Carmen María Montiel

Identidad robada


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sido la reina de la escuela? Si hubiese llegado a ser Miss Estados Unidos mi vida sería diferente y, como ella, viajaría en primera clase. ¡Y no estaría aquí, entre estas cuatro paredes sucias! No en este trabajo aburrido y con este conjunto negro, viejo, barato y feo. Si al menos hubiese logrado el reconocimiento de la agencia y estuviera en un mejor puesto, luchando contra el terrorismo o en Washington…”, pensaba, a pesar de no haber estado nunca entre los mejores de su clase.

      Seguía investigando, porque quería encontrar más a como diera lugar. Pero lo que encontró fue que el avión, además de haberse regresado por mal tiempo, tenía la gasolina justa para llegar a Bogotá. Y el mal tiempo había sido un factor determinante para cambiar la ruta.

      Eso pudo confirmarlo cuando verificó que, horas más tarde, cuando el avión trató de regresar a Bogotá, fue devuelto de nuevo porque el mal tiempo continuaba. Todo eso de manera automática anulaba los cargos, pero ella estaba decidida a entablar un proceso a partir de aquel incidente a como diera lugar. Total, no tenía nada más que hacer. Era un día igual a otro cualquiera.

      Llamó a Colorado para buscar más información. Llamó también al esposo, quien, para su sorpresa, cooperó de una manera más que diligente y no hizo otra cosa que suministrar información negativa contra su esposa, tanta que era difícil creerle.

      El marido de aquella mujer estaba interesadísimo en ayudar a la agente. Le suministró información que no había en ninguna otra parte. ¿Era cierta o se trataba de inventos suyos? ¿Pero quién la iba a conocer mejor que él, que estuvo veintiocho años con ella? Como le señalara él mismo: “Mi esposa ha estado más tiempo conmigo que con sus padres, como suelo decirle incluso a ella”.

      La agente asumió que él sabría más que nadie y no consideró sospechosa su voluntad de ayudarla con tan negativa información. ¿No se suponía que, como marido, debía proteger a su esposa en las buenas y las malas?

      El tiempo comprobó cuán ineficientes son las autoridades, especialmente el FBI. Cómo es posible que una agente como ella no sospechara de un marido que estaba tratando de deshacerse de su esposa. Cómo no encontró que él tenía doble identidad en Venezuela; cómo no investigó el hecho de que una empleada del marido hubiera hecho uso de su número de registro de la DEA, sacado drogas y que él no la hubiera reportado, lo que lo convertía en su cómplice; tampoco averiguó cómo cambió la historia médica de un paciente al que mató al prescribirle un medicamento que estaba contraindicado. El Buró Federal de Investigación se dedicó, a través de aquella agente, a llevar a la cárcel a una madre inocente, mientras que terroristas de la talla de los hermanos Tsarnaev o de Omar Mateen, culpables de los atentados en Boston y Orlando, que cobraron las vidas de muchas víctimas, se hallaban en ese momento, a pesar de estar en la lista del FBI, organizando los ataques que pocos meses después se llevarían a cabo sin haber pasado por el radar del mejor servicio de inteligencia del mundo.

      Aquello era una muestra de las fallas, a todo nivel, cometidas por las autoridades. Otro caso similar fue el de una madre embarazada, encarcelada por disparar al techo para asustar a su victimario, el marido, que estaba forzando la entrada a su cuarto. Les tomó meses, a los movimientos de defensa de los derechos de la mujer, luchar por la libertad de esta madre.

      Las mujeres seguían siendo castigadas por defenderse de sus verdugos. Sin embargo, la decidida voluntad de cooperación de este marido contra su esposa no levantó las sospechas de la agente a cargo del caso; después de todo, servía para su propósito.

      Continuó con su investigación y se metió de lleno en las redes sociales de “la Reina”. Sí, la Reina: así la bautizó.

      Empezó a ver todo lo que estaba puesto en su muro. Leía cada comentario escrito por ella o por otros. Cada uno de ellos. Ya casi estaba a punto de cerrar la página cuando vio algo que le llamó la atención: “El presidente Obama es el Chávez de los Estados Unidos”. “¡Bingo!”, gritó para sí misma.

      Vio un poco más de Facebook y se fue a Twitter. En efecto, allí también estaba ese comentario. Aquella mujer lo había publicado varias veces en ambos medios. También tenía opiniones negativas en contra de Hillary Clinton. Era obvio que la Reina era conservadora. Pero en realidad no la podían juzgar por eso. No obstante, era una causal para la agente: aquella mujer estaba en contra del presidente de los Estados Unidos, así lo criticara por una verdad.

      Lo importante era que si la mujer terminaba en prisión, así fuera inocente, aquello significaría una promoción en la mediocre carrera de la agente. En realidad, no importaba lo ocurrido en ese avión. La palabra del Gobierno federal siempre estaba por encima de todo.

      Ese caso podría significar hasta un artículo en People Magazine, ya que sería el caso de una reina de belleza que se viene abajo; una reina de belleza del país con las mujeres más bellas del mundo, el país con más coronas internacionales.

      Era casi imposible ganar un caso en contra de los Estados Unidos. El Gobierno federal suele perder menos del dos por ciento de los casos. Era una batalla tan injusta que la mayoría de las personas preferían llegar a un acuerdo y declararse culpables de cargos menores antes que enfrentarse a Goliat, pensaba la agente para sus adentros.

      CAPÍTULO 7

      Mi hija, víctima durante dos meses

      En menos de dos meses recuperé a mi hija. ¡Pero ella llegó destruida!

      Mi hija mayor siempre fue un desafío. Desde niña tuvo una personalidad muy decidida, pero lo acontecido en los últimos años la había afectado a ella más que a los demás. Desde pequeña había sido una gran negociadora. Para ella un “no” no quería decir “no”. Simplemente significaba que había empezado la negociación.

      La llamaba “mi hija de setenta años de edad”. Tenía la sabiduría de una persona mayor, además de ser muy entretenida al hablar y de poseer una manera de ver las cosas que solo es propia de la gente madura. Sin embargo, había heredado la personalidad compulsiva, adictiva e impulsiva de su padre. Para ese entonces, yo ni siquiera sabía que mi esposo tuviera una personalidad adictiva. Solo pensaba que era impulsivo para algunas cosas.

      Nuestro divorcio había sido algo muy difícil de asimilar por Alexandra. Adoraba a su padre, tanto así que, cuando cumplió seis años, me pidió que el tema de su fiesta de cumpleaños fuera una boda con su papá.

      Soy de Venezuela y, para nosotros, las fiestas de los niños son acontecimientos grandes y muy bien orquestados. Tenemos temas para cada fiesta y todo está organizado tomando en cuenta hasta el mínimo detalle: decoración, manteles, piñatas, recuerdos, pastel, entretenimiento. Y esa fiesta de cumpleaños fue como haber organizado una miniboda. Mis amigas hasta lloraron, como si en realidad se hubiera tratado de un matrimonio.

      Para mi hija mayor, una niña de tan solo diecisiete años, era muy difícil entender de forma cabal quién era su padre o en lo que se había convertido. No lograba aceptarlo. Esperaba que volviera a ser el que había sido. Incluso para mí era difícil calibrar en quién se había convertido. En definitiva, no era el hombre de quien me había enamorado.

      Cuando estaba enfadada con él, mi hija pasaba por períodos en los que no quería dirigirle la palabra. Le decía en su cara lo que no le gustaba acerca de la situación o de él mismo. Pero lo amaba como padre. Y su cambio la hacía sentir como que la había dejado de querer. Ella solo era una adolescente que estaba tratando de entender y que estaba enfrentando demasiado. Para ella, las cosas eran tan simples como un: “Mi papá no me quiere. ¿Por qué?”. “¡No me quiere, mami!”, me dijo un día, llorando de una manera que le partía el alma a cualquiera. Lloraba desconsoladamente. Siempre pensó que el amor de su padre sería incondicional. Nunca esperó que sucediera lo que ocurrió. ¿O sería que su padre nunca la amó?

      Después de dos meses de no hablar con su papá, al lograr yo que el tribunal lo sacara de la casa y tanto ella como su hermana estar felices y en paz por la decisión que yo había tomado, Alexandra fue a verlo porque necesitaba dinero, o quizá porque simplemente lo extrañaba. Decidió llevar a su hermano y hermana a cenar con él. Para ese