Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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creciente de la gran masa del pueblo (Is 1-12). 12 (Is 2-6). Estos capítulos contienen dos partes (Is 1-5 e Is 7-12), que forman una sicigia, que concluye con un salmos de los redimidos (Is 12, 1-6), que aparece vinculado a los últimos días, como un eco del canto del Mar Rojo (Ex 15). Ese conjunto está dividido por el texto central de la consagración del profeta (Is 6, 1-13), que influye hacia atrás (Is 1-5) y hacia adelante (Is 7-12, con el Libro del Emmanuel), con sus amenazas y promesas, y está introducido por un sumario o prólogo (Is 1) donde el profeta, situándose a medio camino entre Moisés y Jesucristo, comienza proclamando su palabra con el estilo de la gran oda o canto de Moisés.

      ‒b (Partes 3-4 de Is 1-39). Segunda Sicigia. (a) Is 13-23. Predicciones del juicio y salvación de los paganos, que pertenecen en su mayor parte al tiempo del juicio asirio, aunque están enmarcadas y divididas por porciones babilonias). Como he dicho ya, la introducción de esta sicigia está formada por un oráculo referido a Babel, la ciudad del poder mundial (Is 13‒14); por otra parte, la conclusión está formado por un oráculo referido a Tiro, la ciudad del comercio del mundo, que debía ser herida de muerte por manos de los caldeos (Is 23). Finalmente, el centro de esta división está formado por un segundo oráculo dirigido al “desierto del mar”, es decir, a Babel (Is 21, 1-10). (b) Is 24-27. A la colección anterior, cuidadosamente dividida, de predicciones contra las naciones, fuera de la frontera israelita, se añade una gran profecía sobre el juicio del mundo y la llegada de las últimas cosas (Is 24-27), una profecía que concede a todo el texto un trasfondo que llega hasta la eternidad, formando una segunda sicigia con esas predicciones contra las naciones.

      ‒c (Partes 5-6 de Is 1-39). Tercera sicigia: Is 28-35. (a). Is 28-33. Desde esa distancia escatológica, el profeta retorna hacia las realidades del presente y del futuro inmediato, y describe la revuelta contra Asur y sus consecuencias. El punto central de este grupo de textos es la profecía sobre la piedra angular colocada en Sión (Is 28, 16). (b). Is 34-35. La división anterior ha sido también emparejada por el profeta con una predicción escatológica de largo alcanza, de venganza y redención para la iglesia (en la que escuchamos ya, como en un preludio la melodía básica que resonará en Is 40-66.

      ‒d (Parte 7 de Is 1-39). Unidad histórica. Tras las tres sicigias anteriores, el texto nos lleva a unos relatos históricos de gran importancia para el libro de Isaías. Los dos primeros (Is 36-37) aluden al tiempo de los asirios, mientras que los dos últimos (Is 38-39) muestran como en distancia el juicio contra Babilonia, que estaba comenzando ya. Estos cuatro relatos no han sido dispuestos de manera cronológica, sino que los dos primeros miran hacia atrás y los dos últimos hacia adelante, de manera que las dos mitades del libro quedan así vinculadas. Entre esas dos mitades queda la profecía de Is 39, 5-7, como una piedra divisoria con la inscripción “a Babilonia”. A partir de aquí avanza el curso posterior de la historia de Israel, de manera que a partir de aquí Isaías aparece como sepultado en espíritu con su pueblo.

      A partir de aquí, en Is 40-66, el profeta proclama a los exilados de Babilonia la liberación que se acerca. La división tríadica (en tres partes) de este libro de consuelo ha sido generalmente aceptada por todos, desde que fue expuesta por Rickert en su Traducción y exposición de los profetas hebreos (1831). Esta parte está dividida pues en tres secciones, cada una de las cuales contiene, a su vez, tres introducciones, con una especie de refrán en la conclusión.

      Conforme a lo anterior, la colección de las profecías de Isaías constituye una obra completa, distribuida de un modo cuidadoso e inteligente. Ella es en conjunto digna del profeta que la escribió. A pesar de ello, no podríamos atribuírsela toda al mismo profeta, en su forma actual, a no ser por podamos hacer dos afirmaciones básicas: (1) Que Isaías haya compuesto Is 13, 1‒14, 23; 21, 1-10; 23; 24-27; 34-35. (2) Que el mismo profeta haya escrito los relatos históricos de Is 36-39, que se encuentran también en 2 Rey 18, 13‒20, 19, de manera que esos capítulos no hayan sido copiados del libro de los Reyes ni de los Anales nacionales. Porque, si excluimos los pasajes arriba citados (Is 13, 1‒14, 23; 21, 1-10; 23; 24-27; 34-35), el hermoso conjunto del libro y en especial los oráculos contra las naciones se convertirían en un confuso revoltijo. Por otra parte, en el caso de que Isaías no hubiera escrito Is 36-39, las dos mitades de su obra perderían la “grapa” que les une.

      No podemos decidir aquí las cuestiones críticas relacionadas con este tema, sino que debemos estudiarlas en el contexto de nuestras investigaciones exegéticas. Pero es necesario que presentemos ante el lector, de un modo general, aquellos puntos que nos llevar a rechazar las conclusiones de los críticos modernos que toman el libro de Isaías como una antología compuesta con producciones de diversos autores.

      El tratamiento crítico de Isaías comenzó como sigue, a partir de la segunda parte del libro (Is 40-66). Koppe fue el primero que expresó algunas duda sobre la autenticidad de algunos de esos capítulos. Después, Doderlein elevó una sospecha decidida contra la autenticidad del conjunto; y Justi, seguido por Eichorn, Paulus y Bertholet convirtieron esa sospecha en seguridad, afirmando que el conjunto de esos del libro era espurio. Los resultados de esta crítica no pudieron mantenerse sin una reacción sobre la primera parte (Is 1-39. Rosenmüller, que dependía siempre mucho de sus predecesores, fue el primero en poner en duda la autenticidad del oráculos contra Babilonia (Is 13, 1‒14, 23), como afirma en su introducción; pues bien, con gran consuelo para él, Justi y Paulus defendieron su postura.

      A partir de aquí se hicieron nuevos “progresos”. Con el primer oráculo contra Babilonia (Is 13, 1‒14, 23) se rechazó también el segundo (Is 21, 1-10). Por eso, Rosenmüller quedó justamente admirado cuando Gesenius rechazó el primer oráculo, pero mantuvo que los argumentos en contra del segundo oráculo no eran concluyente. Quedaba todavía el oráculo contra Tiro (Is 23), que podía tomarse como propio de Isaías o atribuirse a un profeta posterior desconocido, partiendo de la suposición de que esos oráculos predecían la destrucción de Tiro por los asirios o por los caldeos (de manera que en ese caso debía atribuirse a un profeta posterior).

      Eichhorn, seguido por Rosenmüller, decidió que ese oráculo no era auténtico, pues se refería a los asirios. En contra de eso, Gesenius pensó que se refería a la destrucción de Tiro por los asirios, añadiendo que la profecía no se extendía más allá del horizonte de Isaías, de manera que defendió su autenticidad. En esa línea, la serie de textos y temas del libro referentes a Babilonios vino a ser rechazada, o se tomó en general como sospechosa.

      Pues bien, los agudos ojos de los críticos hicieron aún nuevos descubrimientos. Eichhorn encuentra en el ciclo de predicciones de Is 24-27 un juego de palabras que le parecía indigno de Isaías. Gesenius descubrió allí un anuncio alegórico de la caída de Babilonia. De un modo consecuente, ambos (Eichhorn y Gesenius) rechazaron estos capítulos, y avanzando en esa línea Ewald los situó en tiempo de Cambises (en plena época persa).

      Más aún, algunos añadieron brevemente que el ciclo de predicciones de Is 34-35 debía relacionarse con la segunda parte del libro (es decir, con Is 40-66). Rosenmüller afirmó así, ya sin reservas, que esos capítulos eran “un canto compuesto en el tiempo de la cautividad de Babilonia, cuando esa cautividad estaba aproximándose a su fin”. Así puede trazarse el origen del criticismo sobre Isaías, que alcanzó su madurez con las nuevas “aportaciones” del racionalismo. Sus primeros intentos fueron muy inmaduros, de manera que los mismos nombres de los impulsores de esa primera crítica ya casi se han olvidados. Fueron Gesenius, Hitzig y Ewald los que elaboraron una crítica científica de cierta solidez.

      Si empezamos aceptando esa crítica, tendremos que decir que el libro de Isaías contiene profecías del mismo Isaías, pero también otras que han sido escritas por personas que eran directa o indirectamente discípulos suyos. Los pasajes del Nuevo Testamento en los que se cita la segunda parte del libro, y se atribuyen a Isaías, no serían prueba en contra de eso, pues Sal 2, 1-12, que no tiene encabezamiento de autor, se cita por ejemplo en Hch 4, 25 como propio de David, simplemente porque es un texto contenido en el salterio de David, pero ningún crítico bíblico se siente obligado por ello a pensar que ese salmo ha sido escrito directamente por David. Pero en contra de esa conclusión pueden elevarse muchas objeciones.

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