del libro de Zacarías, pues en ese contexto se dice que Zac 9-14 se relaciona con el resto del libro lo mismo que Is 40-66 con el conjunto del libro de Isaías. Así afirman Hitzig, Ewald y otros, pero hay una diferencia: Is 40-66 suele atribuirse a un profetas posterior a Isaías, mientras que Zac 9-14 suele atribuirse a uno o dos profetas anteriores a Zacarías.
De todas maneras, el mismo De Wette, que en la primera de las tres ediciones de su Introducción al Antiguo Testamento mantenía que Zac había sido escrito antes de la cautividad, alteró esa postura en la cuarta edición de su libro. Por su parte, Köhler, tras una investigación realizada sin prejuicio de ningún tipo, ha confirmado la unidad del libro de Zacarías. Es el mismo Zacarías el que sigue profetizando sobre los tiempos finales (en Zac 9-14), con imágenes tomadas del pasado y, posiblemente, introduciendo también oráculos anteriores.
Queda por tanto firme que en ningún libro concreto de los profetas se puede negar la unidad de su autor, y el mismo Hitzig admite que incluso el libro de Jeremías, aunque haya recibido interpolaciones, está libre de secciones que no son auténticas. De todas formas, sería muy posible que en lo referente al libro de Isaías hubieran sucedido cosas extraordinarias, con intervención de autores distintos. Pero los mismos datos del libro nos ofrecen objeciones graves en contra de una suposición de este tipo.
Así por ejemplo hubiera sido algo maravilloso en la historia de los cambios literarios el hecho de que se hubieran conservado tantas predicciones de ese tipo, llevando todas ellas las marcas del estilo de Isaías y que, a lo largo de dos mil años esos añadidos se hubieran confundido con las profecías del mismo Isaías. Sería también igualmente maravilloso que los historiadores no hubieran conocido absolutamente nada sobre el autor de estas profecías. Y, en tercer lugar, hubiera sido muy extraño que los nombres de esos profetas concretos hubieran compartido el destino común de ser olvidados, aunque todos ellos debieron haber vivido más cerca del tiempo del mismo profeta antiguo, cuyo estilo ellos imitaban.
Ciertamente, esas dificultades no son pruebas conclusivas; pero, en todo caso, ellas han de tomarse como argumento a favor de la autenticidad de las profecías discutidas. Por otra parte, el peso de esta tradición no ha sido plenamente apreciado por sus oponentes. En la forma en que los críticos modernos han tratado las cuestiones relacionadas con Isaías podemos descubrir un desprecio de los testimonios externos y una frivolidad a la hora de exponer los datos históricos. Estos críticos se acercan a todo lo que es tradicional con el presupuesto de que es falso.
Por eso, cualquiera que desee impresionarles científicamente (y refutarles) debe empezar declarando sin miedo la absoluta superioridad de la autoridad de la tradición. Ciertamente, la tradición no es siempre y sin más infalible. Pero tampoco son infalibles los argumentos internos del así llamado alto criticismo, especialmente en las cuestiones relacionadas con Isaías. Y, en el caso que nos ocupa, el testimonio externo queda muy fortalecido por la relación en que se encuentran los dos profetas que más reproducen a Isaías (Sofonías y Jeremías), no sólo en relación con Is 40-66, sino también en relación con las secciones “sospechosas” de la primera mitad del libro de Isaías.
Sofonías y Jeremías tuvieron consigo esas profecías de Isaías, dado que evidentemente las copian, y además incorporan en sus propias profecías pasajes tomados de ellas, como Casperi ha demostrado de un modo conclusivo, de tal forma que ninguno de sus críticos negativos se ha arriesgado a tratar directamente el tema o a rechazarlo a través de contra-pruebas de igual fuerza. Más aún, aunque las profecías sospechosas contienen algunos elementos para los cuales no pueden obtenerse garantías del resto del libro, las marcas que son distintivamente características de Isaías van más allá de estas peculiaridades, que han sido destacadas con mucho cuidado; e incluso en las profecías a las que se está aludiendo como espurias el espíritu de Isaías lo anima todo; es el corazón de Isaías el que late en ellas, y es la hirviente lengua de Isaías la que habla, tanto en la sustancia como en la forma de los textos.
Más aún, el tipo de profecías sospechosas que, si son genuinas, pertenecen a los últimos tiempos del profeta, no se opone en modo alguno al tipo de profecías del resto del libro. Por el contrario, aquellas profecías que se reconocen como genuinas presentan muchos puntos de contacto con estas otras que a veces se toman como espurias; e incluso la forma distinta y el contenido escatológico más ricos de las profecías disputadas tienen aquí su preludio (en las profecías auténticas de los tiempos primeros de la misión de Isaías). No hay nada extraño en esta gran variedad de ideas y formas, especialmente en Isaías, que es sin duda el más universal de todos los profetas, incluso si nos fijamos sólo en aquellas secciones que son sin duda genuinas; incluso en esas secciones, Isaías cambia su estilo de un modo magistral, para adaptarse a las demandas de los temas, a su propia actitud profética y a sus fines.
Uno podría haber supuesto que esas tres contrapruebas (tradición, relación con otros profetas, estilo), que pueden precisarse hasta en los más mínimos detalles, hubieran tenido algún peso, siendo admitidas por los críticos; pero Hitzig, Ewald y muchos otros piensan todo lo contrario y no las ademite. ¿Por qué no? Estos críticos piensan que es imposible que el imperio mundial de Babel, y su transición posterior a los medios y a los persas, podría haber sido prevista por Isaías en el tiempo de Ezequías. Hitzig afirma, del modo más claro, que la misma caligo futuri a la que estaba condenada la raza humana en los tiempos del oráculos de Delfos cubría los ojos de los profetas del Antiguo Testamento. Ewald habla de los profetas en términos incomparablemente más altos; pero incluso para él el estado de la misión profética era sólo un resplandor de la chispa natural que yace escondida en cada hombre (y más especialmente en el mismo Ewald).
Estos dos corifeos de la escuela crítica moderna (Hitzig y Ewald) se encuentran como estrechados entre dos presupuestos semejantes, que pueden formularse así: “No hay verdadera profecía” y “no hay verdadero milagro”. Ellos apelan libremente a su criticismo. Pero cuando examinamos sus escritos de un modo más cercano descubrimos en ellos un “vicio”, que se expresa en dos formulaciones “mágicas” con las que justifica todo los ataques que dirigen contra el fondo histórico de los textos. (a) Por un lado, los críticos convierten las profecías en pura miradas retrospectivas sobre algo ya pasado (vaticinia post eventum), y lo mismo hace con los milagros, convirtiéndolos en sagas o mitos. (b) Por otra parte, ellos colocan los acontecimientos anunciados en algo tan cercano al propio tiempo del profeta que no se necesita inspiración para predecir lo que va a pasar, sino sólo una combinación (de factores mentales).
Esto es todo lo que esos críticos pueden afirmar. Pues bien, en contra de ellos, nosotros podríamos decir muchas cosas. Teóricamente y sin rechazar nuestra visión de la Sagrada Escritura, podríamos afirmar que todas las profecías disputadas fueron producidas por otros autores distintos de Isaías, sin ir en contra de ninguna afirmación dogmática; podríamos incluso gloriarnos poniendo de relieve toda las ventajas del estudio crítico de los libros históricos, insistiendo en aquello que el análisis del libro de Isaías aporta dentro de la historia de la literatura. Pues bien, si insistimos en nuestra postura es simplemente porque queremos mantenernos fieles a la fuerza irresistible de la evidencia externa e interna de los textos del libro de Isaías, que nos dicen que ellos son de un mismo autor, es decir, del profeta de su nombre. Esto se aplica incluso a Is 36-39.
Sí, ciertamente, podemos afirmar el texto del libro de los Reyes (2 Rey 18, 13‒20, 19) es mejor que el de Is 36-39, pero, como probaremos en la sección de nuestra comentario, aun conservando un texto mejor, el libro de los Reyes no tuvo otra fuente que el libro de Isaías. Tenemos una evidencia semejante en 2 Rey 24, 18 y en Is 25, 1, cuando los comparamos con Jeremías, descubriendo que a veces el texto de un pasaje se conserva con mayor pureza en una obra secundaria que en el original de donde fue tomada. Teniendo eso en cuenta, podremos demostrar que fue la misma pluma profético/histórica de Isaías la que escribió de hecho los acontecimientos de Is 36-39 (y que el libro de los Reyes copió de Isaías, aunque el texto suyo que ahora conservamos tenga elementos mejor preservados que en el mismo libro de Isaías).
Isaías no sólo escribió una historia especial de Ozías (cf. 2 Cron 26, 22), sino que él incorporó en su “visión” noticias históricas del rey Ezequías (cf. 2 Cron 32, 32). En su momento, al comentar los pasajes del libro, ofreceremos una demostración más completa