Hay además una edición on line, en http://bitflow.dyndns.org/german/KeilDelitzsch/ http://www.betanien.de/kd/Keil_Delitzsch_Band_11_Jesaja_1889.pdf.
Existe además traducción inglesa de James Martin, en dos volúmenes (Biblical Commentary on the Prophecies of Isaiah, T. T. Clark, Edinburgh 1884). Esa traducción había empezado a realizarse al año siguiente a la primera edición alemana (1867, en T.T. Clark, Edinburgh), y se fue adaptando a las ediciones posteriores, pero tomando al fin como base la tercera edición alemana (la del año 1879). Esa traducción, reeditada de forma definitiva en el año 1890 por T.T. Clark, Edinburgh, ha sido publicada de nuevo por la editorial Hendrickson, Peabody, 1996, de manera que muchísimos estudiantes y teólogos de lengua inglesa que la conocen). Hay además otras traducciones inglesas, como la de Samuel Rolles Driver (ed.), Biblical Commentary on the Prophecies of Isaiah / by Franz Delitzsch I-II (Clark’s Foreign Theological Library NS 42, 44; Edinburgh 1890) y la de James Denney, Biblical Commentary on the Prophecies of Isaiah / by Franz Delitzsch (Authorised translation from the third edition of Biblischer Commentar über den Propheten Jesaia, The Foreign Biblical Library, Hodder & Stoughton London 1891), con ediciones on line.
INTRODUCCIÓN
EN ESPECIAL A LA PRIMERA PARTE (Is 1-39)
1. El tiempo del profeta
El primer requisito para lograr un conocimiento claro y una plena comprensión de las profecías de Isaías es conocer su tiempo y los diferente períodos de su ministerio.
1. El primer periodo se sitúa en los reinados de Ozías (811-759 a.C.) y de Jotán (759-743). El punto de partida más preciso de este periodo depende del modo en que entendamos la narración de Is 6, 1-13. De todas formas, sea como fuere, Isaías comenzó su ministerio hacia el final del reinado de Ozías, y su acción se extendió a lo largo de los dieciséis años del reinado de Jotán. Los primeros veintisiete años (de los cincuenta y dos que duró el reinado de Ozías) coinciden con los últimos veintisiete del reinado de Jeroboam II (825-784 a.C.). Bajo el reinado de Joas y de su hijo Jeroboam II el reino de Israel atravesó un periodo de gloria externa que, tanto por su esplendor como por su duración, fue mayor que la alcanzada en cualquier período anterior, y ese mismo fue el caso en lo que respecta al reino de Judá bajo Ozías y su hijo Jotán.
Mientras desaparecía la gloria de un reino (Israel) crecía la del otro (Judá). El brillo del reino del Norte fue destruido y sobrepasado por el brillo del reino del sur. Pero el esplendor externo llevaba dentro de sí mismo el germen fatal de la decadencia y de la ruina, tanto en un caso como en el otro, porque la prosperidad degeneró en lujuria y la adoración de Yahvé se anquilosó en forma idolátrica. Fue durante este ultimo y más largo tiempo de prosperidad de Judá cuadro surgió Isaías, con su austera vocación de predicador penitencial sin éxito, de manera que él tuvo que anunciar de un modo consecuente el juicio del endurecimiento y de la devastación, del exilio y de la destrucción.
2. El segundo periodo de su ministerio se extendió desde el comienzo del reinado de Acaz hasta el comienzo del reinado de Ezequías. Durante esos dieciséis años sucedieron tres acontecimientos que se combinaron para suscitar un nuevo y calamitoso vuelco en la historia de Judá. En lugar de la adoración de Yahvé, que se había mantenido con regularidad material y rigor legal bajo Ozías y Jotán, tan pronto como Acaz subió al trono se introdujeron abiertamente formas diversas de idolatría, que resultaron abominables. En ese contexto se dieron las hostilidades, que comenzaron mientras vivía Jotán, y se mantuvieron en tiempos de Pécaj, el rey de Israel, y de Rezín, rey de Damasco (Siria).
En aquel tiempo, en la Guerra siro-efraimita, esos reyes lanzaron un ataque en contra de Jerusalén, con la intención confesada de terminar con el mando de la dinastía davídica. Acaz llamó a Tiglatpelasar, rey de Asiria, para que le ayudara en esta situación. De esta manera. De esa forma puso su defensa en la carne (en el poder del mundo), y vinculó de tal manea la nación de Yahvé con el “reino del mundo” de tal manera que de ahora en adelante nunca recobró ya de verdad su independencia. Ese reino o imperio del mundo era en aquel tiempo estado pagano bajo la forma de Nemrod (monarca de Mesopotamia, citado en Gen 10, famoso por su política de dominación violenta).
El “rey Nemrod”, representado por reyes de Asiria o Babilonia, era el rey violento y dominador por excelencia. Su intención perpetua era la de extender sus fronteras a través de constantes adiciones de tierras y reinos, hasta venir a convertirse en un coloso que abarcara el mundo entero; y para cumplir esa intención se iba extendiendo más o más, desbordando sus fronteras nacionales y amontando como una avalancha sobre las naciones extranjeras, no solamente por auto-defensa o venganza, sino también con el propósito de la simple conquista. Asiria y Roma fueron el primer y ultimo eslabón de esta cadena de opresiones de los reinos del mundo que se extendieron a lo largo de la historia de Israel. De esa manera, situado como estaba en el verdadero umbral de este nuevo y poderosísimo giro de la historia de su país, y contemplándolo con su mirada abierta hacia el futuro, Isaías fue, por así decirlo, el profeta universal de Israel.
3. El tercer periodo de su ministerio se extendió donde la coronación de Ezequías hasta el año quince de su reinado. Bajo Ezequías, Judá logró alcanzar casi la misma paz que había perdido previamente bajo el reinado de Acaz. Ezequías rechazó los métodos de su padre idólatra y restauró la adoración de Yahvé. Ciertamente, la mayoría del pueblo permaneció internamente igual (sin convertirse), pero Judá tenía una vez más un rey honrado, que escuchó la palabra del profeta, que estaba a su lado, de forma que ellos, rey y profeta, constituían las dos columnas del Estado, eran hombres poderosos en oración (2 Cron 32, 20).
Cuando más tarde se produjo el intento de romper el yugo de Asiria, tanto los dirigentes como la gran masa del pueblo, realizaron un acto de infidelidad contra Dios, un acto que se apoyaba sólo en la esperanza mundana que qllos ponían en la ayuda de Egipto, una confianza que había ocasionado ya la destrucción del Reino del Norte, en el año sexto del reinado de Ezequías. Pero en este contexto, el rey Ezequías realizó un acto de fe y de abandono confiado en Yahvé (2 Rey 18, 7).
De manera consecuente, cuando Senaquerib, sucesor de Salmanasar, marchó contra Jerusalén, conquistando y devastando la tierra al paso que avanzaba, y mientras Egipto no fue capaz de enviar la ayuda prometida, la desconfianza carnal (es decir, la falta de fe) de los líderes y de la gran masa del pueblo trajo consigo su propio castigo. Pero Yahvé evitó el extremo final de castigo, destruyendo el núcleo del ejército asirio en una única noche. De esa manera, lo mismo que en la Guerra siro-efraimita, Jerusalén como tal no fue nunca de hecho sitiada.
De esa manera, la fe del rey y de la parte mayor de la nación, que siguió confiando en la palabra de la promesa, fue recompensada. En esa línea se mantuvo aún firme, al menos en un plano, el poder divino en el Estado, que lo preservaba de la destrucción. El juicio futuro, que ciertamente, según Is 6, 1-13, nada podía evitar, fue aplazado por un tiempo, precisamente cuando, de un modo normal se había esperado el último golpe destructor. En este rescate milagroso, que Isaías había predicho y para el que había preparado el camino, culminó el ministerio público del profeta.
Isaías fue el Amós del reino de Judá, y tuvo la misma durísima vocación de predecir y de declarar el hecho de que había pasado ya el tiempo del perdón para Israel como pueblo y como nación. Pero él no realizó en el reino del sur un ministerio semejante al de Oseas; porque no fue Isaías sino Jeremías el que recibió la llamada solemne para acompañar el destino desastroso del reino de Judá con sus más fuertes denuncias proféticas; el Oseas del reino de Judá fue Jeremías. A Isaías se le dio el encargo, que fue rehusado a su sucesor Jeremías: el encargo de exponer una vez más, a través de su poderosa palabra, brotando de la hondura de su intenso espíritu de fe, la oscura noche que amenazaba con devorar a su pueblo en el tiempo del juicio asirio. A partir del año quince del reinado de Ezequías, él no tomó ya más parte en los acontecimientos públicos, pero vivió hasta el comienzo del reinado de Manasés, cuando, conforme a una tradición fiable, de la que hay una alusión