipos en ámbitos alejados a las marcas. Pero lo que en realidad lo atemorizaba era terminar él como conejillo de Indias, o como rata de laboratorio. Podía ser una tragedia.

      Alas invisibles

      La entrevista entre Rufino y Salvaje se llevó a cabo en un café Starbucks enclavado en la esquina de avenida de Mayo y Luis Sáenz Peña, a metros de la Plaza del Congreso, famosa por sus habituales e innumerables manifestaciones populares.

      —Podrías haberme convocado en un sitio algo menos transitado y más alejado del caos de la ciudad —se quejó Salvaje visiblemente contrariado.

      Por algún motivo, andar por la vida de saco y corbata es sinónimo de respetabilidad y circunspección. Y Salvaje vestía esa solemnidad que contrastaba con la informalidad de los manifestantes.

      —Nada mejor que una manifestación socialista para que el futuro gobernador de la provincia de Buenos Aires oiga de primera mano los reclamos de la gente, —respondió Rufino desentumeciendo el mal humor matutino de Salvaje.

      —¿Cómo podés estar tan seguro de que se trata de una manifestación socialista?

      —Porque la multitud se desplaza desde la avenida San Juan hacia el Obelisco.

      ”En cambio, si se tratara de una manifestación capitalista, la multitud se desplazaría desde la avenida del Libertador hacia el Obelisco. Es increíble cómo un simple cambio de dirección fracciona la sabiduría popular.

      Salvaje se mantuvo en silencio mientras bebía su café Gold Coast blend y observaba a los manifestantes con pancartas en las