(2 Cron 28, 6-8)
Dado que el ejército judío contaba por aquel tiempo con trescientos mil soldados (2 Cron 25, 5; 26, 13), y la guerra se desplegó con la mayor violencia, estos datos no necesitan mirarse como espurios o exagerados. De todas formas, los números que el Cronista utilizó, partiendo de sus fuentes, contienen solamente una estimación aproximada de la enorme cantidad de pérdidas, una costumbre que se empleaba generalmente en aquel tiempo, incluso desde la perspectiva de Judá
A la sangrienta catástrofe siguió un acontecimiento muy hermoso y emocionante. Un profeta de Yahvé, llamado Oded (un contemporáneo de Oseas, hombre de espíritu muy fino) se plantó ante el ejército cuando volvía a Samaria y pidió a los vencedores que liberasen a los cautivos de su nación hermana, que habían sido terriblemente heridos por la ira de Dios, para alejar así la ira de Dios, que les amenazaba también a ellos. Cuatro nobles efraimitas, dirigentes de las tribus, cuyos nombres ha preservado el Cronista, apoyaron la amonestación del profeta:
Entonces el ejército dejó los cautivos y el botín delante de los príncipes y de toda la multitud. Y se levantaron los hombres nombrados, tomaron a los cautivos, y vistieron del botín a los que de ellos estaban desnudos; los vistieron, los calzaron, les dieron de comer y de beber, los ungieron y condujeron en asnos a todos los débiles, y los llevaron hasta Jericó, ciudad de las palmeras, cerca de sus hermanos; y ellos volvieron a Samaria (2 Cron 28, 14-15).
Sólo el más rudo escepticismo podría atreverse a difamar un episodio tan emocionante, cuya verdad resulta clara en sí misma. No es de hecho nada extraño que a una masacre tan horrible pudiera seguir una manifestación tan fuerte de amor fraterno, que había sido impedido a la fuerza (por la guerra), un amor que volvió a encenderse de nuevo por las palabras del profeta. Encontramos un texto más antiguo parecido a éste en la forma en que Semaias evitó una guerra fratricida, tal como se describe en 1 Rey 12, 22-24.
En esta línea, cuando el Cronista viene a observar que “en aquel tiempo Acaz se volvió pidiendo ayuda a la casa real de Asiria (rWVßa; ykeîl.m;-l[;; cf. 2 Cron 28, 16), esto sucedió con toda probabilidad en el tiempo en que él sufrió dos severas derrotas, una a manos de Pécaj en el norte de Jerusalén, y la otra de manos de Rezín en Idumea. Estas dos batallas pertenecen al período que precede al asedio de Jerusalén, y la petición de ayuda a Asiria hay que situarla entre las luchas anteriores y el sitio de Jerusalén. En este momento, el Cronista menciona otros dos castigos que vinieron a caer sobre el rey por haberse alejado de Dios:
‒También los edomitas habían venido y atacado a los de Judá, y habían llevado cautivos (2 Cron 28, 17); esto sucedió probablemente cuando se estaba desarrollando la guerra siro-efraimítica, cuando los edomitas habían sacudido el yugo judío y recibieron a Rezín como su liberador, apoyando al rey sirio en contra de Judá en su propio territorio.
‒Por su parte, los filisteos invadieron la tierra baja (hl'äpeV.h;) y la zona del sur de Judá (bg<N<h;w>), y tomaron varias ciudades, seis de ellas expresamente nombradas por el Cronista, instalándose en ellas, “porque Yahvé había humillado a Judá por causa de Acaz, rey de Israel, por cuanto este había actuado con desenfreno en Judá y había pecado gravemente contra Yahvé” (2 Cron 28, 19).
Según Caspari, el momento en que los filisteos rompieron el dominio judío ha de situarse en el tiempo de la guerra siro-efraimítica. El lugar que ocupa 2 Cron 28, 18, en la sección que va de 2 Cron 28, 5 a 2 Cron 28, 10 (es decir: 2 Cron 28, 18, invasión de los filisteos; 2 Cron 28, 17, invasión de los edomitas) hace que esto sea muy probable, aunque no se puede dar por seguro, como el mismo Caspari admite. En 2 Cron 28, 20-21 el Cronista añade un apéndice a la lista anterior de castigos:
También vino contra él Tiglat-pileser, rey de los asirios, quien lo sitió en vez de ayudarlo. Aunque Acaz despojó la casa de Yahvé, la casa real y las casas de los príncipes, y lo dio todo al rey de los asirios, éste (el rey asirio) no lo ayudó (cf. 2 Cron 28, 20).
Caspari ha mostrado que todo esto va en la línea de los hechos sucedidos. Tiglat-pileser no concedió a Acaz ninguna verdadera ayuda, pues lo que él hizo en contra de Siria y del Reino de Israel no fue para ayudarle a él, ni para compensarle de sus pérdidas, en manos de los sirios o de los efraimitas, sino para extender su dominio imperial. No se trata sólo de que en realidad no le ayudara, sino que le oprimió con gran intensidad, convirtiéndole en vasallo tributario, en vez de ratificarle como príncipe independiente. Conforme a muchos signos evidentes, esta relación de Acaz de Judá con Asur fue una consecuencia directa de su llamada, pidiéndole ayuda, y eso era ya un hecho ya consumado al menos al comienzo del reinado de Ezequías. No podemos precisar bajo qué circunstancias se estableció esa situación; pero es muy probable que tras sus victorias sobre Rezin y Pécaj, Tiglat-pileser exigió una segunda suma de dinero, y desde ese momento en adelante impuso un tributo anual al reino de Judá.
La expresión utilizada por el Cronista (rs,a,Þn>l.Pitg:ïL.Ti wyl'ê[' aboåY"w:: Tiglat-pileser vino contra él, 2 Cron 28, 20) parece significar que el rey asirio insistió en su petición, mandando un destacamento de su ejército, aunque no podamos tomar esa expresión en un sentido puramente retórico y no histórico, como hace Caspari, es decir, como si pudiera traducirse así: “Aunque Tiglat-pileser vino, como había pedido Acaz, su venida no fue como él deseaba, para ayudarle y beneficiarle, sino para oprimirle e injuriarle”.
3. Desecración del altar. La tercera parte de estos dos acontecimientos históricos describen la perniciosa influencia que la alianza con Tiglat-pileser ejerció sobra Acaz, que se inclinó ya mucho más hacia la idolatría (2 Rey 16, 10-18). Después que Tiglat-Pileser avanzó contra el rey de Damasco y de esa forma le liberó del más peligroso de los dos adversarios (y posiblemente de ambos), Acaz, rey de Judá, fue a Damasco para darle gracias en persona. Allí vio el altar (famoso como obra de arte) y envío un modelo exacto a Urías, Sumo Sacerdote de Jerusalén, que hizo construir un altar exacto antes de que el rey volviera.
Tan pronto como volvió, Acaz se acercó a este altar y ofreció allí un sacrificio, oficiando él mismo como sacerdote (probablemente en gesto de acción de gracias por la liberación que él había recibido). El altar de bronce (de Salomón), que el sacerdote Urías había trasladado, colocándolo en la parte anterior del edificio del templo, lo llevó de nuevo atrás y lo colocó cerca del lado norte del nuevo altar (a fin de que el viejo no pareciera tener la más mínima preferencia sobre al nuevo) y mandó al sumo sacerdote que en el futuro realizara el servicio sacrificial sobre el nuevo gran altar. Al mismo tiempo, el rey añadió: “yo consideraré lo que debe hacerse con el altar de bronce. El texto sigue diciendo:
Luego el rey Acaz cortó los tableros de las basas y les quitó las fuentes; quitó también el mar de bronce, que estaba sobre los toros, y lo puso sobre un pedestal de piedra (que ocupó el lugar de los toros. Por causa del rey de Asiria, el rey Acaz quitó del templo de Yahvé el pórtico para el sábado que habían edificado en la Casa y el pasadizo de afuera, el del rey (2 Rey 16, 17-18).
Thenius afirma que estas palabras significa que “él los alteró (los tableros de las basas, con los buenos y valiosos ornamentos), a fin de que él pudiera llevar consigo a Damasco los regalos necesarios para el rey de Asur. Sin embargo, la explicación de Ewald resulta mejor, de acuerdo con la expresión anterior, es decir, “para que él pudiera conseguir el favor constante del temido rey asirio, enviándole siempre nuevos regalos”; porque bseÞhe (2 Rey 16, 18) no significa simplemente alterar, sino quitar y hw"+hy> tyBeä hubiera sido un añadido sin sentido, colocado en el lugar equivocado, que solamente hubiera servido para oscurecer el sentido de la frase.
Si las grandes alteraciones mencionadas en 2 Rey 16, 17 se pudieron realizar con la finalidad de enviar regalos al rey de Asiria (además de las cosas que los asirios tomaron por sí mismos), aquellas que se describen en 2 Rey 16, 18 lo fueron ciertamente por miedo de Acaz al rey de Asiria. Por eso, a mi juicio, el rey Acaz no quitó los tableros del altar ni los toros (ni el pórtico del sábado) para impedir que esos espléndidos objetos estuvieran a la vista de los asirios, ni para permitir su utilización en el caso de una ocupación asiria de Jerusalén, sino para que la relación del rey Acaz con el gran rey de Asiria no quedara perturbada por presentarse él mismo como un celoso adorador de Yahvé.