Pero las tribus del Norte en su conjunto rechazaron la invitación de la manera más injuriosa, aunque algunos particulares la aceptaron con corazón arrepentido. Fue una fiesta de alegría, tal como no se había conocido desde el tiempo de Salomón (esta afirmación no va en contra de 2 Rey 23, 20), de manera que el rey Ezequías, como hijo de Salomón, ofreció una vez más una representación religiosa y una seguridad de aquella unidad nacional que había sido dividida en los dos reinos, en parte enfrentados, desde los días de Roboam. Caspari ha intentado precisar en una larga investigación el año más preciso del reinado de Ezequías en el que se celebró esa pascua. Caspari coincide con Keil, diciendo que esa celebración tuvo lugar después de la caída de Samaria y de la deportación del pueblo por obra de Salmanasar, pero no parece haber quedado seguro de sus conclusiones.
De todas formas, esa cuestión no debería haber sido ni siquiera planteada, si confiamos en la autoridad del Cronista, pues él sitúa esta Pascua, de un modo incuestionable, en el segundo mes del primer año del reinado de Ezequiel, y no hay ninguna dificultad para ello, a no ser que pensemos que lo que Tiglat-Pileser había hecho a Israel (el reino del Norte) tenía menos importancia que la que actualmente tuvo. La población que quedó en la tierra fue un resto del conjunto del pueblo, pero, en otro sentido, el Cronista supone que hubo un evidente contraste entre tribus e individuos, de manera que él era consciente de que había tribus enteras del reino del norte que seguían estando casi establecidas en sus propios territorios, mientras otras habían sufrido un tipo de deportación más universal.
En este momento, el Cronista (cf. 2 Cron 31, 1) afirma que los habitantes de las ciudades de Judá (a los que él llama “todo Israel” porque allí se habían establecido un gran número de emigrantes israelitas), bajo el entusiasmo consiguiente a la celebración de la pascua, fueron y rompieron en piezas los utensilios utilizados en la adoración idolátrica a lo largo de los tiempos pasados, en ambos reinos; además, 2 Cron 31, 2 afirma que Ezequiel restauró las instituciones de la adoración divina que habían sido abandonadas, especialmente las relacionadas con los ingresos de los sacerdotes y de los levitas.
Todas las restantes cosas que el Cronista menciona en 2 Con 32, 1-26 y 32, 31 pertenecen a un período posterior al año catorce del reinado de Ezequías. Y en lo que toca a las diferencias respecto a la sección de Isaías, que se repite en el libro de los Reyes, Crónicas ofrece un valioso suplemento, más específicamente en referencia a 2 Rey 22, 8-11 (donde se evocan las precauciones tomadas con motivo de la aproximación del asedio asirio). Por su parte, el relato sobre la riqueza de Ezequías (2 Cron 32, 27-29) se extiende y aplica a todo su reinado. La noticia sobre la canalización del agua superior del Gijón (2 Cron 32, 30) alude al período que sigue a la catástrofe asiria, más que al período anterior; pero no se puede afirmar positivamente nada seguro sobre ello.
Habiendo logrado así el conocimiento necesario sobre los acontecimientos históricos que aparecen a lo largo del libro de Isaías, en lo que se refiere al punto de partida y al objeto de la historia de los tiempos propios del profeta, ahora podemos volver al libro en cuanto tal, a fin de adquirir una visión suficiente de su plan general, de manera que nos capacite para trazar una división adecuada de nuestra propio exposición de la obra.
5. Distribución de la colección (conjunto del libro de Isaías)
De esa forma podemos iniciar nuestra investigación con la opinión previa de que la colección que tenemos ante nosotros con el nombre del Libro de Isaías (es decir, nuestro libro de Isaías como unidad) fue editada por el mismo profeta. Porque, con la excepción del libro de Jonás, que pertenece a los libros profético-históricos más que a la literatura de predicción (es decir, a los escritos proféticos propiamente dichos), todos los libros canónicos de los profetas fueron escritos y distribuidos por los mismos profetas cuyos nombres llevan.
El tema más importante para nuestro propósito es la analogía con los libros más extensos de Jeremías y de Ezequiel. Nadie duda que Ezequiel preparó su obra para la publicación, exactamente tal como ella existe actualmente ante nosotros; y el mismo Jeremías nos informa que él coleccionó y publicó sus profecías en dos ocasiones distintas. Ambas colecciones, la del libro de Jeremías y la del libro de Ezequiel, están distribuidas según dos perspectivas distintas (el tema tratado y el orden temporal) que se interrelacionan entre sí. Pues bien, éste es también el caso en la colección de las profecías de Isaías.
En conjunto, las profecías de Isaías están organizadas en el libro de un modo cronológico. Los datos ofrecidos en Is 6, 1; 7, 1; 14, 28 y 20, 1 van marcando diversos momentos en una línea progresiva. Las tres divisiones principales trazan pues una seria cronológica. (1) Is 1-6 expone el ministerio de Isaías bajo Ozías-Jotán. (2) Is 7-39 su ministerio bajo Acaz y Ezequías, hasta el año quince del reinado de este último. (3) Por su parte, los capítulos Is 40-66, cuya autenticidad asumimos, ofrecen las últimos producciones del profeta, de tipo vital muy profundo, compuestas directamente para ser escritas.
En la parte central, el grupo de profecías del tiempo de Acaz (Is 7-12) preceden también cronológicamente al grupo del tiempo de Ezequías (Is 13-39). Pero, en varios lugares, este orden temporal ha quedado interrumpido y sustituido por una disposición según materias, que eran de la máxima importancia para el profeta. El saludo en Is 1 no constituye el pasaje más antiguo del libro, sino que está colocado en este lugar como introducción a todas las partes del libro. La consagración del profeta (Is 6, 1-13), que debía estar al comienzo del grupo de Ozías-Jotán, si es que narra la vocación original del profeta para este oficio de pregonero de Dios, se sitúa al final de ese grupo, desde donde influye, al mismo tiempo, hacia atrás y hacia adelante, como una profecía que estaba en curso de cumplimiento.
El grupo de profecías del tiempo de Acaz que viene después (Is 7-12) es un texto completo en sí mismo, como si hubiera sido producido en un sólo momento. Por su parte, en el grupo del tiempo de Ezequías (Is 13-39), el orden cronológico queda también frecuentemente interrumpido. Las profecías contra las naciones (Is 13-23), que pertenecen al período asirio, contienen una “massa” u oráculo (aF'Þm;) contra Babel, la ciudad del poder mundial, como pieza introductoria (Is 13, 1-22); y al final incluyen otra “massa” contra Tiro, la ciudad del comercio mundial que debía ser destruida por los caldeos (Is 23, 1-18), con una “massa” más corta contra Babel, como si fuera un muro divisorio, separando el ciclo en dos mitades (Is 21, 1-10). Por su parte, todas las profecías contra las naciones desembocan en un gran epílogo apocalíptico (Is 24-27), lo mismo que unos ríos que van fluyendo hacia el mar.
La primera parte del grupo del tiempo de Ezequías, cuyo contenido es básicamente étnico (contra las naciones: Is 13-27) contiene pasajes que quizá no han sido compuestos hasta el año quince del reinado de Ezequías. El gran epílogo (Is 34-35), donde concluye la segunda parte del grupo de Ezequías es también uno de esos pasajes (compuestos tras el año quince de Ezequías). Esta segunda parte se ocupa básicamente del destino de Judá, es decir, del juicio infligido a Judá por el poder imperial de Asiria, con la liberación predicha (Is 27-33).
Esta predicción concluye (cf. Is 34-35), por una parte, con una declaración del juicio de Dios sobre los enemigos de Israel y, por otra parte, con una declaración de la redención del mismo Israel. A este pasaje, que fue compuesto tras el año quince del reinado de Ezequías, le siguen unas porciones históricas (Is 36-39) que incluyen, por un lado, el marco histórico de las predicciones que Isaías proclamó cuando estaba muy cerca la catástrofe asiria y que, por otro, ofrecen la clave de interpretación no sólo de Is 7-35, sino también de Is 40-66. Según eso, tomando como un todo, en la forma en que yace ante nosotros, el libro de Isaías puede ser dividido en dos mitades, es decir: Is 1-39 e Is 40-66. La primera parte consta de siete divisiones, la segunda de tres.
La primera parte del libro (Is 1-39) puede llamarse asiria, pues su meta es la caída de Asur. La segunda (Is 40-66) puede llamarse babilonia, pues su meta es la liberación respecto de Babel. Sin embargo, la primera mitad no es puramente asiria, pues contiene pasajes babilonios introducidos entre los asirios, y otros que, en general, abren una especie de ruptura apocalíptica en el horizonte limitado de la historia asiria. Éstas son las siete divisiones de la primera parte, organizadas en primer lugar en conjuntos