Norman L. Geisler

No basta mi fe para ser ateo


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podría haber estado gritándole a todo Estados Unidos en lugar de a Cruise, porque parece que muchos en nuestro país no pueden manejar la verdad. Por un lado, exigimos la verdad en prácticamente todas las áreas de nuestras vidas.

      Por ejemplo; exigimos la verdad a:

      • Seres queridos (nadie quiere mentiras de un cónyuge o un hijo).

      • Doctores (queremos recibir la medicina correcta y que se nos realicen las cirugías correctas).

      • Corredores de bolsa (exigimos que nos digan la verdad sobre las empresas que recomiendan).

      • Tribunales (queremos que condenen solo a los verdaderamente culpables).

      • Jefes (queremos que nos digan la verdad y nos paguen de manera justa).

      • Aerolíneas (exigimos aviones seguros y pilotos capacitados y sobrios).

      También esperamos que nos digan la verdad cuando tomamos un libro de referencia, leemos un artículo o vemos una noticia; queremos la verdad de los publicitas, los maestros y los políticos; asumimos que las señales de tránsito, los botes de medicinas y las etiquetas de los alimentos señalan la verdad. De hecho, exigimos la verdad para casi todas las facetas de la vida que afectan nuestro dinero, nuestras relaciones, nuestra seguridad o nuestra salud.

      Por otro lado, a pesar de nuestras inquebrantables exigencias de la verdad en estas áreas, muchos de nosotros no estamos interesados en la verdad cuando se trata de la moralidad o la religión. De hecho, muchos rechazan rotundamente la idea de que cualquier religión pueda ser verdadera.

      Aquí hay una gran contradicción. ¿Por qué exigimos verdad en todo menos en moralidad y religión? ¿Por qué decimos, “eso es cierto para ti, pero no para mí”, cuando hablamos de moralidad o religión, pero nunca pensamos en esta necedad cuando hablamos con un corredor de bolsa sobre nuestro dinero o un médico sobre nuestra salud?

      Aunque pocos lo admitirían, nuestro rechazo de la verdad religiosa y moral a menudo se basa en motivos de la voluntad en lugar de motivos intelectuales: simplemente no queremos rendir cuentas a ninguna norma moral o doctrina religiosa. Así, aceptamos ciegamente las afirmaciones falsas, pero políticamente correctas, de intelectuales que nos dicen que la verdad no existe; todo es relativo; no hay absolutos; todo es una cuestión de opinión; no deberías juzgar; la religión se trata de fe, no de hechos. Quizás Agustín tenía razón cuando declaró que amamos la verdad cuando nos ilustra, pero la odiamos cuando nos acusa. Quizás no podemos aceptar la verdad.

      Para resolver nuestra esquizofrenia cultural, debemos abordar cuatro preguntas sobre la verdad:

      1. ¿Qué es la verdad?

      2. ¿Se puede conocer la verdad?

      3. ¿Se pueden conocer las verdades sobre Dios?

      4. ¿A quién le importa la verdad?

      Cubriremos estas preguntas en este capítulo y el siguiente.

      ¿Qué es la verdad? La verdad sobre la verdad

      ¿Que es la verdad? De manera simple, la verdad es “decir lo que es”. Cuando el gobernador romano Pilato le preguntó a Jesús “¿Qué es la verdad?”, hace casi 2,000 años, no esperó a que Jesús respondiera. En cambio, Pilato inmediatamente actuó como si supiera al menos algo sobre la verdad. Con respecto a Jesús, declaró: “no hallo en él ningún delito.” (Juan 18:38). Al exonerar a Jesús, Pilato “dijo lo que es”.

      La verdad también se puede definir como “lo que corresponde a un objeto” o “lo que describe el estado real de las cosas”. El juicio de Pilato era verdadero porque coincidía con el objeto; describió un estado exacto de las cosas. Jesús realmente era inocente.

      Al contrario de lo que se enseña en muchas escuelas públicas, la verdad no es relativa, sino absoluta. Si algo es cierto, es cierto para todas las personas, en todo momento, en todos los lugares. Todas las afirmaciones de verdad son absolutas y exclusivas. Solo piensa en la afirmación “todo es verdad”. Es una afirmación absoluta y exclusiva. Excluye su opuesto (es decir, señala que la afirmación “todo no es verdadero” es incorrecta). De hecho, todas las verdades excluyen a sus opuestos. Incluso las verdades religiosas.

      Esto quedó cómicamente claro cuando hace algunos años yo (Norm) debatí al humanista religioso Michael Constantine Kolenda. De los muchos ateos con los que debatí, él fue uno de los pocos que realmente leyeron mi libro Christian Apologetics [Apologética cristiana] antes del debate.

      Cuando fue su turno de hablar, Kolenda levantó mi libro y declaró: “Estos cristianos son personas con mentes muy cerradas. Leí el libro del Dr. Geisler. ¿Sabes lo que él cree? ¡Él cree que el cristianismo es verdadero y todo lo que se opone a él es falso! ¡Estos cristianos son personas muy cerradas!”.

      Bueno, Kolenda también había escrito un libro que leí antes del debate. Se titulaba Religion Without God [Religión sin Dios] (¡que es como un romance sin cónyuge!). Cuando fue mi turno de hablar, levanté el libro de Kolenda y dije: “Estos humanistas son personas con mentes muy cerradas. Leí el libro del Dr. Kolenda. ¿Sabes lo que él cree? ¡Él cree que el humanismo es verdadero y todo lo que se opone a él es falso! ¡Estos humanistas son personas muy cerradas!”.

      La audiencia se rió entre dientes porque podían ver el punto. Las afirmaciones de la verdad humanista son tan estrechas como las afirmaciones de la verdad cristiana. Porque si H (humanismo) es verdadero, entonces cualquier cosa que se oponga a H es falso. Del mismo modo, si C (cristianismo) es verdadero, entonces cualquier cosa que se oponga a C es falso.

      Hay muchas otras verdades sobre la verdad. Éstas son algunas de ellas:

      • La verdad se descubre, no se inventa. Existe independientemente del conocimiento que alguien tenga de ella. (La gravedad existía antes de Newton).

      • La verdad es transcultural; si algo es cierto, es cierto para todas las personas, en todos los lugares, en todo momento (2+2=4 para todos, en todas partes, en todo momento).

      • La verdad no cambia aunque nuestras creencias sobre la verdad cambien. (Cuando comenzamos a creer que la tierra era redonda en lugar de plana, la verdad sobre la tierra no cambió, solo nuestra creencia sobre ella).

      • Las creencias no pueden cambiar un hecho, sin importar cuán sinceras sean. (Alguien puede creer sinceramente que el mundo es plano, pero eso solo hace que la persona se equivoque de forma sincera).

      • La verdad no se ve afectada por la actitud de quien la profesa. (Una persona arrogante no hace que la verdad que él profesa sea falsa. Una persona humilde no hace que el error que profesa sea verdadero).

      • Todas las verdades son verdades absolutas. Incluso las verdades que parecen ser relativas son realmente absolutas. (Por ejemplo, “Yo, Frank Turek, tuve calor el 20 de noviembre de 2003” puede parecer una verdad relativa, pero en realidad es absolutamente cierta para todos, en todas partes, que Frank Turek tuvo la sensación de calor ese día).

      En resumen, las creencias opuestas son posibles, pero las verdades opuestas no lo son. Podemos creer que todo es verdad, pero no podemos hacer que todo sea verdad.

      Esto parece bastante obvio. ¿Pero cómo lidiamos con la afirmación de que no hay verdad? Un par de personajes de dibujos animados pueden ayudarnos.

      La técnica del correcaminos

      Si alguien te dijera: “Tengo una idea que revolucionará por completo tu capacidad para identificar rápida y claramente las declaraciones falsas y las falsas filosofías que impregnan nuestra cultura”, ¿te interesaría? Eso es lo que vamos a hacer aquí. De hecho, si tuviéramos que elegir solo una capacidad de pensamiento como la más valiosa que hemos aprendido en nuestros muchos años de educación de postgrado y de seminario, sería esta: cómo identificar y refutar declaraciones autodestructivas. Un incidente en un reciente programa de radio demostrará lo que queremos decir con declaraciones autodestructivas.

      El anfitrión liberal del programa,