y lo hacemos también para destacar el valor sobrenatural de la experiencia religiosa; pero, al mismo tiempo, estamos muy lejos de negar los derechos bien fundados de la crítica bíblica en cuanto tal.
Durante siglos, más aún, durante milenios, no se ha elevado ninguna objeción contra el origen davídico de un salmos que viene encabezado como “salmo de David”; pues bien, en esa línea, tampoco se ha objetado nada en contra de la autenticidad de las profecías de Isaías. Dejando a un lado los caprichos de unos pocos6, que pasaron sin dejar huella, tanto los autores judíos como los cristianos han afirmado, hasta el siglo pasado (siglo XVIII) que todos los libros canónicos del Antiguo Testamento, cuyo autor primario es el Espíritu Santo, tienen como autores humanos a aquellos a cuyo nombre aparecen.
Éste es el hecho: Cuando se comenzó a precisar y cribar lo que había sido recibido por tradición, cuando el rápido progreso en la filología clásica y oriental comenzó a exigir a los estudiantes de las Escrituras que hicieran preguntas más amplias y más hondas sobre esas mismas Escrituras; cuando sus estudios se dirigieron hacia el aspecto lingüístico, histórico, arqueológico y estético ‒es decir, hacia el aspecto humano ‒ de esas Escrituras; cuando se intentó comprender las diversos aspectos de la literatura sagrada, en su progreso y desarrollo, con la relación de unos libros con otros entonces, la ciencia cristiana desarrolló unas especialidades que hasta ese momento no habían sido elaboradas. Pues bien, de esa manera surgió la crítica bíblica, que desde entonces hasta ahora no sólo ha sido algo que no puede rechazarse, sino que es también bienvenida y necesaria, como miembro de la ciencia teológica de la iglesia.
Ciertamente, la iglesia cristiana debe rechazar una escuela pretendidamente científica que no quiere descansar hasta que haya eliminado “críticamente” (con pretensiones de ciencia) todos los milagros y profecías que no se pueden rechazar exegéticamente. Pero el trabajo de un criticismo espiritual, que es auténticamente libre en su intención profunda, no sólo debe ser tolerado, porque “el hombre espiritual discierne todas las cosas” (Col 2, 15), sino que debe ser impulsado, en vez de ser mirado como sospechoso, aunque sus resultados puedan parecer objetables para mentes que están débilmente formadas y que se sitúan en una relación falsa y poco libre en relación con las Escrituras.
En esa línea, la Palabra de Dios puede aparecer en la forma de “sierva”, pues el mismo Cristo se ha hecho siervo. Más aun, el criticismo no sólo ilumina muchos aspectos que parecen menos claros en la Escritura, sino que ofrece un conocimiento siempre más profundo de su oculta gloria. El criticismo consigue que los escritos sagrados, en su forma actual, cobren nuevamente vida, introduciéndonos en el “laboratorio” profundo de la Escritura, de manera que sin su ayuda no podemos conseguir un conocimiento histórico de la producción de los libro sagrados.
7. Estado actual de la crítica bíblica. Comentarios a Isaías
Fue en el tiempo de la Reforma Protestante cuando surgió por vez primera la exposición histórico-gramatical de la Escritura, con una conciencia precisa de la tarea que debía realizar. Fue entonces cuando, bajo el influjo de la renovación de los estudios clásicos, y con la ayuda del conocimiento del idioma logrado a través de maestros judíos, se logró encontrar el verdadero significado de las Escrituras, de manera que pudo superarse el tedioso juego de los múltiples sentidos de la Escritura de muchos teólogos medievales. Pero lo que en ese tiempo de la Reforma pudo lograrse para las profecías de Isaías fue muy poco.
Los comentarios de Calvino responden a las esperanzas que ponemos en ellos; pero los Scholia de Lutero son simplemente unas notas escolares, y no aportan mucho. Los escritos de Grocio, que generalmente son muy valiosos, son poco significativos en el caso de Isaías y, en general, en el de todos los profetas, pues él mezcla cosas sagradas y profanas y, dado que es incapaz de seguir la profecía en su gran vuelo, se limita a cortar sus alas. Augusto Varenio de Rostock escribió el comentario más ilustrado de todos los que fueron compuestos por autores de la escuela luterana ortodoxa, un comentario que aún hoy debe tenerse en cuenta, pero aunque está lleno de conocimientos mezcla mucho las cosas y está escrito sin disciplina mental.
Campegio Vitringa († 1722) superó todo los trabajos de sus predecesores, y ninguno de sus sucesores se le aproxima en espíritu, agudeza y capacidad científica. Su comentario de Isaías es todavía incomparable, la mayor de todas las obras exegéticas sobre el Antiguo Testamento. Lo más débil de este comentario es la exposición alegórica, que se añade a la gramatical e histórica. En este campo, como discípulo moderado de la escuela de Johannes Cocceius († 1669), Vitringa depende del estilo más usual de los comentarios bíblicos en Holanda, donde apenas se tenía en cuenta el carácter apotelesmático (de anuncio y predicción) de la profecía, mientras que se ponían de relieve las más mínimas alusiones de los profetas a la historia, tanto mundana como religiosa. Los aspectos más oscuros de este comentario son los que primero saltan a la vida del lector; pero cuanto más nos adentramos en su texto más aprendemos a valorarlo en toda su importancia. El texto ofrece siempre una gran riqueza de investigación, pero nunca de tipo excesivo o seco. El autor muestra en su obra su propio corazón. Él se detiene de vez en cuando en el trabajoso camino de su investigación, y se desahoga con altas exclamaciones emocionadas. Pero sus “raptos” son muy diferentes a los del Señor Obispo Robert Lowth, que nunca profundiza más allá de la superficie, y que altera a su placer el texto masorético, quedándose siempre en un nivel de admiración estética y formal.
La edad moderna de la exégesis comenzó con la teología crítica de la segunda mitad del siglo XVIII, que destruyó lo que se había hecho sin ser capaz de construir nada. Pero incluso esta demolición tuvo buenos resultados. El hecho de negar cualquier presencia divina y eterna en la Escritura hizo que se pusiera más de relieve su aspecto humano y temporal, destacando así mejor los encantos de su poesía y, lo que era más importante, la realidad concreta de su historia. Los Scholia de Johann Georg Ronsenmüller constituyen una compilación cuidadosa, lúcida y elegante, fundada en gran parte en la obra de Vitringa, y son dignos de alabanza no sólo por el carácter juicioso de la selección sino también por la auténtica seriedad que despliegan y por su entera ausencia de frivolidad.
El comentario decididamente racionalista de H. F. W. Gesenius (1786‒1842) es más independiente en su exégesis de la palabra profética y es muy cuidadoso en sus exposiciones históricas. Este comentario se distingue especialmente por su estilo agradable y transparente, por la visión de conjunto que ofrece sobre toda la literatura existente sobre Isaías y por el conocimiento que el autor manifiesta de las nuevas fuentes gramaticales e históricas desarrolladas desde el tiempo de Vitringa.
A nuestro juicio, el mejor comentario que existe de Isaías es el de Hitzig, que sobresale por su exactitud, su precisión y su originalidad en el estudio de los temas gramaticales, y también por el delicado tacto que muestra en el descubrimiento del proceso del pensamiento y por la precisión al exponer los resultados de su estudio. Pero estos resultados quedan desfigurados por su caprichosa actitud seudo-crítica y por su espíritu expresamente profano, al que no afecta en modo alguno el espíritu de profecía.
El comentario de Hendewerk es a menudo muy frágil en la exposición filológica e histórica. El estilo de su exposición es amplio, pero la visión de este discípulo de J. F. Herbart (1776-1841, filósofo y pedagogo alemán) resulta demasiado borrosa para distinguir la profecía israelita de la poesía pagana, y la política de Isaías de la de Demóstenes. De todas formas, no podemos dejar de observar el cuidadoso interés que él despliega y el ansioso deseo de evocar los gérmenes de las verdades eternas, aunque se encuentre demasiado influido por su punto de partida filosófico.
Todos reconocen la natural penetración de Ewald, lo mismo que el noble entusiasmo con el que se adentra en los contenidos de los libros proféticos, en los que él descubre una presencia eterna. En cierto sentido, su serio interés por presentar las profundas visiones (de Isaías) ha quedado recompensado. Pero la autosuficiencia con la que ignora a casi todos sus predecesores resulta de algún modo irritante, lo mismo que los presupuestos dictatoriales de su criticismo, con su falso y a veces nebuloso “pathos” y con su manera poco cualificada de identificar sus opiniones con la verdad en sí. Él es un verdadero maestro en su forma de caracterizar